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Opinión · Otras miradas

La escuela de Lolo

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La escuela de Lolo

Hoy traigo un cuento municipal y un homenaje. El cuento: según la leyenda, en 2019, una vez en el poder de la alcaldía madrileña, la coalición de derecha y ultraderecha con Almeida a la cabeza, se dispuso a preparar las inauguraciones de las escuelas infantiles por abrir que se habían licitado y construido durante el mandato de Carmena. Una de ellas llevaba por nombre Lolo Rico, en homenaje a la directora del irrepetible programa infantil y juvenil La bola de cristal (RTVE, 1984-1988). Y esto a alguien no le debió de hacer mucha gracias:  ¿homenajear a una mujer subversiva y ácrata, vinculada además a la izquierda más recalcitrante? Pero los nombres de las escuelas heredadas ya estaban aprobados por el pleno. Entonces, a alguien de los que ahora controlaban el cotarro en el Palacio de Correos se le ocurrió una brillante idea para no llamarla Lolo Rico: Sí, hombre, ¿cómo se llamaba ese muñecajo odioso que tenía cables en la cabeza?, eso, ¡Bruja Avería!, ¿Por qué no la llamamos Bruja Avería? Claramente, nadie de aquel nuevo consistorio había visto La bola de cristal en su infancia. O sí, por Orticón. ¿Quién si no la Bruja Avería estaría más contenta de que después de cuatro insuficientes años volviera a gobernar la derecha en esta ciudad para seguir haciendo el mal a sus anchas? A veces recuerdo que desde 1939 la izquierda solo ha gobernado catorce años (los diez de Tierno y Barranco, 1979-1989, y el Carmenato de 2015-2019) y se me abren las carnes, además de que entiendo mejor el precio de nuestras viviendas y la escasez de plazas infantiles públicas. Dato: a día de hoy y cinco años después, Almeida solo ha inaugurado dos escuelas de nueva proyección, en El Cañaveral y en Villa de Vallecas, mientras que durante el único mandato del equipo de Carmena se abrieron catorce. Pero, nada, si no quieres ser como ellos, acuérdate de esto en las próximas elecciones. 

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Las risas a costa del cambio de nombre se escucharon hasta en el último rincón de los bares cercanos a la Plaza de la Villa. ¡Viva el mal, viva su banalidad! Podría ser una buena remezcla de la consigna de La bola actualizada a los tiempos, el capital ya viene de suyo en cada uno de nuestros gestos. Y así, después de este grotesco retruécano, quedó inaugurada la escuela infantil Bruja Avería-Lolo Rico, en la que, por cierto, resultó agraciado mi hijo pequeño con una de sus plazas. En esta ciudad, que te toque una plaza pública de 0 a 3 años es más difícil que te toque el Euromillones. Y el espíritu de la Bruja debió de colarse por los flamantes nuevos conductos del aire acondicionado, ya que la escuelita tuvo que aplazar su apertura debido a un montón de averías del recién inaugurado sistema de climatización, entre muchos otros líos. Los bebés muertos de frío, los patios inundados. ¡¡Jajajaja, qué mala, pero qué mala soy!!, se escuchó alguna vez en algún pasillo de las dependencias mientras los técnicos del Ayuntamiento achicaban agua abrigados hasta los dientes. Yo no digo nada, pero las brujas existen. 

Ya una vez dentro y cuando pudimos montar la A.F.A de la escuelita, la llamamos, por supuesto, Lolo Rico-Bruja Avería, por tocar un poco las narices más que nada, y porque muchos nos sentíamos un poco electroduendes dentro de un sistema que no está hecho para quienes fuimos niños, ni para los niños de ahora, ¡ni para nadie, qué baudios! Y porque sí algo fue La bola de cristal, fue una escuela de juego, ‘un derroche de paridas’ (en boca de Matilde Fernández Jarrín, su realizadora) y eso es lo que se hace básicamente en las escuelas infantiles, jugar. Y desenseñar a desaprender cómo se deshacen las cosas. De ahí que el nombre original y el de ahora nuestra A.F.A. resultara tan adecuado. Ah, moraleja del cuento: Los poderes de Lolo, el documental recién estrenado en el Donostia Zinemaldia –te hubiera ilusión, como donostiarra adoptiva–, ha dado a conocer su arco biográfico, que es igual de sorprendente que su coraje y talento iconoclasta, nos cuenta algo que ella ya había contado en sus memorias: lo que motivó su dimisión no fue la censura contra un sketch contra la OTAN, ni contra Felipe, no. Fue un sketch a costa de la educación privada. Eso dice mucho del tipo de socialismo que nos gobernaba en 1988, preludio del barranco neoliberal de los noventa. Ay, que se me acaba en la columna y me dejo el homenaje, aunque, en realidad, casi toda ella lo es. Un millón de gracias, Lolo. Nos cambiaste la imaginación, y por tanto la vida. Cuarenta años después de aquel 6 de octubre de 1984 en que saltó al aire tu mágica bola seguimos aquí hablando de ti, del programa. Entraste a dinamitar un sistema con el mismo caballito de Troya de tantas autoras subversivas antes que tú –pienso en Fortún, pienso en Lindgren–, el camino invisibilizado de los contenidos infantiles. Aún hoy no hay modo de que suenen los primeros compases del temazo de apertura de La bola de cristal (compuesto por José María Cano) y no vuelva a ser un poco la niña de nueve años que se sentaba de rodillas en la alfombra del salón de casa, casi en posición orante, todos los sábados que podía durante cuatro años, dispuesta a beberme los 90 minutos de programa, que me parecían un mundo entero. Porque realmente me hablaban a mí. Nos hablaban a nosotros. Nos tomaste en serio. Te tomaste en serio el juego. Y aceptamos la invitación. 

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