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Opinión · Otras miradas

Mal empezamos

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Máximo Pradera

La Audiencia Nacional acaba de llamar mentiroso a Mariano Rajoy: por eso está tan enfadado. El Presidente ya había tenido que escuchar lo de mientes más que hablas en sede parlamentaria – en boca de socialistas y podemitas –, pero oírlo de labios de un juez es bien distinto. En el Congreso, lo que dices se lo lleva el viento, en un juzgado las palabras se consideran actos jurídicos y tienen consecuencias. Por ejemplo, que puedas incurrir en el delito de falso testimonio, castigado hasta con dos años de prisión.

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El auto de la AN que obliga a Rajoy a desplazarse físicamente hasta San Fernando de Henares desmonta uno a uno los argumentos que ha aducido el gallego para declarar por plasma desde casa. Y los desmonta, en esencia, porque son mentira. El hecho de que una persona que va a declarar próximamente como testigo en un procedimiento penal se estrene contando mandangas a Sus Señorías no hace presagiar nada bueno. Cierto es que Mariano Rajoy aún no ha jurado o prometido decir verdad –como tendrá que hacer en cuanto llegue a la Audiencia–, pero que ni uno solo de los tres argumentos aportados en su solicitud se tenga en pie denota ya una manifiesta voluntad de retorcer los hechos para acomodarlos a su conveniencia y antojo. Veamos lo que ha alegado el autor de un plato es un plato para intentar abusar del plasma y comparémoslo con las excusas que dábamos de pequeños para no ir al colegio o justificar malas notas.

1) ¡Jo, es que está muy lejooos! El Rajoy niño que estudió con los jesuitas en León lo hubiera dicho así. El de ahora emplea un lenguaje un poco más alambicado: mi comparencia física implicaría un despliegue importante de recursos públicos. Pero la excusa mueve a risa igualmente, o quizá todavía más, por provenir de un hombre hecho y derecho. El tribunal, como un padre que bregara con un hijo que quiere hacer novillos ha contestado:

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–Marianín, no digas bobadas: estamos sólo a 18 kilómetros.

Nótese el intento crear mala conciencia cívica a los magistrados, insinuando que si no autorizan el plasma, estarían despilfarrando dinero del contribuyente. Los recursos que le obligan a poner en juego ¡son públicos! – aduce el hombre que reformó la sede de su partido con dinero negro. Si el Presidente fuera un personaje de la serie Borgen o la propia Manuela Carmena, no solo iría a declarar en persona, sino que utilizaría el transporte público: metro desde Ciudad Universitaria hasta el intercambiador de Avda. de América y desde allí autobús hasta San Fernando de Henares. Una hora de trayecto, en la que podría, además, ir leyendo el Marca.

2) ¡Jo, es que me da miedooo!  O lo que es lo mismo: «un eventual desplazamiento supondría un conjunto de medidas de seguridad ciertamente desproporcionadas». Que nosotros sepamos, la banda terrorista ETA se ha disuelto y entregado las armas y el tarado que le pegó un puñetazo en la cara en Pontevedra está a buen recaudo desde hace meses, en un centro psiquiátrico. ¿Para qué necesita Mariano medidas de seguridad extremas? ¿Las ha pedido en el Reino Unido, donde los islamistas campan por sus respetos? ¿Se las exigió a Bertín  Osborne, cuando fue a su casa a echar una partida de futbolín?

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Nótese de nuevo el intento de crear zozobra en el tribunal: si me pasa algo, será culpa vuestra, por obligarme a ir. Y si no me pasa, será a costa de montar un dispositivo de seguridad carísimo, con grave perjuicio para las arcas públicas.

Con razón el tribunal le ha respondido:

–No te precupes, chaval, que aquí hay policía de sobra.

3) ¡Jo, es que tengo muchos debereeeees! Traducido a la jerga mariana: «mi actividad política es muy intensa, con numerosos actos y reuniones, tanto dentro como fuera de España». De los tres argumentos, este quizá sea el más insultante para los jueces, porque el subtexto podría ser: vosotros, como no tenéis gran cosa que hacer, podéis echarle a esto todo el tiempo que queráis. ¡Yo soy el Presidente del Gobierno y cada minuto mío vale oro!

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Rajoy tiene una mente tan pueril – Después del año 14 viene el año 15, llegó a decir, en un alarde de lucidez, este pensador abstracto que estoy convencido de que el día de su comparecencia inventará una cuarta excusa para no ir al cole. Acercará el termómetro a una bombilla para simular 40 grados de fiebre y gritará:

–¡Jo, es que estoy malitooooooo!

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