Opinión · Otras miradas
La guerra en Ucrania: escalar para desescalar
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La autorización otorgada por parte de la adminitración Biden para el uso de misiles norteamericanos de largo alcance para atacar territorio ruso inaugura una fase de la guerra que ya supera los 1000 días. Este hecho supone un cambio estratégico de EEUU en Ucrania dado que se podrán atacar objetivos rusos en la propia Rusia, en concreto en la región fronteriza de Kursk que está parcialmente ocupada por tropas ucranianas desde el mes de agosto y donde también se han desplegado miles de soldados norcoreanos desde hace ya varias semanas.
La próxima llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en enero nos da una de las claves para entender porqué se ha tomado esta decisión en este momento. Tal y como ha afirmado en reiteradas ocasiones el mandatario republicano su intención sería la de terminar la guerra en 24 horas, y si bien no hay que tomarlo en el sentido literal, lo cierto es que la pulsión tanto de los dirigentes que le acompañan como de sus propias bases electorales es la de que EEUU salga del escenario ucraniano lo antes posible.
Mucho se está especulando sobre cuál podría ser la intencionalidad última asociada a esta nueva decisión por parte del presidente Biden. Sería ingenuo pensar que en la todavía democracia norteamericana no exista una comunicación constante entre la administración saliente y la entrante, por lo que es casi seguro que esta decisión, junto con la de enviar minas antipersona al frente ucranianio, ha sido informada, cuando no consensuada, entre ambos. En realidad las medidas que hubiera adoptado el campo demócrata no estarían tan distantes. Ambos tienen los objetivos estratégicos en el eje Asia-Pacífico, y ambos quieren una salida de Europa y que Europa se haga cargo de sus asuntos, la diferencia está en las formas y en los tiempos. Con Harris la cosa habría sido más lenta, con Trump irá probablemente más rápido.
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En este contexto son ya muchas las voces que se escuchan desde hace meses acerca de comenzar a pensar en una mesa de negociación para si no poner fin a la guerra, al menos situarla en fase de congelación. Esas voces llegan no solo desde EEUU, también en Europa se han escuchado voces en la misma dirección e incluso el propio Zelenski baraja la idea de que se podría entrar en periodo negociador durante el primer semestre del año 2025. Con Trump en el poder ese rumor se acrecienta.
La estrategia parece clara. Escalar para desescalar. Se trata, por un lado, de imponer mayores costes a un ejército ruso que no ha dejado de conquistar territorio durante los últimos meses, al tiempo que se le da una bomba de oxígeno a un maltrecho ejército ucraniano donde cunde la desmoralización entre las tropas, con más de un 20% de deserciones y en torno a 1000 bajas diarias. La idea es que Ucrania llegue lo más fuerte posible a esa mesa de negociación, quizás no de la paz, pero sí de un alto el fuego. Y para eso interesa que Ucrania pueda mantener, en la medida de lo posible, la región de Kursk. Como decía hace unos días Mark Galeotti, Rusia está perdiendo, sí, pero Ucrania está perdiendo más deprisa.
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En este punto todos los actores son conscientes de que con o sin ATACMS o Storm Shadows, no habrá una alteración sustantiva del curso de la guerra. Así se trata de evitar una derrota sin capacidad negociadora para Ucrania. El problema en este punto es que pese a la performatividad y las declaraciones de intenciones nunca ha habido una verdadera voluntad política y militar de vencer a Rusia. Siempre se ha tratado de que Ucrania resistiera. Y esto lo han sabido todos los que tenían capacidad decisoria desde el primer momento.
Ahora, tras casi tres años de guerra, muchos muertos y un país destruido, tiene que venir Trump, qué paradoja, a decir que hasta aquí. El escenario que se plantea es uno que ya se dibujó desde el principio: una mesa de negociación donde Ucrania perderá parte de su territorio, donde el conflicto quedará semicongelado y donde la UE y Ucrania tendrán entre poco y nada que decir y donde Ucrania se tendrá que conformar con las garantías de seguridad que le puedan proporcionar los socios europeos. Y para ello apuntan fuentes norteamericanas que la idea de la nueva administración será la de ejercer presión sobre ambos campos para obligarles a sentarse a negociar. Sobre Ucrania amenazando con cortar el suministro de armas, sobre Rusia amenazando con armas a Ucrania como nunca antes.
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La idea detrás de todo ello es que, si Europa no está de acuerdo con esta estrategia y quiere seguir ayudando a Ucrania, perfecto. Sin capacidad de producción masiva de armamento los europeos tendrán que comprarlo a la industria norteamericana. El modelo será el polaco que durante el último año ha incrementado su gasto militar hasta alcanzar el 4,7% del PIB, firmando contratos con empresas norteamericanas y surcoreanas. Así el socio americano ganará por partida doble, puede seguir desgastando a Rusia al tiempo que factura por la venta de armas. Jugada redonda.
Así pues, lo que veremos durante las semanas que quedan hasta enero, será un recrudecimiento de la escalada bélica donde ambos contendientes acelerarán para conseguir llegar del modo menos malo posible a esa mesa de negociación. Mientras en la UE, por lo menos, ya tendremos nueva Comisión.
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