Opinión · Otras miradas
Cómo quieres que conecte contigo
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No es repulsa hacia los ricos progresistas, como los llaman – y se autodenominan – desde sus círculos cercanos, sino repulsa hacia la ostentación. Y no es por pecado o envidia o catolicismo, no, sino porque es complicado conectar con ciertos mensajes cuando tu misma forma de actuar – ¡en público! – los contradice.
Pasó el otro día con Inés Hernand, con quien siempre pasan muchas cosas porque sabe vivir en la polémica cual estrella polar sobre el Polo Norte, que se montó un escandalazo en redes sociales tras vérsela colegueando con Cristina Cifuentes, expresidenta de la Comunidad de Madrid.
En un brevísimo vídeo difundido por varias cuentas con miles de seguidores, la influencer aparecía, en el contexto de una promoción de Master Chef Celebrities, compadreando con la expolítica y llamándola “icono” en un ambiente bastante coloquial y distendido.
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Inmediatamente, las redes explotaron cual carburador alemán y se desató una pseudopurga contra Inés, quien, a las pocas horas, en una de las peores decisiones que he visto en toda mi carrera como periodista, decidió soltar un comunicado “rebajando” la situación – y ahora uso comillas porque más que rebajar, encendió la parrilla con todavía más fiereza –.
Obviando por hoy la extraña obsesión de ciertos perfiles mediáticos por sacar comunicados sin entender muy bien cómo funcionan – en serio, contratad a una profesional que os eche un cable con esto –, resultó llamativo del texto ver cómo Hernand se excusaba por… ser rica.
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Sin venir a cuento y sin mucho sentido, como si la influencer prefiriera encender todavía más el asunto en lugar de rebajarlo – es curioso, pues yo me enteré del presunto escándalo por el comunicado y no por lo sucedido en sí –, Inés sacaba una especie de carta que nadie le había pedido -como cuando juegas al Uno y te tiran un +4- donde aseguraba que vivía con muchas contradicciones por irse a la otra punta del mundo de vacaciones y tener un iPhone.
Reflexionando con frialdad, me cuesta mucho entender, en serio, qué diablos tiene que ver llamar “icono” a una expresidenta de la Comunidad de Madrid con dejar caer en un comunicado que ganas mucho dinero – ah, por si os lo preguntáis: no le veo el sentido a la polémica, creo que le dijo eso a Cifuentes en un ambiente completamente banal donde podría haberla llamado “tía”, “genia” o “piba”, da exactamente igual –. Lo que creo que no entiende Hernand, a quien no consumo aunque tampoco me caiga mal, es que es muy complicado mantener un discurso progresista, como también aclara en el comunicado, con la perpetua ostentación de la posición de acomodo económico en la que se vive.
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Puedo comprender perfectamente que tuviera ganas de defenderse ante las acusaciones de pijerío que le cayeron, pero me parece absurdo tratar de recordar todo el rato lo comprometida y concienciada que estás aun viviendo forrada. Primero, porque me parece obsceno – y esto quizá sí sea por catolicismo, vete tú a saber –. Segundo, porque revienta tu mensaje.
A mí me parece bien que Hernand gane dinero. Mejor dicho: me da lo mismo. Por mí, puede quedar con sus amigos en un descampado para quemar fajos de billetes y hacer un rito gnóstico con vasos tallados en diamantes mientras bailan Safaera con ropa de Givenchy, me es indiferente; ahora bien, no puede pedirme que siga creyendo en su discurso transformador – que no revolucionario – cuando parte del perfil público que ella solita se ha construido es ser una progre forrada.
Hernand debe comprender que es muy complicado desde posiciones jodidas empatizar con una influencer que, sí, se muestra públicamente en contra de que siga habiendo gente jodida, pero recuerda cada vez que puede que ella no lo está; es muy complicado que nadie quiera autorizar a otra persona a hacer de portavoz de su lucha cuando no solo no pertenece a ese colectivo oprimido, sino que encima se encarga de recordarlo a la más mínima oportunidad. Es imposible, en serio.
Y de veras que no me cae mal. En serio. Es solo que no conecto con una persona que aprovecha cualquier oportunidad para recordarme que viaja a sitios cuyo nombre, probablemente, ni siquiera conozca.
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