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Opinión · Otras miradas

Qué opinaban de Rusia las 50 mujeres con las que experimentó Vallejo-Nágera

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Antonio Vallejo-Nágera Lobón, padre del psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera, quería demostrar que el marxismo era algo así como una enfermedad mental producida por un gen: el gen rojo. Tras el golpe militar de Francisco Franco, lo tenía todo a favor para poder corroborar su tesis. En uno de sus textos, publicado en la revista Semana Médica Española, aseguraba que “la enorme cantidad de prisioneros de guerra en manos de fuerzas nacionales salvadoras de España” le permitía poder llevar a cabo “estudios en masa, en favorabilísimas circunstancias que quizás no vuelvan a darse en la historia del mundo”.

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En agosto de 1938, Franco había autorizado la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas y Vallejo-Nágera era el director. La profesora Maria Isabella Mininni recoge en un artículo que “el material humano” estudiado por el psiquiatra se clasifica en cinco grupos: “combatientes internacionales”, “presos políticos varones de nacionalidad española”; “presos políticos hembras”; “separatistas vascos” y “marxistas catalanistas”.

En esa época, al menos, Vallejo-Nágera llevó a cabo dos estudios con los que pretendía confirmar su hipótesis. Empezó por los “combatientes internacionales” y  “presos políticos hembras”.

El primer estudio buscaba comprender la psicopatología de casi 300 brigadistas internacionales que estaban encarcelados en el convento de San Pedro de Cardeña, en Burgos. En el libro Trauma y memoria en las víctimas del franquismo. Su transmisión a las siguientes generaciones asegura que concluyó que “la mayoría de ellos eran escasos de inteligencia, faltos de cultura y de temperamento degenerado, lo que les hacía especialmente proclives a la propaganda marxista”.

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El otro experimento que llevó a cabo fue con 50 mujeres de la prisión de Málaga. Las conclusiones las publicó en el estudio Investigaciones psicológicas en marxistas femeninas delincuentes, que firmó con Eduardo M. Martínez, director de la Clínica Psiquiátrica de Málaga y jefe de los Servicios Sanitarios de la Prisión Provincial. Antonio Nadal, en el artículo Experiencias psíquicas sobre mujeres marxistas malagueñas, propone que seamos los lectores y las lectoras quienes decidamos si se trata de “un estudio médico o una incalificable demostración de la degeneración a que pueden llegar intelectuales o profesionales en regímenes fascistas”.

El experimento partía de tres premisas, que Nadal recoge en su texto: “La mujer roja y la mujer en general tiene rasgos físicos y psíquicos de extraordinaria inferioridad en relación al hombre”; “el marxismo y la revolución unidos a la mujer deben ser tratados médicamente no políticamente” y, por último, aseguraban que en "caso malagueño”, las mujeres rojas eran seres degenerados, feroces y criminales.

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Las historiadoras Encarnación Barranquero Texeira y Matilde Eiroa San Francisco, en La cárcel de mujeres de Málaga en la paz de Franco, cuentan que consideraron que el comportamiento de las mujeres en Málaga había sido de una “extrema ferocidad, similar al que habían mostrado en las revoluciones francesa y rusa”. Esta idea, dicen, surge debido a “la gran campaña de propaganda realizada en prensa, radio, y en libros de falangistas conocidas, en cuyas páginas se habían aireado las barbaridades cometidas por las malagueñas, como el hecho de cortar miembros a los cadáveres, sacarles los ojos, ponerles en la boca cigarrillos o defecar en su cuerpo”. En Pequeña historia de ayer, la conocida jurista Mercedes Formica, asegura que una mujer, “la más decidida”, “se abrió de piernas, levantó sus faldas y bañó de orines la cara ensangrentada” del falangista Eduardo Bayo Alexandre.

En el estudio concluyen en que “la tiranía roja” desborda “los límites de la criminalidad femenina habitual, participando en el pillaje, en los incendios, en la destrucción de objetos religiosos, también en las matanzas, con marcado carácter sádico”. Aseguraban que “en las revueltas políticas” encontraban la posibilidad “de satisfacer sus apetencias sexuales latentes”, aunque observaban que las que participaban en la vida política no lo hacían “arrastradas por sus ideas, sino por sus sentimientos, que alcanzan proporciones inmoderadas o incluso patológicas, debido a la irritabilidad propia de la personalidad femenina”. De las cincuenta mujeres que fueron sometidas al estudio, 33 estaban condenadas a muerte, 10 a reclusión perpetua; el resto, a penas entre 10 y 20 años.

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Según recogen en el estudio, todas habían participado “durante el dominio marxista” en “asesinatos, saqueos, incendios”. Algunas, se habían “distinguido por su necrofagia, ensañándose con los cadáveres o befándose de ellos, luego de presenciar el asesinato con morbosa delectación”. Entendían como militantes a las “hembras marxistas que, armadas de arma corta o larga, vestidas con el clásico mono, fueron alguna vez al frente y tomaron parte directa en los crímenes urbanos”.  Además, Eduardo M. Martínez y Antonio Vallejo-Nágera Lobón querían saber qué opinaban de Rusia. Ninguna contestó aquello de “es un país donde vive gente maravillosa”, pero las respuestas tienen también su miga: Mal, tienen la culpa de todo, un fracaso, un pueblo de fieras, un caos o unos piojosos. El 32% aseguraba que no opinaba “nada”.  En el estudio les preguntaban también, cómo no, por su vida sexual. Creían que se habían “pronunciado con sinceridad”. Bueno, “excepto, acaso, en las infidelidades conyugales, que ninguna ha confesado”. Siete de las mujeres analizadas declararon dedicarse al trabajo sexual.

En junio de 1958, Franco dio una entrevista al periódico francés Le Figaro. En concreto, al periodista Serge Groussard. “Franco hace importantes declaraciones políticas e históricas a Le Figaro, de París”, tituló el ABC. Entre otras cosas, aseguraba que los “errores” habían sido “escasos”: “Desde luego que ha habido condenas y ejecuciones después de la guerra de liberación. Y también desde luego que debió haber algunos actos exagerados…. Pero los errores fueron escasos”.

Desde luego, miente.

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