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Opinión · Otras miradas

El peligro de la desinformación ya está aquí

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El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, interviene durante una sesión extraordinaria en el Congreso de los Diputados en Madrid (España).- Eduardo Parra / Europa Press

Ya lo saben. El Gobierno comunicó ante el Congreso un plan de regeneración democrática que pasa por echar un repaso a los medios de comunicación y a la publicidad institucional. Ese día los comentarios se dividieron ese día entre el “no ha contado mucho, por no decir nada” y el “viene la censura” o van “a poner a la prensa un bozal. 

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Antes de seguir. Uno, recordemos que este plan viene de una propuesta europea. Dos, recordaremos que el artículo 20 de nuestra Constitución dice que tenemos el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”. Insisto, veraz. Y exigir veracidad no es censura. Otra cosa a discutir es el cómo se aplique esa normativa europea.

Lo que me sorprendió de todo esto fue lo que pasó antes de presentar este plan. Semanas anteriores, el Gobierno ya adelantó esta iniciativa y justo ahí pusieron el grito en el cielo periodistas o asociaciones que han permanecido calladas en una época de bulos tremenda en nuestro país. Silencio ante el acoso de periodistas, ante supuestos medios que parecen más una tapadera de intereses empresariales o políticos, ante activistas que van de periodistas boicoteando ruedas de prensa en el Congreso o saltándose las normas de la prensa en un juzgado, o medios que respaldan sin contextualizar una justicia que se desacredita sola en sus procedimientos, como vemos estos días. Son los mismos medios que con titulares tendenciosos han contribuido a la crispación, polarización u odio.

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Y perdonen el toque personal, pero este tema no solo me afecta como ciudadana y como periodista, sino como profesora de este oficio. Y como yo, muchos otros docentes que intentan enseñar un buen periodismo basado en la honestidad, en los derechos humanos y en la verificación, pero que, cuando el alumnado mira hacia algunos medios, encuentra que triunfan medias verdades, manipulaciones sutiles o descaradas y desinformación

Si algo necesitan los medios de comunicación también es ser transparentes. Mientras unos aclaran sus cuentas, otros se mantienen de forma extraña. O es milagro, que dudo, o nos gustaría saber quiénes están detrás. La lucha contra la desinformación debe ser compartida y extrañan desde semanas antes comunicados alarmistas sobre esta iniciativa. Porque se dice que es grave lo que puede venir con su aplicación, como si no fuera grave lo que ya ha ocurrido con la desinformación aplicada, que ha contribuido a complicar la convivencia, quitar apoyo social a determinadas víctimas, además del descrédito para las instituciones y la prensa. No es lo que viene solo, es lo que ya está.

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A partir de aquí, toca hablar. Definir qué es un medio de comunicación. Y repensar, sobre todo, cómo pretende la Unión Europea o el Gobierno parar los bulos porque no son solo los medios, sino también las redes sociales que amplifican canales dedicados a engañar o manipular. Y ese abanico hay que abrirlo, porque no nos informamos solo por medios. 

Un estudio de Reuters Institute preguntaba hace unos días en varios países cómo nos informamos. Si por medios o por influencers. Y quitando Twitter o Facebook donde los medios están algo más consolidados, juventud y mayores en el resto de redes dan la vuelta a la tortilla. En Youtube, la gente se informaba en un 46% con influencers y solo el 41% de medios. En Instagram, 53% de influencers y 41% de medios. Y en Tik Tok, 57% de la información llega por influencers, el 43% por gente corriente y los periodistas o medios están en último lugar, en un 34%. Este es el panorama. Así, pensemos cómo parar los bulos sin contar en estas medidas con algo más que medios tradicionales. 

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Toca trabajar porque el frente de desinformación es enorme. Por eso sorprendió desde el inicio esos periodistas o asociaciones que saltaron a la primera nada más conocer que se tomarían medidas. Suponía que estaban preocupados ante la deriva informativa en la que vivimos. Pero llama la atención cómo, en cambio, no se han irritado y han callado cuando los límites a la libertad de expresión llegan por golpe de talonario empresarial o por orden superior política. Ojalá hubiesen hablado siempre y no solo ahora. O quizás algunos están nerviosos solo porque tienen mucho que callar.

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