Opinión · Otras miradas
Quejicas por encima de nuestras posibilidades
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Tienes 47 años, eres mujer y llevas dos décadas ejerciendo tu trabajo con diligencia y profesionalidad. En una ocasión, durante una jornada laboral de más de 9 horas, realizas una parada a medianoche de 8 minutos de duración porque te está entrando el sueño y necesitas tomar un café. De que tú no te quedes dormida en tu puesto de trabajo depende la vida de decenas personas. Otro día, a las 6 de la mañana, te ausentas un cuarto de hora porque sientes cómo te está bajando la regla y tienes que ir a cambiarte a un baño. Por si fuera poco, padeces endometriosis, una enfermedad crónica muy dolorosa que provoca hemorragias menstruales abundantes que sí o sí necesitan ser contenidas. Seguramente, aprovechas para tomarte un analgésico potente y así seguir rindiendo el resto de jornada como si nada porque la regla, independientemente de lo mucho que nos duela, no es nada (y por eso, un año después de la entrada en vigor de la baja por menstruación incapacitante, solo 1418 mujeres se habían acogido a este derecho, de entre los 10 millones de afiliadas a la Seguridad Social).
A pesar de que haces tu trabajo y de que consigues completar toda tu jornada, la empresa te expedienta en ambos casos, y el estrés generado por la situación de acoso provoca que acabes con un cuadro de ansiedad y una baja de salud mental. Más tarde, la empresa te echa durante tu baja alegando “motivos disciplinarios”. Ahora tienes 50 años y te has quedado sin trabajo, estás enferma y eres precaria. Exactamente eso fue lo que le pasó a Encarna Aznar, la única mujer conductora de autobuses de larga distancia en la provincia de Almería que ha llevado a su empresa, dependiente de Alsa, a juicio, por la discriminación sufrida. Pero son más, muchísimas más, las mujeres castigadas por sus empresas por acogerse a una baja (Securitas Direct fue condenada recientemente por lo mismo) y se calcula que hasta un 28% de enfermas de cáncer de mama pierden su puesto de trabajo durante el tratamiento.
Durante el año 2023 se tramitaron en España casi 9 millones de procesos de baja, los datos más altos de la serie histórica, basados, según las voces expertas, en el envejecimiento de la población activa y en la falta de respuesta del sistema público de salud, que se encuentra al borde del colapso con retrasos continuados en la obtención de citas y listas de espera insufribles para acceder a especialistas y pruebas diagnósticas. Proporcionalmente, las mujeres se cogen más bajas por enfermedad, que serían catalogadas de distinta manera si se tuviesen en cuenta nuestros procesos fisiológicos como el embarazo y el parto, y si la conciliación de la vida familiar y laboral no recayese, sobre todo, en nuestros hombros. Pero además, somos nosotras también las que acumulamos más retrasos diagnósticos en las enfermedades crónicas (el doble de tiempo que los hombres) algo que alarga nuestras bajas, precisamente porque la ceguera patriarcal sobre la queja de las mujeres impide que seamos atendidas con la misma celeridad, seriedad y eficacia que los hombres. En el caso de la endometriosis, por ejemplo, el retraso diagnóstico se extiende una media de 10 años, 10 años de la vida laboral de cualquiera de nosotras yendo a trabajar dopadas y desangradas. Por no hablar de la configuración androcéntrica de la medicina que dificulta no solo el diagnóstico, sino también un tratamiento adecuado para las dolencias de las mujeres que evite por ejemplo, las recaídas. Habría que ver cuántas de estas enfermedades crónicas o autoinmunes que padecemos se podrían evitar de haber recibido la atención necesaria antes de la desintegración de la salud física y mental y de la desaparición de la carrera laboral que conlleva más enfermedad, pobreza y precariedad en las mujeres.
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No es ninguna casualidad tampoco que la prevalencia de las bajas relacionadas con la enfermedades de salud mental sea significativamente más alta en España que en el resto de Europa (un 29% frente a un 15%) acogiéndose 6000.000 trabajadores en 2023, un récord histórico que se ha disparado también en los hombres pero que afecta, fundamentalmente, a las mujeres y a las personas jóvenes. Según el informe del Eurobarómetro de SST realizado por la Agencia Europea de Seguridad y Salud en el Trabajo, «las mujeres tienden a estar más expuestas a una gran presión de tiempo y sobrecarga de trabajo , así como a la violencia o los abusos verbales por parte de clientes, pacientes, alumnos, etc» además de tener peores condiciones laborales. Lo que le ha pasado a esta conductora y a tantas otras mujeres, es que son sistemáticamente excluidas del mercado de trabajo en base a criterios absurdos, misóginos e injustos. Absurdos porque todos los trabajadores paran cuando les entra el sueño o les duele algo que les impide realizar su ocupación, mucho más si la vida de alguien depende de su capacidad de reacción, misóginos porque la menstruación es un proceso físico incontrolable que solo afecta a las mujeres y su impacto en nuestro rendimiento se sigue invisibilizando y penalizando, e injustos porque echarte cuando te encuentres de baja laboral no puede ser calificado de otra manera: es ilegal, y por eso las empresas se adhieren a supuestos motivos disciplinarios.
Pero además, este caso es de una torpeza descomunal por parte de la compañía ¿Qué clase de mensaje está mandando Alsa, la principal empresa de España de transporte de viajeros en autobús y autocar, respecto a su seguridad? Sobrados son los casos de accidentes de autobús en donde el conductor se había quedado dormido al volante (uno de los últimos este verano, en Pineda del Mar, con 47 heridos) o donde se pilla a un conductor dando positivo por cocaína u otras drogas estimulantes.
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Es dramático comprobar cómo se sigue maltratando a mujeres trabajadoras por ejercer responsablemente su labor o por enfermar en un mundo que está hecho para enfermarnos cuando, además, seguimos soportando la doble jornada y ocupándonos de los cuidados porque nos quejemos o no, nos duela o no, cargamos encima con el peso de la vida, no gozamos del mismo tiempo libre ni de descanso, ni tenemos quien nos cuide, tampoco de baja. Soportamos también sueldos más bajos, peores condiciones y una vida laboral atravesada por la imposible conciliación: la brecha de género hace que las mujeres lleguen a la jubilación con 500 euros menos de media que los hombres. Por eso, siempre que leo acerca de estos casos o que los vivo de cerca me pregunto lo mismo: ¿Qué hubiese pasado si la empresa de esta conductora le hubiese dado las gracias por parar antes de quedarse dormida al volante o por seguir trabajando a pesar de estar sufriendo dolor? Yo creo que igual se hubiesen ahorrado la baja por ansiedad y una demanda.
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