Opinión · Otras miradas
La casa para las mujeres que soñó Celsia Regis
Periodista
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En Bilbao todavía no hay una casa de mujeres. Hace años que Galtzagorri, el colectivo feminista de lo que conocemos como los “barrios altos de Bilbao”, está reivindicando “un espacio propio para la emancipación y el encuentro”. Buscan construir un rinconcito en la ciudad que nos permita encontrarnos y que ofrezca los recursos específicos que siguen necesitando muchas mujeres hoy. Existen iniciativas similares en otros pueblos y ciudades del Estado español. Quizá la más paradigmática y espectacular de todas sea Ca la Dona, en Barcelona.
Nuria Casáis, Cristina Carrasco y Mireia Bofill, en el artículo Espacio de mujeres: Ca la dona, aseguran que “la designación misma del espacio de Ca la Dona como una casa ya indica que se trata de algo más que un local o un centro social, algo más y algo distinto: un espacio para vivir; al mismo tiempo, el nombre recupera un significado amplio de casa, no simplemente como cobijo, el lugar donde dormimos y nos refugiamos del 'mundanal mundo', sino sobre todo como espacio de relación, apoyo y cuidado”. Nos hace falta, desde luego.
El caso es que yo creía que esto de las casas de las mujeres era una iniciativa relativamente reciente, pero… nada de eso. En Madrid, en marzo de 1925, se inauguró “la casa de la mujer”, un centro en la Plaza de Oriente. La iniciativa fue impulsada por Consuelo González Ramos, más conocida como Celsia Regis. María Gómez Martín, en La mujer que acaudilló el feminismo hispano. Consuelo González Ramos: periodista, docente y emprendedora, cuenta que el espacio sobrepasaba las funciones de escuela: “En ella se darían clases a todas aquellas mujeres que lo deseasen, fundamentalmente de economía doméstica (cocina, costura o higiene) con las que puedan estirar el presupuesto familiar, pero también se crearía un espacio conformado por un consultorio médico” o, entre otras cosas, “baños o peluquería donde también podrían completar su higiene personal aquellas madres con infantes menores de doce años”. En el centro, además, contaban con una biblioteca, una oficina para buscar trabajo, asesoría jurídica y una zona en la que vivían mujeres embarazadas o con criaturas en situaciones vulnerables.
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Durante el primer acto oficial del centro, Celsia Regis aprovechó el foco mediático para hacer visibles sus principales preocupaciones, que Gómez Martín recoge también en su artículo, una de las aportaciones más completas sobre una mujer relativamente olvidada. Regis entendía que “aumentar la producción agrícola” era una medida prioritaria para lograr “el abaratamiento de la vida” y que el incremento de las industrias rurales evitarían “el éxodo rural y la masificación urbana”; exigía al Estado “la creación de un Banco de Crédito Popular Femenino para ayudar a las mujeres a establecer pequeñas industrias”; y pedía que se ampliara el derecho. En 1924, el dictador Miguel Primo de Rivera había reconocido los primeros derechos políticos a algunas mujeres con la aprobación del Estatuto Municipal.
En teoría, podían votar y ser votadas las mujeres emancipadas y cabeza de familia de más de 23 años. En Madrid, por ejemplo, Blanca de Igual y Martínez Dabán, Vizcondesa de Llanteno; María de Echarri, periodista o Elisa Calonge, vocal del Patronato Real para la Represión de la Trata de Blancas fueron las tres primeras concejalas de la corporación municipal. Celsia Regis, también concejala simplemente en el Ayuntamiento de Madrid, reclamaba que “extender el voto administrativo recogido en el Estatuto Municipal a las mujeres casadas y el voto legislativo para las Cortes”. En la Asamblea Nacional Consultiva, un órgano de la dictadura que simulaba un parlamento, también hubo presencia femenina. El reglamento permitía el acceso a la Asamblea “indistintamente, varones y hembras, solteras, viudas o casadas, éstas debidamente autorizadas por sus maridos, y siempre que los mismos no pertenezcan a la Asamblea”.
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Crear un espacio como “la casa de la mujer” –igual que crearlos ahora– no fue tarea fácil. El acto de inauguración del centro atrajo la atención de la prensa de la época. Medios como El Liberal, El Imparcial, La voz o El Sol se hicieron eco del evento, considerado el primer mítin feminista en el Estado español. El acto, celebrado en el Teatro Alcázar, conocido entonces como Palacio de los Recreos o Teatro Alkázar, puso de relieve, según la crónica que se publicó en el La Esfera, que “la mujer está capacitada para intervenir en la lucha social con su esfuerzo y su inteligencia, aportando a la ruda faena su espíritu perspicaz, su ternura y su anhelo de justicia”.
Pidieron el apoyo de los hombres y dejaron claro que “el verdadero feminismo” no pretendía “la masculinización” de las mujeres. Esta era, precisamente, una de las grandes preocupaciones de las feministas de la época, especialmente de las conservadoras. Acceder a ciertos derechos políticos y civiles no significaba que tuvieran que dejar de lado su principal misión: la maternidad. Una de las asistentes, de hecho, lo dejaba claro: “El deber más sagrado para la mujer es la maternidad, [pero] las obreras no podrían criar a sus hijos fuertes y sanos mientras vivieran en tugurios infectos”.
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Cualquier conexión con la actualidad parece una broma de mal gusto.
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