Cargando...

Opinión · Otras miradas

Aprendamos del levantamiento antirracista en Gran Bretaña

Publicidad

Protestas antifascistas en varias ciudades británicas.- EFE/EPA/MARK THOMAS

Estos días ha habido muchos titulares acerca de las terribles agresiones racistas y fascistas ocurridas en diferentes ciudades británicas, incluyendo ataques incendiarios contra edificios donde vivían personas que buscaban asilo.

Click to enlarge
A fallback.

Los medios también han mencionado la respuesta urgente por parte de activistas antirracistas. Y no tenían otra opción sino la de reconocer la enorme ola de protestas vecinales del miércoles 7 de agosto (7-A), cuando unas 25.000 personas, en decenas de ciudades por todo el país, respondieron a una llamada a defender los locales relacionados con la migración que los fascistas amenazaron con atacar.

Lo que no se ha explicado es de dónde llegó esta movilización: se ha dado la impresión de que fue algo espontáneo, o quizá debido a un supuesto carácter bondadoso británico.

Dado el grave contexto del auge fascista en el ámbito internacional, sería interesante poder reproducir la respuesta antirracista de Gran Bretaña.

Pero claro, si solo se debe al azar, no hay nada que hacer. Si se debe al carácter británico, tendríamos que resignarnos a pasar años comiendo fish and chips grasientos (de hecho, y por suerte, como plato nacional, lo ha superado el curry de pollo), y bebiendo cerveza tibia, esperando que se nos pegue ese carácter británico.

Publicidad

La buena noticia es que la explicación es otra, y hay pasos menos dolorosos que podemos —debemos— dar para avanzar en la dirección señalada por la magnífica respuesta solidaria del miércoles 7-A.

Esas protestas respondieron —de manera mucho más masiva de lo que nadie se esperaba, eso sí— a una convocatoria del movimiento unitario británico, Stand Up To Racism (SUTR). Fueron también fruto de años de lucha unitaria contra el fascismo y el racismo, con grupos locales de SUTR activos en ciudades y barrios de todo el país.

La idea de una lucha unitaria contra la amenaza ultra parecería de sentido común, pero no es así. Dentro de las izquierdas, las visiones dominantes sobre cómo hacer frente a la extrema derecha son otras.

Evaluemos, entonces, las diferentes estrategias frente al fascismo a la luz de las masivas protestas en Gran Bretaña de estos días.

¿Qué es el antifascismo?

Mark Bray, en su libro Antifa: El manual antifascista, descarta que el “antifascismo” suponga simplemente oponerse al fascismo. Bray solo acepta como “antifascistas” a corrientes anticapitalistas, y solo si practican la acción directa. Descarta explícitamente a los movimientos unitarios y plurales.

Publicidad

Al hacerlo, Bray es fiel a la tradición “antifa” que arrancó hace casi un siglo, con “Acción Antifascista”. Pero esa estrategia —aún bastante hegemónica dentro de la izquierda radical— fracasó; su sectarismo fue un factor a la hora de permitir a Hitler llegar al poder.

Volvamos a las protestas en Gran Bretaña. Según Bray, éstas no serían “antifascistas”: no expresaron un programa político anticapitalista. Pero sin programa alguno, empequeñecieron a las pocas movilizaciones fascistas que se produjeron, impidiendo así los asaltos contra centros de ayuda a personas refugiadas que habían propuesto. El camino se ha demostrado andando.

Publicidad

Yo no tengo problema alguno con el anticapitalismo, soy anticapitalista. La lucha unitaria contra el fascismo debe incluir a activistas “antifa”, y estaban presentes en las protestas en Gran Bretaña, en algunas ciudades de manera muy significativa. Pero no se puede restringir el movimiento contra el fascismo a quienes compartan uno u otro programa anticapitalista.

Acción directa

Y ¿qué pasa con “la acción directa”? Es cierto que la lucha contra el fascismo no puede descartar la parte física. Pero es una cuestión táctica, y las tácticas deben variar según la situación.

De nuevo, la experiencia en Gran Bretaña nos da claves esenciales.

Cuando un puñado de fascistas se encontraba rodeado por miles de manifestantes, no hacía falta ninguna acción directa minoritaria. De haberse producido alguna, habría quitado el protagonismo de las y los actores reales, que era la masa de la gente, no unos pocos hombres expertos en artes marciales.

En situaciones menos favorables para nuestro lado, el combate físico tampoco resuelve nada. El sábado 3 y el domingo 4 de agosto, en algunas ciudades, grupos de decenas de antirracistas se encontraron superados en 3, 5 o 10 veces por las hordas racistas y fascistas. Ninguna cantidad de entrenamiento con artes marciales podía solucionar esto.

La clave es movilizar a más personas. Y para hacer esto, hay que hablar con la gente, en el trabajo, la panadería, las asambleas de diferentes movimientos… Quien quiera levantar pesas o practicar karate, que lo haga, pero es una opción de ocio, no de construcción política.

¿Una alternativa electoral?

La victoria electoral del Nuevo Frente Popular sobre Le Pen, en Francia este julio, animó a mucha gente. Pero igual que el modelo de “Acción Antifa”, la estrategia de coalición electoral ya demostró sus limitaciones en los años 30. La diferencia es que donde el modelo “Antifa” intenta imponer al resto una política radical, con el frente popular, la izquierda radical se somete a un programa reformista.

Esto a su vez limita su capacidad de impulsar las luchas sociales que necesitamos ante las múltiples crisis que acechan el mundo… dejando vía libre al fascismo para fingir ser la única alternativa, con sus “soluciones” falsas.

En cierto sentido, el frente popular no es una posible opción de futuro; es lo que ya tenemos con el Gobierno de Sánchez y su bloque de investidura.

Ha debilitado las luchas sociales, pero no ha servido para derrotar a la extrema derecha. Esta puede perder algunos escaños, pero sigue engañando a la gente y construyendo sus organizaciones.

Las movilizaciones masivas en decenas de ciudades británicas, en cambio, sí sirvieron para desmoralizar profundamente a las bases ultras. Por supuesto, la cosa no acaba aquí, pero indican un camino mucho más efectivo que la vía institucional.

El racismo y el fascismo

Es importante tener claro que el racismo y el fascismo son diferentes, pero que están muy relacionados.

El fascismo no es solo un racismo exacerbado; busca acabar con todo vestigio de la democracia limitada que aún nos queda. Por tanto, amenaza de manera directa a casi todo el mundo.

Y el racismo no se limita a la extrema derecha. En los últimos años hemos visto como el establishment europeo —tanto partidos conservadores como socialdemócratas— ha aumentado el racismo hacia la gente migrada y refugiada y, de manera especial, ha intensificado la islamofobia. Aquí tenemos ejemplos como la masacre en Melilla en 2022, o las múltiples deportaciones de activistas musulmanes, como Mohamed Saïd Badaoui, compañero de UCFR.

El racismo institucional y las campañas de odio racista de muchos medios de comunicación crearon las condiciones para los recientes pogromos en Gran Bretaña.

Pero muchos grupos del “antifascismo radical” no hacen trabajo antirracista: en algunos casos, incluso fomentan la islamofobia en nombre del “laicismo”. Mientras, los partidos socialdemócratas —un elemento clave en los frentes populares— a menudo son responsables del racismo institucional.

En cambio, las protestas en Gran Bretaña fueron modélicas, al fundir a gente blanca y racializada, muy diversa, en una unidad donde destacaban jóvenes musulmanas con hijab, afrodescendientes con rastas, rabinos mayores, sindicalistas de todos los colores… Por supuesto, incluían a muchas personas laboristas —incluso diputados/as—, pero lejos de intentar imponer al resto el programa de su partido (actualmente bastante racista), el sector laborista se sumó a los gritos contra el fascismo y por abrir las fronteras.

De paso, las movilizaciones también mostraron que muchísimas personas trabajadoras blancas entienden que el racismo no les trae beneficios o “privilegios”; entienden que la discriminación racista sufrida por sus vecinas y amigas racializadas amenaza al conjunto de la gente trabajadora y que resistirse al auge fascista y racista es una responsabilidad compartida.

“Quédense en casa”

Cuando Stand Up To Racism llamó a movilizarse para defender los centros de ayuda a migrantes el 7 de agosto, recibieron críticas. Algunas personas dentro de los movimientos argumentaron que se debía “dejar que la policía hiciera su trabajo” y que la gente debía quedarse en casa.

Incluso una conocida ONG británica que dice combatir la intolerancia ha afirmado que —“según sus investigaciones”— las protestas callejeras que se enfrentan al fascismo son contraproducentes, que es mejor no hacerles frente. Proponen alternativas como escribir cartas a las instituciones, o fomentar iniciativas por parte de empresarios locales y líderes de ONGs.

Pero la ola de violencia fascista empezó con un asalto a la mezquita de Southport, cerca de Liverpool, la noche del 30 de julio; incluso intentaron quemarla con la gente dentro. Días antes la mezquita había avisado a la policía de las amenazas recibidas; durante el ataque hicieron llamadas desesperadas a la policía, sin que llegasen fuerzas suficientes para defenderlos.

La verdad es que hay muchas pruebas de racismo sistémico dentro de las fuerzas policiales.

Es de saludar que decenas de miles de personas entendiesen que no podían confiar en la policía para proteger a sus vecinas y vecinos, y que debían salir a la calle.

Apliquemos las lecciones

Escandalosamente, el gobierno británico pasó muy rápidamente de saludar la respuesta popular contra el racismo, a quitarle importancia.

La mañana del jueves 8 de agosto, el nuevamente elegido Primer Ministro laborista, Keir Starmer, ya estaba diciendo que la derrota de los fascistas la noche anterior se debía al despliegue policial.

Una ministra añadió que las rápidas condenas a fascistas en los tribunales habían disuadido a los ultras. Pero las condenas de dos o tres años de cárcel —tras intentos de homicidio, la quema de una furgoneta policial, y muchas agresiones racistas más— no se comparan con las penas mucho más largas que los tribunales imponen a activistas ecologistas por acciones de desobediencia civil.

Sugerir que este fuera el factor clave es puro cinismo, y un intento de hacer volver a la botella el genio de la movilización popular antirracista desatada estos días.

Desde las izquierdas y los movimientos, la lección debe ser la opuesta: debemos trabajar para impulsar la lucha unitaria y activa contra el racismo y la extrema derecha en todos los lugares posibles.

Hace 14 años que existe Unitat Contra el Feixisme i el Racisme (UCFR) en Catalunya; ahora abarca un espectro muy amplio de los movimientos y las izquierdas del país.

Salvando pocas y pequeñas excepciones, no existe movimiento unitario parecido en el resto del Estado español.

Quienes hayan sentido inspiración y esperanza al ver las grandes protestas de estos días en Gran Bretaña debería juntarse con más personas para construir un movimiento unitario en su territorio. No dará resultados instantáneos, pero si queremos cerrar el paso al fascismo, emprender ese trabajo cuanto antes es nuestra mejor opción.

Pongámonos manos a la obra. Como ha demostrado de manera brillante la gente de los barrios populares de Gran Bretaña, somos mayoría: podemos y debemos ganar.

  • Quienes tengan interés en impulsar un movimiento unitario en su territorio pueden contactar con UCFR vía: https://ucfr.cat/contacte

Publicidad

Publicidad