Opinión · Otras miradas
Guerra en Ucrania: de la paz justa a la paz trumpiana
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Desde el comienzo de la guerra a gran escala de Rusia contra Ucrania todo el mundo era consciente del enorme desequilibrio existente entre ambos contendientes, entre el agresor y el agredido. Esta fue la razón principal por la que Occidente actúo de manera prácticamente unánime en la protección de Ucrania. El derecho a la legítima defensa ha sido el principio esgrimido desde el minuto uno, artículo 51 de la carta de Naciones Unidas. Nada que objetar. Ahora bien, la segunda parte de ese artículo también establece que ese apoyo se sostendrá "hasta que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales". Esa legítima defensa, por tanto, debe ir acompañada de un plan de restablecimiento de la paz. Y aquí es donde empiezan a surgir cada vez más dudas.
Durante meses hemos estado escuchando que se apoyaría a Ucrania hasta poder encontrar una paz justa. Algo que ahora parece más bien una quimera, sin olvidar que echando la vista a atrás, nunca se ha conseguido alcanzar una paz justa. Pero . Y, a su vez, la paz se ha alcanzado bien cuando los contendientes han visto que no tenían mucho más que ganar sobre el campo de batalla, bien cuando uno de ellos se encontraba exhausto, bien con la intervención lo suficientemente contundente de un tercer actor que forzaba la llegada de esa mesa de negociación de alto el fuego o de fin de la contienda.
Durante las últimas semanas el conflicto se ha acelerado, el detonante, la victoria de Trump. Se espera que su llegada a la Casa Blanca sea un "game changer" así que todos los actores involucrados se han puesto a trabajar a toda máquina. La llegada de soldados norcoreanos al frente de Kursk sin duda abrió una ventana de oportunidad para dar la luz verde al uso de armas estadounidenses, británicas y francesas en territorio ruso. Luego vino el misil Orsehnik como llamada de atención rusa a sus capacidades. Y finalmente una escalada en las narrativas de todos los campos. Desde Francia y el Reino Unido avisando de la posibilidad de enviar tropas sobre el terreno en caso de una salida abrupta de Washington, admitiendo que hay efectivos americanos en el terreno, y desde otras cancillerías, incluida la OTAN, azuzando la sensación de peligro inminente y la necesidad de proceder a un rearme generalizado. Ya el gasto en Defensa no tendría como objetivo el 2%, ahora ese sería el suelo. Ahora ya sí, dicen, entre otras, la Ministra de Exteriores alemana, ha llegado el momento de elegir entre tanques o mantequilla.
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Sea como fuere, lo cierto es que en estos momentos asistimos al cumplimiento no de uno, sino de varios de los escenarios. En primer lugar, el agotamiento con mayor o menor intensidad de los dos campos. Ucrania comienza a dar, cada vez de manera más evidente, muestras de debilidad. El apoyo a Zelenski ha caído hasta el 22%, siendo el que recibe Zaluzhny un 42%. El actual presidente no tenía estos bajos niveles de apoyo desde los meses anteriores a la guerra lo que muestra cada vez mas grietas dentro del gobierno ucraniano. Zelenski cada vez está más cuestionado. Cada vez se hace más complicado el reclutamiento, se incrementan las deserciones y las huidas del país, y esto en un ejército que se nutre de servicio militar obligatorio.
El impacto que todo ello tiene en el frente tiene varias derivadas, además de la evidente de escasez de soldados, puesto que el envío de armas por parte de los aliados depende también del nivel de eficacia del ejército ucraniano sobre el terreno. Por su parte, Rusia también parece acusar el impacto de las sanciones al banco Gazprombank impuestas por EEUU, de hecho, esta medida adoptada por el Departamento del Tesoro está haciendo más daño a Moscú que la autorización para el lanzamiento de misiles a su territorio.
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Este contexto y la cercanía del 20 de enero parecen abocar a una mesa de negociación. El reciente nombramiento de Keith Kellog, cuya propuesta es congelar la línea del frente y forzar las negociaciones, así lo avala. La cuestión será no cuándo sino cómo se conseguirá llegar a un acuerdo. Por un lado, Zelenski necesita conseguir algo que pueda ser entendido como una no derrota, y esto significa tener una perspectiva de membresía en la UE o en la OTAN o, como mínimo, unas garantías de seguridad creíbles. Ya ha comenzado a dar señales en este sentido afirmando que "no podemos perder miles de nuestros hombres para recuperar Crimea, y tampoco está asegurado que lo podamos conseguir con las armas. Entendemos que Crimea solo podrá recuperarse a través de medios diplomáticos", lo que constituye un reconocimiento implícito del regreso a las fronteras de 1991. Su plan de la victoria cada vez está más lejos. Por su parte, Rusia comienza a ser consciente de que tampoco conseguirá controlar todo el territorio de Ucrania y lo que intenta a estas horas es, al menos controlar el Donbass y expulsar a las tropas ucranianas de Kursk. Con eso Putin podría "vender" ante los rusos una suerte de victoria.
Y, por su parte, y en esta situación, se podría llegar a lo que ya se comienza a denominar la "paz trumpiana". De hecho, tomen nota, en estos días un diputado el partido de Zelensky, Oleksander Merezhko, ha presentado la nominación de Trump al Premio Nobel de la Paz 2025. Cosas veredes.
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