Opinión · Otras miradas
Algunas ideas en torno al 'pajaporte'
Escritor y guionista
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Imagina una pelea tipo Street Fighter, o Mortal Kombat o cualquier videojuego de luchas de los últimos treinta años. Se escucha Round One y aparece en pantalla “Pajaporte”, el luchador que representa a la comunicación online distribuida, la memética y el sentido del humor. Entra por la izquierda de la pantalla y se prepara para el combate. Por la derecha aparecen cinco millones de artículos, informes, investigaciones y exclusiva documentación sobre pornografía, la relación de los menores con internet, las directivas europeas y su correspondiente transposición, protocolos para luchar contra el anonimato, etc., etc, que representan al equipo de “Dato Mata Relato”. ¿Quién gana? Si nos ceñimos a esta semana, el “pajaporte”, meme creado en torno a las propuesta de control de contenidos digitales presentada esta semana por el Gobierno, vence por K.O en apenas un golpe.
"Pajaporte" ha traspasado las líneas de la discusión política habitual (entretenida con el CGPJ, la reducción de la jornada laboral y la declaración de Begoña Gómez en los tribunales) y ha impregnado por completo el debate social. Lo ha hecho con la extensión, profundidad y ambivalencia con la que funcionan los memes.
"Pajaporte" es, a la vez, la expresión de una ciudadanía progresista que rechaza el control de internet (o denuncia su imposibilidad), que protesta o ironiza por la preocupación del Gobierno por el porno frente a otros problemas sociales y es también el vehículo expresivo del machismo, la paranoia anti gubernamental, la conspiranoia sobre pederastia y, digamos, el corpus teórico del “pensamiento Alvise”.
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Vayamos un poco atrás.
El contexto en el que se inserta el meme del "pajaporte" tiene fundamentalmente tres filones. Uno es la reapertura del viejo debate en torno al porno y qué se debe hacer con él. Otro es el igualmente viejo conocido, miedo a la dupla internet-los jóvenes (ya sabéis, los videojuegos nos iban a volver tontos o psicópatas e internet nos vuelve nazis y violadores) y en tercer lugar la preocupación por el acceso de menores de edad a contenidos en internet. Un debate que estos días incluye también el asunto “¿debería mi hijo/a tener un móvil?”.
Es interesante que el gobierno, ante un asunto que concierne fundamentalmente a los menores de edad, haya anunciado una medida que concierte fundamentalmente a los adultos.
El imaginario que se ha proyectado no ha sido en ningún momento “protejamos a los menores”, sino “controlemos internet”. Construir una barrera de acceso a determinados contenidos, además de su absoluta inutilidad técnica (no entraré en detalles, la historia de internet es la historia de la ruptura de los intentos de controlar sus protocolos, mientras cede absolutamente el control de sus infraestructuras) produce un imaginario de sorpresa. Quienes recordamos las batallas contra el P2P o , hace un poco menos de tiempo, el intento de bloquear Telegram por parte del juez Pedraz, sabemos que estas cosas jamás acaban bien.
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Por otro lado, no se me ocurre mejor manera de estimular el consumo de pornografía entre adolescentes que convertirlo, además, en un desafío tecnológico contra un gobierno que se percibe como lento, viejo y lleno de miedo. Un éxito rotundo, vaya.
Pero el famoso "pajaporte" nos habla también de cómo funciona el solucionismo tecnológico para complejos problemas sociales, que requieren de mucho debate y cuyas soluciones, de haberlas, son siempre y fundamentalmente imperfectas. No deja de llamar la atención que consideremos la educación sexual una especie de quimera poco realizable que requiere de un esfuerzo descomunal de las administraciones públicas y por el contrario pensemos que “evitar que los menores accedan a contenidos de internet que nos preocupan” sea cosa de hacer una app, poner en marcha un protocolo o que te den un pase digital.
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Me temo que el problema con la “educación sexual” frente a la “solución tecnológica” es que el objetivo que persigue cada una es muy distinto y quienes defienden los terrores del porno confían, en realidad, poco en la primera y prefieren por mucho la segunda. ¿Por qué? Bueno, porque la educación nos enseña a relacionarnos con lo que existe, a acompañarlo, a entenderlo y a aceptarlo (o no), pero la solución tecnológica nos permite la ficción de que podemos hacerlo desaparecer. Ponerle una contraseña y cerrarle el paso.
O por desplazarlo del asunto porno. Es evidente que hay contenidos en internet que no son adecuados para menores. Es evidente que internet produce un tipo de protocolo de funcionamiento que dificulta mucho la acción de control sobre los contenidos (sin niveles de control sobre los mismos que limitan derechos fundamentales). Ante este problema sólo puedes trabajar desde otro lugar, que no tiene que ver con los contenidos en sí, sino sobre la relación entre los sujetos y los contenidos (que es lo único importante) y eso se produce a través de la educación. La educación no sólo en la escuela, sino también en la familia, en las comunidades cercanas, en las redes y en la calle. Enseñando a entender. Eso es construir más libertad.
Lo otro está condenado a despeñarse por una pendiente que -¡oh!, paradojas-, favorece siempre a los más autoritarios y moralistas. Los del pin parental, los que presionan a profesores y quieren controlar lo que se lee y produce 24 horas al día en una cultura masculina, tóxica y violenta. Yo si tengo que elegir a qué dedicar el tiempo disponible, prefiero dedicarlo a eso que a la supuesta amenaza del porno.
Porque insisto. Los contenidos por sí solos no son nada. Es la relación entre nosotros y los contenidos lo que le da sentido a las cosas. Hoy, quién está peleando por definir el sentido de la sexualidad es la extrema derecha. Y eso sí que es un problema. Recordemos a Milei: "mientras los chicos están en internet viendo a la señorita, yo me cuelo entre sus sábanas". Hay que estar muy perdido para pensar que el problema ahí son los chicos, internet o la señorita, y no Milei.
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