Opinión · Otra vuelta de tuerka
Las armas químicas y la nostalgia de la Guerra Fría
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El despliegue de hipocresía al que estamos asistiendo a propósito del uso de armas químicas en Siria responde a los protocolos habituales del calentamiento mediático, previo a las intervenciones militares de los países de la OTAN. Nadie con dos dedos de frente puede pensar a estas alturas que a algún gobierno europeo o estadounidense le importen un bledo las violaciones de los derechos humanos de uno u otro bando y no digamos ya que el uso de armamento repugnante (como el que suelen fabricar y vender los países de la OTAN) pueda desencadenar una costosa y arriesgada operación militar.
Pero los calentamientos mediáticos sirven para hacer que no se discuta de lo realmente importante, a saber, el interés de los EEUU y sus aliados (Arabia Saudí y Qatar entre otros) de derrocar al régimen de Bashar al-Assad y sustituirlo por un gobierno títere suní. Tal proyecto ya estaba en mente de los halcones neoconservadores cuando atacaron Irak y si no han terminado de atreverse a llevarlo a cabo es tanto por la oposición de Rusia y China, como por las consecuencias imprevisibles de un conflicto a gran escala en la región que podría involucrar a Jordania, Líbano, Irak, Turquía, los kurdos, Israel y por supuesto a Irán, el gran enemigo a batir. Aquí es donde el uso de armas químicas y bacteriológicas por parte de Siria cobraría sentido pero no tanto para usarlas contra la oposición armada sino contra Turquía y ¿por qué no? contra Israel.
En el apoyo multimillonario occidental a los combatientes y mercenarios internacionales que combaten a al-Assad no ha habido, como es obvio, ningún interés en la democracia, algo que jamás ha preocupado a los países occidentales en sus relaciones con el mundo árabe, sino la voluntad inequívoca de que se produjera, lo más rápido posible, algo parecido a lo que ocurrió en Libia. Como escribió George Corm “en Siria, tras cada kalashnikov, hay una potencia extranjera”. Pero el plan no ha funcionado y ahora parece que toca intervenir directamente. Pero ¿por qué acabar con el régimen sirio? Básicamente para debilitar a Irán pues, como todo el mundo sabe, para llegar a Teherán hay que pasar por Damasco. ¿Tiene ello algo que ver con la democracia o los derechos humanos? Absolutamente nada; responde, por el contrario, a los intereses geoestratégicos de los EEUU y sus aliados cuyos resultados criminales ya hemos conocido en Iraq, Afganistán y Libia.
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Llegados a este punto la gente de izquierdas se pregunta quienes son “los buenos” y quiénes son “los manos” (la derecha lo tiene claro; “los buenos” son los que diga Estados Unidos) pero si incluso esa pregunta resultaba ingenua durante la Guerra Fría, terminada ésta ha dejado de tener sentido. La geopolítica de Oriente próximo hace tiempo que dejó de contar con actores relevantes que representaran proyectos identificables con la izquierda (la humillación sistemática a los palestinos es el mejor ejemplo) y si algunos gobiernos latinoamericanos han establecido alianzas estratégicas con países enfrentados a los EEUU estas tienen poco que ver con la ideología, más allá de la cordialidad de ciertos gestos y del empeño de algunos de disfrazar las necesidades geopolíticas de anti-imperialismo.
Todavía hoy nuestros gobernantes y sus replicantes mediáticos no pierden la ocasión de denunciar las barbaridades llevadas a cabo en nombre del comunismo al tiempo que justifican y alientan las monstruosidades cotidianas de la dictadura de banqueros que nos gobierna y que condena a la desesperación a cientos de millones de seres humanos.
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Ningún crimen es justificable pero cuando existía la URSS por lo menos sabíamos quienes eran “los buenos”.
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