Opinión · Punto y seguido
El cigarro que no fumamos
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Mientras los gobiernos occidentales dirigen cruzadas anticigarros, las tabacaleras buscan nuevos clientes que sustituyan a los que colapsan los centros de ayuda para librarse de la adicción. Y si el negocio agoniza en el Norte, en los países del Sur se fecunda in vitro.
Los niños de África, Asia y Latinoamérica son los principales destinatarios del producto “de consumo” más tóxico del mercado, que destruye más vidas que la suma del sida, terrorismo, accidentes de tráfico y homicidios, según afirma la OMS. Entre 1995 y 2000, el consumo del tabaco en África creció un 40%.
Conscientes de que los adultos enganchados de hoy son los niños que ayer probaron un pitillo, el negocio del tabaco centra sus estrategia en la corrupción de menores: desde el reparto gratuito de cigarros delante de los colegios hasta incluir personajes fumadores en los dibujos animados, patrocinar eventos deportivos y convertir este consumo en un rito de paso a la edad adulta, como afeitarse o maquillarse. El resto lo harán los cerca de 500 aditivos presentes en cada cigarro. ¿Resultado? Actualmente hay más adolescentes fumando que adultos, tal como denuncia la organización Niños libres de tabaco.
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Las mujeres de los países en desarrollo son otro de sus potenciales clientes. La publicidad engañosa presenta a la fumadora como mujer independiente y seductora, y de paso deja caer que tragar alquitrán adelgaza. Así venden la muerte.
Philip Morris y British American Tobacco, las dos multinacionales que controlan el mercado mundial del mortal humo, utilizan las tierras del Sur para cultivar su producto. Allí contaminan sin pagar, aprovechando la ausencia de leyes dirigidas a la protección del medio ambiente y de políticas de salud ciudadana. Además, para que el producto les salga aún más barato, en los escasos puestos de trabajo que ofrecen explotan a los menores en largas jornadas de un trabajo que, en su caso, siempre es forzoso. Phillip Morris fue denunciado por emplear a niños de diez años en Kazajistán.
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Si bien es difícil desmantelar un negocio de tal magnitud, montado por cuatro magnates que viven de la adicción del tercio de la población mundial, en manos de los gobiernos está obligarles a eliminar las sustancias nocivas de los cigarros.
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