Opinión · Punto y seguido
Irán: 35 años después de 1357
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El año 1357 del calendario iraní, equivalente a 1979, indica dos principales fechas en la historia del país: una, los siglos transcurridos desde la conquista del imperio persa por árabe-musulmanes llegados de la Península arábiga, quienes llamaron Yihala (ignorancia) a la milenaria historia y civilización preislámica de esta tierra, y pusieron a cero el reloj después de aquella invasión bélico-religiosa; y dos, su aspecto medieval es la paradoja del segundo intento de la islamización-arabización de la sociedad iraní, a mano del clérigo chiita, tras su inesperado ascenso al poder sobre las oleadas de una grandiosa revolución que exigía libertades políticas, justicia social, transparencia en la gestión del petróleo, e independencia de la agenda político-militar de EEUU. Salvo este último punto y con reservas, no sólo no se han cumplido estas consignas sino que la monarquía autoritaria de Pahlevi fue sustituida por un totalitarismo teocrático en el que los ciudadanos (sobre todo los trabajadores, las mujeres y los homosexuales) perdieron los derechos conquistados durante décadas de lucha, y toda la nación fue despojada de las libertades más elementales individuales, hasta la elección del color de su vestido o la clase de música que podía escuchar en el interior de su hogar.
A pesar del agravamiento de las causas de la Revolución, no hay ánimo para emprender otra hazaña de tal magnitud, por los sucesivos fracasos de los intentos de la democratización de la política y economía del país desde hace un siglo. El último intento fue en junio del 2009, organizado por el Movimiento Verde por los Derechos Civiles: pronto se apagó por la dura represión. Los iraníes ahora prefieren reformas paso a paso y no una revolución que, por sus dimensiones, no puedan controlar.
La singularidad de una revolución
En el incesante debate sobre cómo la residual casta clerical consiguió apoderarse de la dirección de la Revolución del 79, la hipótesis más coherente propone que: al contrario de otras revoluciones como la francesa, rusa, china o cubana, en la iraní hubo dos principales grupos que deseaban derrocar al Sha: las fuerzas progresistas y también las oscurantistas que se oponían a la modernización (capitalista o socialista) de la sociedad. La institución chiita, recibió un duro golpe con las medidas capitalistas lanzadas por el monarca en 1964, que incluían la reforma agraria —parecida a las desamortizaciones españolas— y la concesión del derecho al voto a las mujeres. Tras unas sonadas protestas, Jomeini fue desterrado a Irak. 15 años después, y tras meses de la revolución, apareció en Francia con el apoyo generoso de los medios de comunicación occidentales, que le dieron a conocer y la posibilidad de convertirse en el líder de una revolución espontánea y desorganizada que sucedía en las largas fronteras con la Unión Soviética (ver Marxistas e islamismos, desde la experiencia de Irán). Poco se sabe de lo que pactaron el equipo del ayatolá y los líderes del G4 en la reunión de Guadalupe del enero del 1978.
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Una vez en el poder, los primeros decretos se centraron en anular los derechos de la mujer en la ley de Familia y la imposición del velo. Eso de que “la revolución devora a sus propios hijos” se materializó. Bajo la cortina de humo de la guerra de Irak miles de los revolucionarios progresistas fueron detenidos y ejecutados, los ministros liberal-islámicos, destituidos, y el presidente de la República Islámica (RI), Bani Sadr, huyó del país (ver La teología islámica de la liberación).
Los últimos clavos al ataúd de la esperanza al progreso los pusieron primero con el referéndum sobre la denominación del nuevo sistema: el ayatolá rechazó incluir las opciones como República de Irán o incluso República democrática islámica. Estableció sólo una: República Islámica, Si o No, afirmando que el “No” significaría la restauración del poder del Sha (¡). Y segundo, con una Constitución que legitimaba la desigualdad de los ciudadanos (mujeres, minorías religiosas, no creyentes) y la existencia de la figura todopoderosa de un clérigo llamado Waliy-e faghih, Tutor religioso (¡para una nación incapacitada y menor de edad!), quien ostentaba todos los poderes del Sha.
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Del laboratorio del islam político salieron distintas criaturas: el liberal islamismo del primer ministro Bazragan, el pragmatismo de Rafsenyani, la democracia religiosa de Jatami, el populista de Ahmadineyad, y lo último, el neoliberalismo pro occidental de Hasan Rohani, unidos con el lema de "Propiedad, familia, religión y orden".
Habían llegado tarde a su cita con la historia, pero no se rindieron: vestidos con el ropaje de Mahoma, utilizaron su lenguaje (eso de “desheredados”, “el Satán”, etc.), y ante el estupor de los presentes, consiguieron resucitar la Edad Media, con los tribunales de Inquisición, la Ley de Talión y lapidación incluidos. ¡Alabado sea Dios!: ¿No fue Abraham quien quiso matar a su propio hijo para mostrar su fe a Dios?
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La economía islámica no existe
“Preocuparse por la economía es propio de animales”, dijo Ayatola Jomeini, quien desconocía la inexistencia de revoluciones “religiosas” y que los pueblos levantan distintas banderas (nacionalistas, socialistas, religiosas, etc.) para reivindicar pan, dignidad y libertad, y que nunca se han sacrificado en masa por más espiritualidad y más templos. Aun así, prometió la electricidad, el agua y el gas gratis para todos, además de la entrega de dinero en efectivo (como sucedía en Kuwait antes de que EEUU le pasara la factura de los costos de su ataque a Irak en 1991).
Destruyeron la clase media y alta y pasaron sus propiedades y puestos de trabajo a los desclasados (que no trabajadores) y al lumpenproletariado, a cambio de su fidelidad —yendo a la guerra de Irak o integrarse en decenas de cuerpos paramilitares de vigilancia ciudadana—, y así crearon una base social. El nuevo poder se convirtió en una nueva oligarquía, gracias a las expropiaciones y la ingente renta del petróleo.
El neolibralismo con toques de caridad y eventuales subsidios avanzó con el proceso de la privatización de las empresas estatales en la década de 1990 y aún continua (lo último la eléctrica) sin éxito deseado a causa de que son entregadas a los conocidos o militares, quienes no han podido relanzarlas. Cientos han cerrado.
La pobreza azota a casi la mitad de la población y algunos clérigos ya están en el club de los más afortunados del planeta. La inflación es del 40%, el desplome del valor del rial llega al 60% y el desempleo afecta a unos 12 millones de jóvenes. A ello se suman la corrupción nacida de la enfermedad “holandesa”, las sanciones y las escasas inversiones extranjeras, sobre todo en el sector petrolífero, la mala gestión de los recursos y el aumento de la demanda interna de energía, que han causado la reducción de la exportación del crudo de los 5 millones de barriles al día en 1978 a unos 2 millones en 2012.
La esperanza de la mejora choca con los nuevos drásticos reajustes ordenados por el FMI, que privan al 90% de los jubilados y 13 millones de obreros de la ayuda llamada "cesta de los productos” de alimentos básicos a precios bajos, reduciendo drásticamente el apoyo que recibía la RI de los desfavorecidos.
En el seno del poder
El “fenómeno” de Ahmadineyad con su aspecto proletario y chaquetas de tallas mayores, fue un intento fallido de la RI de recuperar a los aldeanos y reforzar los debilitados lazos con su base social. El Movimiento verde (ver El efecto mariposa de Irán), liderado por el ex ministro Hosein Musavi y el ex presidente del parlamento ayatolá Karrubi mostraba una nueva fragmentación en las entrañas del poder y el intento de un sector del sistema de salvarle del peligroso extremismo de Ahamdineyad.
Ahora con Rohani y las promesas de moderación se pretende atraer a la clase media urbana, con millones de universitarios, jóvenes titulados sin trabajo, mujeres que han dejado en papel mojado la ley que permite los matrimonios infantiles, contrayendo matrimonio a los 30 años, desoyendo además la insistencia de las autoridades en tener más de un hijo. No habrá baby boom y la población envejece a marcha rápida.
No a “muerte a América”
Las consecuencias de asaltar la embajada de EEUU y la guerra con Irak, las amenazas militares de Occidente e Israel (ver Irán, Israel y la ‘realpolitik’), así como el fracaso de las “primaveras árabes” y la crisis de Siria, la única aliada de Irán en la región, que condenaron a la RI a un absoluto aislamiento con repercusiones económicas y sociales, también le han forzado a revisar su política anti estadounidense, con la suerte de que en el otro lado, Barak Obama tampoco tiene ganas ni posibilidades de asestar un ataque a Irán y prefiere que esto sea “el inicio de una buena amistad”, manteniendo las 15 bases militares y cientos de miles de soldados alrededor de Irán.
A pesar de los graves errores en la política exterior, la historia le reconocerá a la RI haber sido el retén al avance del imperialismo en Oriente Próximo, y también el régimen que salvó a Irán de una devastadora guerra de Israel e EEUU.
Una política transparente en el programa nuclear ha sido inteligente (ver Irán-EEUU: Luces y sombras de un acuerdo histórico). Probablemente, la nueva estrategia seguirá adelante. Ya saben, insultar a este imperio no es sinónimo de ser antiimpeiralista.
¿Perestroika? No, gracias
El “no a la pena de muerte” va colándose poco a poco en la sociedad iraní, azotada por una violencia institucionalizada y alentada por la propia religión que justifica el asesinato de unas personas a mano de otras. Infringir los más elementales derechos humanos es lo único que comparten todas las corrientes de la RI. Sólo en dos semanas del mes de enero fueron ahorcadas unas 40 personas, muchas pertenecientes a las minorías étnicas árabe, baluch y kurda, aumentando las reticencias de estos pueblos y creando un caldo de cultivo para conflictos étnicos. La censura reina incluso en el palacio presidencial: la judicatura y las fuerzas de orden han advertido al presidente y sus ministros de las “consecuencias” legales del uso de las redes sociales, que sigue prohibido, en un Irán con miles de bloggers, muchos de ellos, mujeres.
Hasan Rohani es un pragmático conservador, cuya principal misión es resolver el problema nuclear con Occidente, y no tiene facultad de decidir sobre las cuestione sociales. Si al principio la ideología islamista sirvió para extender su poder, ahora el poder es usado para imponer su ideología.
Los radicales temen que un aflojamiento de la represión acabe como la propia RI. Se acuerdan de que la caída del Sha empezó con la relativa liberalización política en 1977. Rohani no es Gorvachev y aquí no habrá “perestroika”.
El otro Irán
“Si quieres un país laico, ponle una teocracia”. La actual sociedad urbana iraní es la más secular y una de las más pro occidentales de la región. Nunca la identidad “iraní” había sido tan defendida frente a la identidad “islámica”, con la que había convivido felizmente durante siglos. Una juventud desilusionada con la política busca sobre todo libertades individuales y un puesto de trabajo digno. La fuga de unos 150.000 cerebros cada año deja, además, una pérdida anual de 150.000 millones de dólares para el Estado.
La nueva generación rebelde, nacida durante la Revolución, ha hecho que Irán vaya recuperando su apacible vida, sus colores y su estética. El culto a la tristeza y a la fealdad (la prohibición del maquillaje, el uso de perfumes y vestidos ajustados, etc.) impuestos a un pueblo de cultura exquisita, hedonista, amante de la poesía y la diversión (con cientos de páginas web de chistes), ha sido derrotado junto con las barbas y los chadores negros. Es un Irán esquizofrénico: “En la época del Sha la gente bebía fuera y rezaba en casa, ahora se bebe en casa y se reza fuera”.
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