Opinión · Otras miradas
'El proceso' de Kafka y el juez Peinado
Escritor. Autor de 'Querqus', 'Enjambre' y 'Valhondo'.
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Emulando a los profesores que cuando injustamente les critican diciendo que trabajan poco y se defienden, con el razonable argumento de que su trabajo no es solo dar clases, sino prepararlas, investigar, documentarse y corregir ejercicios y exámenes..., yo, para escribir este artículo, me he releído El proceso de Kafka, pues sabía que esa lectura me desentrañaría los enigmas de la actuación del juez Peinado.
Tampoco lo tenía muy complicado, porque la justicia hispana, en el obrar disparatado, parcial y politizado de algunos de sus jueces, es absolutamente kafkiana. Conocemos sus nombres. Gabriel Rufián y Ione Belarra lo denunciaban hace unos días valientemente en el Congreso de los diputados.
“Alguien tenía que haber calumniado a Josef K., pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo.” Así comienza la novela en la que su protagonista, a partir de esa detención, se va a ver envuelto, aprisionado, en una pesadilla, un infierno judicial sin llegar a saber jamás de qué se le acusa exactamente. Un proceso abierto sin causa. Un laberinto tan angustioso, oscuro y surrealista, por el que van a ir desfilando abogados, testigos, consejeros, guardianes, tribunales, hasta acabar con Josef K. - su trabajo, su prestigio, su salud y su vida - de una manera espeluznante.
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Lo más parecido al proceso que está llevando el juez Peinado contra la mujer del presidente del gobierno. Y digo presidente como institución, y no Pedro Sánchez. Un proceso kafkiano, en el que, tras más de tres meses desde su apertura, nadie sabe, igual que Josep K., el contenido exacto, concreto y riguroso de la acusación.
Hasta que se presentó el martes pasado en La Moncloa, que es la residencia del poder ejecutivo, elegido democráticamente, y representa, por tanto, la casa de todos los españoles, para interrogarle.
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Que un juez se presente en La Moncloa - algo inédito en España -, pertrechado de cámaras para grabar la fallida película que al instante difundiría Vox (el pueblo llano diríamos: “Algo muy gordo tiene que ser”), solo puede responder, según mi humilde criterio, a tres razones:
Estar absolutamente seguro y convencido, pruebas e informes en mano, de la comisión de un delito muuuuuy grave, pues no es desconocedor del riesgo y la repercusión mediática, incluso para tumbar a un presidente con su gobierno, que esa imagen va a tener en el mundo; ser poco competente en materia procesal o estar movido por otros intereses.
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La primera, a tenor de su proceder, es bastante dudosa: se inicia con denuncias de recortes de prensa, algunos falsos, a iniciativa de Manos Limpias, al que, al olor de la sangre, se suman Hazte Oír y Vox, vamos, lo mejorcito de España (es lo que hacía la policía patriótica del PP, en tres simples pasos: inventar un caso, pasárselo al estercolero periodístico afín que lo aireaba e iniciar la justicia un proceso penal); hay dos informes de la UCO que no observan ilegalidad alguna y, a pesar de las peticiones de la fiscalía y la defensa, denunciadas a la Audiencia de Madrid por un procedimiento prospectivo y universal (lanzar la caña a ver si se pesca algo), el juez no explica la concreción de sus acusaciones, ni siquiera los indicios del delito. Mala defensa, igual que con Josef K., puedes hacer si no sabes con exactitud, tras cien días de proceso, de qué se te acusa.
Para la segunda hipótesis, la más kafkiana por lo que tiene de enredo y paranoia, los expertos en la materia, no yo que soy un simple espectador, dicen que nunca se ha conocido un proceso tan anormal y estrambótico como este. Pues para el órdago de ir a La Moncloa hay que ser muy riguroso en el procedimiento. Aquí es todo lo contrario. Se cita a la acusada y no puede declarar porque se ha añadido una nueva acusación de Hazte Oír y no se ha comunicado a la defensa (interrogatorio suspendido), se toma declaración como testigos al rector de la Complutense y al empresario Barrabés, y, sin haber sido advertidos según están declarando, a los tres días los convierte en imputados sin esgrimir razón alguna; no admite la declaración por escrito del presidente porque, agárrate al despropósito, le va a interrogar en calidad de esposo y no de presidente, como si ambos estados pudieran disociarse, y habiendo escrito semanas antes que la investigación era por su cargo. Oiga, señoría, si es como esposo, vaya usted a su domicilio conyugal o cítele en el juzgado. Pero no, claro, tenía que ser en La Moncloa. ¡Díganos para qué!
Y la tercera y última tampoco es invención mía, sino de la abogacía del Estado, que se ha saldado con una querella contra el juez por prevaricación, por dos minutos de gloria y no declaración. Lo previsible. Un delito muy grave en un juez. Tal y como dice la querella: “Dictar una resolución injusta y a sabiendas”. Que conlleva un mínimo de cuatro años de cárcel. Que se lo pregunten al encarcelado juez Alba, que de esto sabe bastante.
Mientras tanto, a esperar al siguiente capítulo de esta novela - ¡Lo siento, querido Kafka! - que hace bueno el dicho de “la realidad siempre supera a la ficción”. Mañana puede haber una nueva resolución imputando a Pedro Sánchez, no se sabe si como cónyuge, como yerno o como vecino del sexto. Pero la causa pasaría al Supremo por su aforamiento y el juez Peinado se vería despojado de los laureles de cambiar el curso de la historia y el futuro de la madre patria. Vanitas vanitatum, omnia vanitas.
Yo me santiguo, sin ser creyente, por el devenir del caso, pues, como la mayoría de los españoles, he perdido la confianza en la justicia española. Y esto es muy grave para una democracia. La institución peor valorada. ¿Acaso no les importa? Los aliados son muy poderosos: el dinero que todo lo compra, sus medios de comunicación manipulando a la gente, los ideólogos en las tertulias, las redes sociales a sueldo, sus organizaciones y partidos políticos, la justicia amiga (Cosidó, exportavoz del PP en el Senado: “Controlaremos la sala segunda del Supremo desde detrás”). Duele que los jueces honrados y comprometidos, sin lugar a duda la mayoría, viendo este lodazal político/mediático/judicial no se rebelen.
Tiemblo de miedo e incertidumbre, como Josef K., por saber en manos de quién caerá el asunto en la Audiencia de Madrid. Ya mosquea, que, ante un tema de tantísima gravedad y urgencia, hayan contestado al abogado que pedía la anulación de la causa que no dictaminarían antes del 30 de septiembre. Como para haber preguntado: ¿pero de qué año? Por supuesto, mejor esperar la imagen del juez entrando en La Moncloa de la mano de Manos Limpias, Hazte Oír y Vox - ¡qué buenas compañías, señoría! -, para interrogar al presidente del gobierno. ¡Puffff! ¡Qué miedo dais! Están tan crecidos que no van a parar hasta cumplir sus objetivos. Que no son otros que cargarse al gobierno. Al precio que sea. Escucharles trasmitiendo ese odio y esa rabia da escalofríos.
Por eso la querella por prevaricación me ha parecido valiente y necesaria, además de por hacer justicia, por parar esta deriva de la justicia española. Ya basta de hacer lo que uno crea y le dé la gana, retorciendo las leyes según tu gusto e ideología, subvirtiendo la separación de poderes. ¡Ya vale de salvadores! No queremos que nos salvéis de nada. Vuestro papel como jueces y fiscales, como funcionarios públicos pagados con nuestros impuestos, es solo ejecutar las leyes que emanan del pueblo, no interpretarlas a vuestro antojo.
En este sentido, y por acabar sin partidismos, decir que también duele la actitud del presidente del Gobierno presenciando estos años casos similares al suyo, y muchísimo más graves, y no haber tenido ni una palabra de apoyo, denuncia y propuesta de cambios para acometer la regeneración de la justicia en España. Sindicalistas condenadas por ejercer sus derechos (las seis de la pastelería La Suiza de Gijón, tres años y medio de prisión), manifestantes en la cárcel (los seis de Zaragoza por desórdenes públicos contra un mitin de Vox, condenados a cuatro años y nueve meses), cantantes enjuiciados (Valtònyc condenado a tres años y medio por cantar que el rey Juan Carlos es un ladrón), el diputado Alberto Rodríguez, despojado de su acta por el empeño de un juez y una presidenta de la Cámara ( ¿Y ahora cómo se resarce esto, una vez que el Constitucional anuló esa sentencia injusta, tan grave que le costó lo más sagrado en democracia: su expulsión cómo diputado? ¿Sería bueno, ante el imposible resarcimiento, procesar a ese juez y a esa expresidenta del Congreso, o se pasa olímpicamente página?), afiliados del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) que acumulan ya más de cuatrocientos años de petición de cárcel, decenas de años de prisión por una simple pelea en un bar para los jóvenes de Alsasua con sus vidas amputadas, persecución a los líderes independentistas catalanes espiados y acusados de terrorismo o la destrucción de partidos políticos.
Sí, efectivamente, me refiero a Podemos, un partido que recibió en el año 2015 (hace solo nueve años), junto a IU y a las confluencias 6,1 millones de votos. Y que ha soportado 20 querellas criminales, todas archivadas. ¿Y aquí no pasa nada, señorías? Más el descrédito y la difamación, el espionaje y el acoso cruel y desalmado a la familia de Iglesias y Montero, en el que una jueza no ha visto recientemente delito alguno. Que Pedro Sánchez acudiera a una entrevista con Ferreras, tras su carta y parón de cinco días, conociendo sus palabras con Villarejo para acabar con Podemos: “Inda, voy con ello, pero es demasiado burdo.”, es absolutamente inmoral y contradictorio. Sobre todo si estás planeando acabar con el fango mediático y judicial, siendo Ferreras un actor en esa causa. Incluyendo las vomitivas grabaciones sobre su mujer, la sauna y el “dar hostias a Pedro Sánchez” (sic). ¡Hay que tener cuajo, presidente!
Igual que acudió Yolanda Díaz, colaboradora principal en la destrucción de Podemos y que ahora, dada su mala gestión de Sumar y su deshumanizada traición a las ex compañeras/os que le auparon a la vicepresidencia, abandona el barco tras el naufragio. Aunque con su tarea destructiva bien hecha. Roma traiditoribus non premiat. Que se lo pregunten a Errejón que de esto – a la traición me refiero - también sabe bastante. Con lo fácil que lo tenían y la esperanza que se había puesto en la unión de toda esa izquierda, para dilapidarla en cuatro días. Ahora, a volver a la casilla de salida. Partir de cero y esperar otros veinte años a que nazca otro 15M. Aunque para entonces, algunos ya estemos muertos. ¡Qué pena!
Lo que no resta, querido Pedro Sánchez, para que denunciemos el proceso que estás padeciendo, tú como presidente del Gobierno y toda tu familia. Que es un sumatorio de todo lo anterior, ahora sufrido en tus carnes, pero que nos afecta a todos al tratarse de la presidencia del Gobierno. Del presidente de todas y todos los españoles. Nuestro presidente. La gota que colma nuestras aspiraciones ciudadanas para acometer de verdad la necesaria reforma de la justicia en España. De principio a fin y de la A a la Z. Urgente y necesaria. Antes de que todos acabemos como el protagonista de El proceso de Kafka.
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