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Opinión · Otras miradas

Al PSOE no se le puede dejar solo

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Al PSOE no se le puede dejar solo

A los votantes de izquierdas nos ha costado algunas décadas aceptar que al PSOE no se le puede dejar solo. Ni siquiera cuando, en nombre del mal presagio de una derecha gobernante, reclama el voto útil. La leyenda histórica del partido, al que cada vez le pesa más la O de obrero, ha tocado a su fin. No puede uno autodefinirse de izquierdas por un one hit wonder. Especialmente cuando todos sabemos que fueron ellos quienes le abrieron la puerta al liberalismo y a las privatizaciones, que si bien llegaron a sus cotas más salvajes con los gobiernos del PP, fue Felipe González, allá por los 80, quien empezó a sembrar el sendero con la privatización de una treintena de empresas públicas.

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El PSOE siempre que tiene la oportunidad de decepcionarte, la aprovecha. Creo que asistiendo a su gestión de la crisis de la vivienda tenemos el ejemplo reciente más palpable. En 2021, cuando PSOE y Unidas Podemos estaban negociando el borrador de la ley de vivienda, había que definir qué se consideraba un gran tenedor. O sea, a qué persona, física o jurídica, se le detallaba como un gran propietario de vivienda. Recordemos que, hasta ese momento, el PSOE solo consideraba gran propietario al que tenía diez pisos o más. O sea, un tipo, o empresa, con nueve pisos en propiedad era de lo más común para el PSOE. Ya me dirán qué obrero en España, de esos que aparecen en el nombre del partido socialista, tiene nueve pisos en propiedad para especular con ellos. Fue entonces cuando UP quiso reducir ese tope a cinco pisos o más, algo bastante más razonable. El PSOE se negó. Fue José Luis Ábalos, entonces ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, quien rechazó esa propuesta con la ya histórica y deleznable frase de que la vivienda es un derecho "pero también es un bien de mercado". Que es como decir que condenamos la esclavitud pero que si el mercado reclama esclavos, pues qué le vamos a hacer, bienvenida sea la esclavitud. Esa debía ser su línea roja. No tanto ponerle límites a Koldo García.

Mi padre trabajó toda su vida, duramente, y con esfuerzo logró comprarse un piso. Uno. Llegar a tener dos, para mí, ya es que la vida te ha sonreído. Y si ya seguimos sumando, tres, cuatro, cinco pisos, entro en mi propia ciencia ficción y no puedo evitar considerar a esas personas enormemente afortunadas. Ya sea porque han ingresado cantidades como para comprarse cinco pisos o hipotecarse cinco veces, o han ahorrado lo suficiente -nosotros éramos cinco de familia y con el sueldo de mi padre, que no era malo, llegábamos justitos a final de mes- o han heredado con alegría. Pero me estalla la cabeza cuando alguien con siete pisos se pretende comparar con una familia que, a base de sacrificios y trabajo, logró comprar dos casas. En la que viven y la del pueblo o la de la playa. Casas para habitar, no para especular con ellas. Siento que los grandes propietarios, haciendo uso de un argumentario mezquino, utilizan a esos pequeños propietarios, con dos o tres pisos, y los colocan de avanzadilla de sus intereses, para señalar lo injusto que sería para ellos una regulación o que les dejasen de pagar el alquiler. De esa manera, los grandes tenedores siguen especulando con la vivienda y con el precio de los alquileres mientras nos cuentan la historia del padre de familia que se compró dos pisos y con el alquiler de uno paga la hipoteca del otro.

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El 82% de los diputados y diputadas españoles son propietarios. Cuatro de cada diez tienen más de una vivienda y un 20% declara ingresos por alquileres. ¿No debería ser incompatible que un político pretenda regular el mercado de los alquileres cuando se está lucrando con ellos? El PP, para sorpresa de nadie, es el que más rentistas tiene en el Congreso y le sigue, para sorpresa de nadie, el PSOE. Deberíamos empezar a asumir que PP y PSOE no son dos partidos políticos sino dos grandes empresas con sus propios intereses. Y, entre esos intereses, está el ánimo de lucro. Sí, hablamos de lucrarse, no de ganar un sobresueldo para compensar un salario precario o ingresar lo justo para cubrir la hipoteca. Hablamos de codicia y la codicia humana no se regula con caricias y pidiendo empatía -otra cagada del PSOE en boca de su ministra de vivienda, Isabel Rodríguez- sino interviniendo el mercado, expropiando vivienda (empecemos por bancos y fondos buitre) y construyendo vivienda pública. Todo a la vez. ¿Radical? No tanto como cobrar 500 euros por una habitación interior de siete metros cuadrados en un piso compartido o que el precio medio de un alquiler en Madrid sea de 1.776 euros.

Lo que está haciendo el mercado, con el beneplácito del Gobierno más progresista de la Historia, es negociar y especular con el artículo 47 de la Constitución Española y con el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero los radicales somos nosotros, que nos negamos a seguir sometidos a la codicia de aquellos que se han creído que ser casero es una profesión y vivir de las rentas, la justificación de su usura.

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Imaginen una calle de su ciudad, en una hora punta, con mucho tráfico. Escuchan la sirena de la ambulancia que se acerca. Y en lugar de apartarse para que la ambulancia pueda pasar, ustedes deciden que estaban antes y no se mueven, obstaculizándole el paso a la ambulancia. Eso es el neoliberalismo. Eso es no intervenir el mercado de los alquileres. Eso es seguir soltando esa gran mentira de que el mercado se autorregula solo.

Y la crisis de la vivienda solo es un escenario más donde el PSOE no está a la altura de lo que se espera de un partido de izquierdas. Tampoco lo está cuando se niega a bajar las tasas de autónomos, para ajustarlas a lo que se ingresa. O cuando dice haber encontrado la fórmula para facilitar el acceso a una pensión digna y esa fórmula mágica consiste en que no dejemos de trabajar. O cuando nos habla de la baja laboral flexible. Y todo eso, con socios de Gobierno a su izquierda. Imaginad lo que serían capaces de hacer si los dejásemos solos.

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