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Opinión · Otras miradas

Hay que moverse más

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Un hombre corriendo.- Freepik.

Sintiendo el calor de la antorcha olímpica (o del asfalto de esta ciudad), viendo cuerpos hercúleos y definidos batiendo récords en directo, pienso en el deporte y la forma en que se vive; como fin en sí mismo, como medio para otras cosas, como imperativo. Observo la diferencia entre atletas de élite y la actividad deportiva que hacemos el resto de los mortales, recuerdo la promoción que se hace del deporte bajo la premisa de su necesidad por salud, y sopeso las distintas razones por las que tanta gente no lo practicamos tanto. Me enfoco, sobre todo, en dos cosas: en la profesionalización del deporte, que puede resultar incompatible con su democratización, por un lado, y en la dificultad de acceso a este para muchas personas, por otro.

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A fallback.

Siempre que comienzan este tipo de competiciones retransmitidas hay tópicos que me llaman la atención. Cuando oigo que hay deportistas “mejores por naturaleza” pongo los ojos blanco polar, me empiezan a vibrar y siento que en cualquier momento comenzarán a emitir rayos láser letales. Para empezar, nadie es bueno en algo ¡¡¡solo!!! “por genética” o ya caemos en determinismos biológicos estúpidos, argumentos tremendamente sesgados, sexistas, racistas, caricaturizantes. Nadie “nace” con el don, ya que como bebés nos es imposible practicar propiamente un deporte y demostrar esa valía. En todo caso, esto “empezaría” en la infancia, y ahí ese cuerpo ya se ha modificado y seguirá siendo modificado por el contexto en el que es gestado, criado, expuesto a oportunidades de aprendizaje y otros acontecimientos que escapan de su control e incluso comprensión. No hay duda de que hay cuerpos que permiten actuar más fácilmente ante un requerimiento, con disposición a desarrollarse más ágiles, ligeros, altos, fuertes, rápidos, flexibles o resistentes que otros. Sin embargo, cabe incidir en que ser bueno en un ejercicio determinado implica una inmensa cantidad de trabajo, apoyo, recursos y oportunidades entre las sombras que comúnmente se ignoran y/o deliberadamente se ocultan.

Qué deporte hacemos, cómo, cada cuánto, con qué objetivo, quiénes y con qué compañía o sin ella no depende tanto de nuestra fisonomía, sino más bien de la clase social en la que nacemos, el género con el que socializamos, nuestra cultura, cómo nos alimentamos, quién nos cría, cuál es la relación que nos enseñan con nuestros cuerpos, y un inmenso etcétera que conforma aquello denominado habitus. Indudablemente, hay quien sobresale en un lugar con recursos bajos y logra colarse a la élite. Pero este caso se utiliza como ejemplo de la cultura del esfuerzo o de la gracia divina, eclipsando la realidad de los miles de personas que se esforzaron toda su vida por ser grandes deportistas y se quedaron en el camino porque su supervivencia requería priorizar otras cosas o no existían recursos suficientes. Supongo que interesa dar mayor visibilidad a un suceso poco común y concreto que a la verdad que esconde, generando falsas expectativas y grandes frustraciones.

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La profesionalización, privatización o perfeccionamiento de cualquier actividad que previamente era una práctica popular, ocio o costumbre es un rasgo de los tiempos en los que vivimos. El deporte no se escapa de ello. No quiero decir que ya no existan hombres que escalen por hobbie y lo pongan como biografía en su Tinder o quien eche pachangas con su grupo de amigos de toda la vida para recordar por un rato cómo se sentía ser joven. No obstante, hay tendencias que privatizan o polarizan estas actividades. Las redes se infestan de profesionales y aspirantes frente al simple juego o práctica amateur. El deporte ya no es solo algo que se hace entre personas, sino que es una competición con incentivos sociales, económicos, un espectáculo en torno al consumo. Hay quienes lo disfrutan sin participar, incluso hay “muchos quienes”, cada vez más, que juegan sus expectativas a cambio de una parte del sueldo mientras empresas se lucran con sus esperanzas, y ponen un local de apuestas en cada esquina de barrios obreros.

Poco a poco, eso que nació como un pasatiempo comunitario en el que muchos podían participar y todos presenciar, se ha convertido en un negocio de funciones televisadas, de difícil acceso a sus estadios y que mueve millones, que influyen también en gobiernos e instituciones públicas y pueden caer en grandes tramas de corrupción. A causa de la forma en la que el espectáculo de cualquier deporte de masas se encuentra organizado, el fanatismo resultante genera una deshumanización constante para los propios jugadores. Tampoco considero que toda profesionalización conlleve consecuencias negativas; las selecciones femeninas y los deportes paralímpicos sirven como referencia y facilitan el acceso de personas a prácticas deportivas que antes no podían hacerlo, o no habían considerado su participación. Pero sí creo que su transformación en un incentivo de consumo ha traído efectos adversos para la población.

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Detesto encontrar en redes cada vez más contenido de pequeños mercados de nicho que buscan crear necesidades o falsas esperanzas de ser más eficiente o ser alguien en una actividad, centrados en los resultados y escondiendo el proceso y arduo trabajo que verdaderamente requieren estas prácticas. No digo que no sea lícito aspirar a hacer una carrera profesional en el deporte, pienso sencillamente que no todos necesitamos ser bombardeados con ello, y menos si requiere el despliegue de medios económicos individuales. Las raquetas, guantes o zapatos especiales de ese deporte que un día fue nuestra ilusión acaban en los trasteros de miles de personas. A veces es por falta de tiempo, muchas otras por unas expectativas demasiado alejadas de la realidad. ¿Tan malo es ser mediocre?, ¿tan nocivo es hacer algo porque simplemente se siente bien en nuestros cuerpos?, ¿tan terrible sería unirse a un juego donde uno lo hace peor que los demás? Realmente el ejercicio es una actividad más. No quiero escandalizar a nadie, pero cuidado: el deporte puede ser algo no prioritario, que no se tome en serio, y eso no implica ser una persona sedentaria necesariamente. No hace falta ser alguien “fit” para pasar por la puerta de un gimnasio. Se puede ir sin dar especial importancia al entrenamiento y continuar con tu día, que simplemente sea una cosa más de las tantas que hagas, no lo que tú en esencia seas.

Aterrizando en los deportes comunes y abandonando el mundo profesional, a la mayoría de la ciudadanía nos apela el imperativo de hacer deporte por nuestra salud, surgiendo una importante cuestión, ¿por qué tanta gente no practica deporte? Más allá de análisis simplistas, como hablar de vaguería o debilidad, resulta que para muchas personas el primer contacto con el deporte ha implicado una gran violencia, generando una relación con esta actividad, que en caso de existir, siempre ha sido injusta o insatisfactoria por diversas razones. El humano, como homo faber, se caracteriza por ser un animal que disfruta haciendo cosas, de sus hazañas y su entretenimiento. El deporte puede ser una de ellas. Volviendo contra los esencialismos, no tiene sentido hablar de una incapacidad natural para el deporte. No es que tu cuerpo no esté hecho para moverse, es que nos han hecho creer que el deporte era una sola cosa, donde si valías, valías, y si no, tendrías que vivir toda tu vida sufriendo intentándolo o asumiendo las consecuencias de no practicarlo.

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Sé que el panorama está empezando a cambiar lentamente, pero cuando alguien menciona el deporte, a pesar de que haya pasado ya mucho tiempo, no puedo evitar conectar directamente con esos momentos en las pruebas físicas del colegio donde los compañeros se reían de mí (y de muchos más) juzgando nuestros cuerpos en desarrollo, nuestra grasa, nuestra lentitud, debilidad. Pienso en el examen de 400 metros lisos el año que me creció el pecho y la fila de compañeros burlándose de cómo botaba mi cuerpo. Recuerdo a mis amigos que lloraban frustrados en el baño por los insultos a su aspecto. Intento hacer ejercicios de pesas y pienso en los comentarios de mierda que me han soltado sobre si eso me hace menos femenina, si me voy a poner como “una marimacho, aunque se haya probado que los ejercicios de fuerza son uno de los factores más importantes que garantizan la salud ósea en las mujeres. Esto no es solo culpa del bullying o los estándares de belleza, también tiene que ver con la selección de los deportes que se presentan disponibles o se enseñan y las connotaciones atribuidas a determinadas actividades.

Los primeros acercamientos a la práctica deportiva se enfocan en agilidad, competición, resistencia o velocidad. En pocos colegios se enseñan ejercicios de bajo impacto como el yoga, el pilates, o rutinas de estiramientos, enfoque por grupos musculares adaptados a distintos cuerpos, métodos de respiración y reducción de estrés y ansiedad, entrenamiento de fuerza por niveles, deportes colaborativos y en equipo que trabajen la socialización entre personas y donde el objetivo sea disfrutar a partir del cuerpo… prácticas y recursos deportivos más accesibles, divertidos y útiles para todos. Los estudios de las urbanistas Honorata Grzesikowska y Ewelina Jaskulska muestran cómo las niñas siguen jugando en los márgenes en los patios del colegio, sin poder ocupar ni disfrutar de las pistas de deporte, culpa de la falta de enfoque de género y selección de actividades en el recreo de los centros educativos. No tengo nada contra el atletismo, el fútbol o el balonmano, pero sí con su exclusividad deportiva en la educación. La mayoría de nosotros no volverá a hacer un test de Cooper, pero muchos necesitamos tener recursos para no perder la fuerza física, hacer frente a horas de estrés, dolores de espalda, un cuerpo enfermo, inflamado, que se rehabilite mejor ante lesiones o accidentes. También me parece una pena tener que pedir una alternativa deportiva que sea reactiva, centrada en paliar efectos del trabajo y la vida adulta. Ojalá hubiera más tiempo y vida para desarrollar otras destrezas.

Cuando crecemos algo más, el contacto común con el deporte comienza a enfocarse a un fin: la salud. En ocasiones, es real, pero esconde también connotaciones más estéticas que sanitarias, algunas incluso yendo en contra de la salud de nuestros cuerpos. Cuando pisas un gimnasio, si preguntas la razón de ingreso de la mayoría de usuarios, se centra en objetivos de apariencia. “Quiero estar más grande, parecer más fornido”, ”quiero estar más delgada, controlar la grasita”, “quiero aumentar mis glúteos”. De hecho, es común que los propios entrenadores de gimnasio te pesen y te pregunten qué tipo de cuerpo esperas obtener por costumbre, sin considerar previamente cuál es tu relación con tu cuerpo, la presión estética que cargues, tu alimentación, o incluso en algunos casos de negligencia si eres enfermo de cualquier tipo. No se da formación sobre trastornos alimenticios o de dismorfia corporal para monitores de centros deportivos, ni mucho menos existen dispositivos de detección temprana o protocolos de intervención en casos así, cuando paradójicamente en los gimnasios se dan una gran cantidad de casos de insatisfacción corporal a distintos niveles. ¿Cómo no va a ser así, si nos bombardean con estándares delgados y tonificados, pieles tersas y jóvenes, cuerpos esbeltos y trabajados?

La estética se asocia al cuerpo que tiene trabajo detrás, pero a su vez, el trabajo del cuerpo es superficial, centrado en el resultado y la apariencia y no orgánico, holístico, con fines integrales. Una persona de complexión gruesa que entra a un gimnasio resulta una contradicción extraña para los espectadores que silenciosamente la juzgan: deberías estar aquí para dejar de ser tú, pero estando aquí, te juzgamos por ser tú, porque los que están aquí ya deben no lucir como tú. Pones un pie en cualquier clase colectiva después de un festivo y se escuchan a los monitores deportivos desde lejos diciendo que hay que quemar los excesos que nos hemos dado. El incentivo al ejercicio pasa por el pago de una subscripción, que no solo implica un compromiso, sino también el acceso a unas instalaciones que pública y gratuitamente no están disponibles. Por no hablar de la dificultad de acceso de todos los cuerpos diversos funcionalmente, con necesidades distintas o que requieren adaptaciones para poder simplemente moverse o ejercitarse, los cuales son diariamente violentados y juzgados en cualquier ámbito, no escapando el deporte. Si quisiera hacer justicia a estos casos requeriría todo un artículo más, pero como no soy experta en ello ni tengo todo el espacio del mundo, al menos quiero recordar su existencia e importancia. ¿Cómo no vamos a tener una relación complicada con el deporte si así está el patio? ¿Cómo no va a haber tanta gente que no practique actividad física si este es el contexto al que debe exponerse, sumado a las exigencias, tareas y límites que la vida adulta diaria le interpone?

Afortunadamente, existen otras formas de deporte, y los sectores más críticos tratan de mostrar alternativas donde la comunidad, la salud, el género y la diversidad de cuerpos sean la prioridad. Recuerdo que el deporte también puede hacerse porque se siente bien, por la música que escuches mientras te guste, por ser tu momento de desconexión, por poder estar rodeado de la naturaleza, por ser el hueco en el que ves a una amiga, por ser tu espacio para conocer gente nueva o a tu próxima pareja, porque quieres organizar un torneo solidario para una causa importante. No eres peor persona por no ir un mínimo de tres días al gimnasio, ni desde luego mejor por tener un conteo de macros nutricionales diario. Está bien aspirar a solo existir en el mundo, sin ser profesional. Me encantaría ver nuevos juegos, nuevas reglas, nuevas formas de ocupar el espacio y ver a los cuerpos en movimiento. Ojalá que más gente mediocre se mueva sin culpa ni expectativa, haciendo lo que a ellos les venga bien y les guste. El deporte es importantísimo, sí, también lo es hacerlo en la mejor de las condiciones posibles, y no con dolor, vergüenza, violencia o injusticia. Un deporte que ponga el cuerpo en el centro reconoce inmediatamente que requiere de otros cuerpos para su bienestar. Es muy fácil soltar al aire que “hay que moverse más”, y estoy de acuerdo, pero movernos, movilizarnos, para que la actividad física y la vida sean siempre algo mejor que esté por venir.

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