Cargando...

Opinión · Otras miradas

La foto de los (presuntos) asesinos de Samuel

Publicidad

Imagen del juicio que sienta en el banquillo a los jóvenes encausados por la paliza que acabó con la vida de Samuel Luiz.- EFE/Cabalar

Una de las últimas polémicas en redes sociales ha tenido lugar tras la difusión de las fotografías de cuatro de las cinco personas que están siendo juzgadas por el asesinato de Samuel Luiz el 3 de julio de 2021 en A Coruña. La publicación  -un viral "ahora tú" difundido a través de las historias de Instagram- anulaba la ocultación del rostro de los acusados, algo que suelen hacer todos los medios de comunicación, y mostraba abiertamente las caras de Kaio Amaral, Alejandro Freire, Catherine Silva y Diego Montaña durante el juicio. No muestra la de Alejandro Mínguez. Cosas de la plantilla, que no da para cinco fotos.  

Click to enlarge
A fallback.

La publicación se viralizó y provocó una reacción en la que se cuestionaba esta decisión y se consideraba un error difundir la imagen de aquellos que aún no habían sido condenados. Con conceptos del tipo "nosotros no somos como ellos", se intentaba alertar de la sed de venganza que se manifiesta a través de esa publicación, que surge en una instrumentalización del dolor. Publicar las fotos, en el banquillo de los acusados, de Kaio, Alejandro, Catherine y Diego solo alimenta -según las personas en desacuerdo con la difusión de las fotografías- el instinto punitivista que busca el castigo incluso antes de la sentencia, sin concederle a los acusados la posibilidad de reinsertarse en la sociedad como ciudadanos ejemplares, y generando más odio y violencia en nombre de la justicia.  

Ese choque de opiniones me llevó a reflexionar sobre lo que se buscaba publicando en la imagen y sobre los argumentos de quienes se oponían a esa conducta. Y desde la reprobación de la difusión de los rostros de los acusados hay unos razonamientos con los que no estoy de acuerdo. 

Publicidad

El primero responde al cada vez más cuestionable principio de inocencia garantizado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Sabemos que, aunque eso sea un principio jurídico clave en un Estado de Derecho, eso no es así. Basta estar imputado en una investigación para que medios y opinión pública te declaren culpable. Basta entrar en X -antiguo Twitter- para ver cómo todos los días se juzga y se condena socialmente a una persona por un tuit, por un titular, por un chiste. Esas personas podrían ser jurado popular algún día de estos y ya vienen de casa con el veredicto del prejuicio aprendido. 

Los senegaleses que auxiliaron a Samuel:

Tapar el rostro de un acusado, desde el primer instante de la detención, responde a dos razones concretas: la presunción de inocencia y que no afecte al desarrollo del caso si, por ejemplo, la víctima tuviera que reconocer al agresor y pudiera verse condicionada por las imágenes difundidas. En el caso de Samuel es evidente que la víctima no puede reconocer al agresor. Y respecto a la presunción de inocencia, claro que hay que esperar a la sentencia, obviamente, pero todos sabemos, incluida la defensa de los acusados, que aquí no estamos enjuiciando la culpabilidad o la inocencia. En la grabación de las cámaras de seguridad se ve la agresión y a sus responsables. Eso permitió su detención. Aquí estamos asistiendo a un juego de tácticas de la defensa para evitar que los cinco acusados cumplan entre los 22 y 27 años de prisión que pide la fiscalía. Maneras de atenuar la condena, no de demostrar su inocencia. Usar el consumo de drogas y alcohol como atenuante o huir del agravante de homofobia. De ahí que ya estemos viendo como Catherine o Kaio acusan directamente a Diego Montaña y a Alejandro Freire. Colaboración con la justicia para obtener un trato de favor. Hemos visto mucho cine judicial como para detectar las estrategias. De ahí que la publicación de las fotos no altere el principio de inocencia. 

Publicidad

Las imágenes que se han difundido están extraídas de un juicio abierto. No se ha rebuscado en sus redes sociales para sacar esa foto familiar ni ese retrato perjudicado y malintencionado de una noche de fiesta. Son fotos al alcance de cualquiera. Eso no altera el proceso judicial como sí lo haría la publicación de las fotos del jurado.  

Sentir rabia ante un crimen homófobo es nuestro derecho. Nadie puede ni debe arrebatarnos ese dolor. Y manifestarlo abiertamente no es venganza. Venganza es creerte Chuck Norris y tomarte la justicia por tu mano. Cometer un crimen para saldar otro. No publicar cuatro fotos en una historia. Y tampoco compro el argumento de que esa historia -que recuerden que es visible solo durante 24 horas- celebre el castigo desde un desbocado instinto punitivista. La justicia es punitivista. De lo contrario, ningún delincuente estaría en la cárcel y todos estarían haciendo cursillos de buena ciudadanía. Y no teman por el derecho a la reinserción. Está al alcance de todos los ciudadanos españoles. Incluso de los etarras, por mucho que les joda a algunos.   

Publicidad

Decimos mucho que feminismo y lucha LGTBI+ van de la mano. Y es cierto. Entonces, ¿por qué cuando se publicaron las fotos, sin pixelado, de los violadores de la Manada nadie señaló que eso estaba mal? ¿Por qué todos conocemos el rostro de Ricardo González, el voto particular que exculpaba a los acusados y que solo vio "jolgorio" donde había una violación? Siento que nadie se atrevería a decir, con razón, que las movilizaciones del "yo sí te creo" que se indignaron ante la condena de nueve años por abuso sexual eran movilizaciones punitivistas que buscaban más castigo en lugar de entender la justicia como un espacio de reinserción. ¿Por qué cuando se habla de homofobia, de transfobia, hay tanto matiz? Incluso dentro de las propias comunidades LGTBI+, especialmente gais, hay corrientes de pensamiento que parecen destilar una superioridad moral -con seguridad yo también la he ejercido en otras ocasiones- que nos encumbra como seres de luz, personas que trasladamos el debate emocional de la calle a la sobriedad académica, si es que eso es posible. Como si las personas y entidades LGTBI+ no llevásemos años haciendo un trabajo pedagógico sobre el peligro estructural que supone el heteropatriarcado. No paramos de explicar que la homofobia también reside en el empleo de la palabra "maricón", independientemente de que quien lo reciba sea o no homosexual o bisexual. La agresión ataca a lo que se percibe de nosotros. Por eso hay violencia homófoba en el colegio, a edades muy tempranas. No porque tengamos deseo sexual -con seis años yo no lo tenía- sino porque el niño agresor, con su adoctrinada manera de ver el mundo, interpreta que no eres un hombre como él. Y eso debe ser castigado.  

Todos aplaudimos a Gisèle Pelicot cuando decidió hacer público el juicio a su marido y a los 50 hombres que la violaron. Celebramos la dignidad de la frase "que la vergüenza cambie de bando". Precisamente al rostro visible de los agresores es a lo que se refería Gisèle Pelicot. ¿Por qué cuando nosotros mostramos los rostros de nuestros agresores estamos cometiendo un error? ¿Por qué nuestro miedo no puede cambiar de bando?  

Por supuesto que publicar el rostro de los homófobos no acaba con la homofobia. Ni publicar el rostro del violador acaba con los violadores. Ni el del narco acaba con el tráfico de drogas ni el del político corrupto acaba con la corrupción. No somos tan ingenuos. Podríamos pensar, llegados a este supuesto, que o todos los rostros de los delincuentes deben permanecer en el anonimato o ninguno. Opino que la exposición pública ayuda a que la sociedad entienda que violar, agredir, asesinar, humillar, no sale gratis. Y eso no es incompatible con seguir trabajando en combatir la homofobia desde la educación. Pero sí ayuda a que el miedo y la vergüenza cambien de bando. 

Publicidad

Publicidad