Opinión · Punto y seguido
Israel ahora va a por el Líbano
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No se trata de cómo o por qué, sino de cuándo.
De hecho, unas semanas antes del asalto del 7 de octubre (7/10) del Movimiento Resistencia Islámica, Hamás, a Israel, la prensa de Oriente Próximo advertía de los planes de la superpotencia de la región, de una nueva agresión militar contra el Líbano, otro vecino indefenso, bajo el pretexto de “las amenazas de Hezbolá”, considerado uno de los “proxy” (representante camuflado) de la Teocracia Chiíta de Irán (TCHI). La Casa Blanca rechazó su solicitud de apoyo, afirmando que sus miles de agentes y decenas de sus bases en la zona no habían percibido señales de tales “amenazas”. ¡Vaya! O sea, que Israel había recibido, supuestamente, el soplo sobre unos preparativos secretos de un pequeño grupo armado (que ni es el ejército libanés), e incluso había pedido la cooperación del Tío Sam, pero ni sus cientos de hombres infiltrados en Gaza, ni la propia inteligencia militar israelí, así como decenas de instalaciones militares y de espionaje de EEUU en Oriente Próximo, tuvieron conocimiento del secreto a voces del plan 7/10 de Hamas. ¡Caray!
De “altercados habituales” a la guerra
El ejercito de la Teocracia Judía de Israel (TJI) anunció, el 7 de abril, que iba a “pasar de la defensa al ataque" en la frontera norte con el Líbano. Ha desplegado 100.000 soldados, evacuando a 70.000 residentes que ya han sido instalados en hoteles. Líbano, por su parte, ha desplazado a 90.000 personas de un centenar de ciudades y pueblos, alojándoles en tiendas de campaña, en unas condiciones más que precarias. Mientras Israel ya ha informado a estos vecinos que no volverán a sus casas, los libaneses, en su absoluta mayoría sin recursos, y cuyas élites “apestan”, se niegan a abandonar las ruinas de lo que un día fueron sus hogares.
Hasta hoy, los ataques mutuos de cohetes y misiles han dejado en Israel unas diez víctimas mortales civiles y militares, y en el Líbano (nombre puesto por los sumerios que significa «Tierra de la Montaña Blanca»), unas 400, entre ellos un centenar de campesinos, tres periodistas, 18 trabajadores sanitarios, sin contar miles de animales de granja y árboles frutales convertidos en ceniza por el uso de las bombas de fósforo blanco como denuncia Amnistía Internacional. Un abrumador desequilibrio de fuerzas, idéntico al que hemos visto en el genocidio palestino en curso.
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Debido a que la TJI considera que éste sería un conflicto más contra un grupo patrocinado por los ayatolás, y un mal menor comparando con una guerra directa entre las dos teocracias semíticas, hay que tener en cuenta que desde el 7/10, este choque “en sombra” ha entrado en una nueva fase:
1) Como resultado de la “Ley de tránsito de los cambios cuantitativos a cualitativos”, por los continuos ataques de los soldados supremacistas (manipulados por los líderes del “pueblo elegido” por los seres mágicos, y la banalidad del mal que implica) a los grupos contratados por los islamistas de Teherán en Gaza, Irak, Yemen, Siria, y el Líbano, compuestos por jóvenes desempleados-desclasados y extremaderechizados, dispuestos a matar a cualquier hombre, mujer o niño por un salario y un fusil, que han creado el espejismo de un “cinturón chiita defensivo”, para garantizar la supervivencia de la TCHI.
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2) Por un nuevo factor introducido en el juego por Israel e Irán que ha consistido en ataques directos al suelo del otro.
3) Los halcones de los Guardianes Islámicos, que como la culminación de un “golpe de estado serpentino”, empezado tras el fin de la guerra con Irán en 1988, ya han tomado la totalidad del poder político en la teocracia. “Nosotros no necesitamos un golpe de Estado”, dijo con sarcasmo Qasem Soleimani al presidente Rohani, harto de las injerencias de este cuerpo en la política. Los guerreros medievales acusan al clérigo de traicionar su promesa de “desmantelar Israel” (y ya puestos ¿por qué no al propio Gran Satán?), desaprovechando el 7/10 de Hamas. En el cumplimiento de esta “causa suprema” ¿qué pasaría con los 9 millones de civiles israelíes? ¿Cómo se enfrentarían a EEUU los 39 países de la OTAN, e incluso con Rusia (que defendería a un millón de rusos israelíes), para tal tarea, que en respuesta sepultaría a millones de iraníes, libaneses, sirios, palestinos, iraquíes, yemeníes, etc., bajo los escombros? Cualquiera diría que estas voces plantean justo lo que Netanyahu pide en sus rezos matutinos a Yahvé.
Fin del statu quo: los verdaderos objetivos de Israel
La situación ya es irreversible: Irán e Israel no pueden regresar a su “guerra en sombra y de baja intensidad” en suelo de terceros. Además, ¿han preguntado Netanyahu, Jamenei y Nasrulah (el clérigo líder de Hezbolá) a las víctimas de hoy y de mañana del Líbano si quieren sacrificar sus vidas y la de sus seres queridos y por sus intereses económico-religiosos?
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Aunque ninguna de las partes quisiera una guerra total, y la TCHI ha mostrado que prefiere seguir en su papel del “rival leal” de Israel, un sólo error al lanzar los misiles desde el Líbano a las zonas residenciales (en vez de los desiertos), o una mala interpretación de las intenciones del contrincante, pueden desatar el infierno, que es lo que busca el gabinete fascista de Israel y sus apoyos entre los evangélicos republicanos de EEUU. Creen que este es el momento de asestar el golpe final a Irán (que no a la TCHI) como potencia regional, y si es antes de la entrada del nuevo presidente de EEUU a la Casa Blanca, mejor, para que sea Biden quien cargue con la catástrofe que provocaría.
Israel, que través de su “proxy” EEUU, ha eliminado a las grandes potencias árabes (y defensores de la causa Palestina) como Irak, Libia y Siria, y mediante las sanciones económicas ha convertido Irán en estado paria, cuenta también en el Líbano con los 10.000 cascos azules FPNUL cuya misión ha sido controlar a Hezbolá, «El Partido de Alá». Tras cumplir la última etapa de la Solución Final para los palestinos, ahora Israel pretende desgatar aun más a la TCHI, en el suelo libanés.
Por si alguien en Hamas pensó que con la operación 7/10 iba a impedir a Arabia Saudí la normalización de sus relaciones con Israel (¡como si Riad tuviera la capacidad de oponerse a la voluntad de Washington!), y que tal minucia afectaría al proyecto del establishment israelí de borrar del mapa a los palestinos, sabrá que el 29 de abril, Anthony Blinken, el Secretario de Estado del gobierno de Joe Biden, ofreció a los jeques un pacto de defensa mutua (¡adivinen contra quién!), a cambio de reconocer al Estado israelí. Los reyes de la Tierra de Mahoma pasaron con nota alta la prueba al participar en la alianza formada por EEUU, Israel, Francia, Reino Unido y Jordania para derribar los artefactos lanzados por los ayatolás a Israel el día 1 de abril. Se sabía que los esfuerzos de China para reconciliar a Riad y Teherán iban a fracasar.
¿Qué busca Israel en el Líbano?
- Destruir las capacidades de Hezbolá y obligarlo a cumplir con sus demandas.
- Alejar, unos 30 kilómetros, a las tropas chiitas de la frontera israelí, especialmente a los 10.000 hombres de las Brigadas Rezwan (apodo de Imad Mughniyeh, líder del grupo, asesinado por el Mossad en 2008), creado por los Guardianes Islámicos, y cuyo cometido es infiltrarse en el territorio israelí. Están también Amal que pertenece al presidente chiita del parlamento Nabieh Berri, el grupo Ezzeddin Qassam (ala militar de Hamas), las Brigadas Quds (rama militar de la Jihad Islámica), el Umm Lashkar del Imam Hossein, entre otros. Francia, que pretende debilitar a EEUU-Israel, potenciando a Irán-Hezbolá, presentó una propuesta de tres pasos a Israel, al gobierno del Líbano y Hezbolá para un proceso de desescalada de 10 días, que implica la retirada de los combatientes chiitas de la frontera, que ya ha sido rechazada.
- Líbano también es el feudo de los jeques del Golfo Pérsico y de Turquía, que financian a grupos facistoides sunnitas, como el ISIS, Jabhat al-Nursa y Ansar Bayt al-Maqdis, impidiendo que se rompa el frágil balance de equilibrio a beneficio de Israel o de los ayatolás. Como ejemplo de su poderío, en 2017, Riad invitó a una visita oficial al primer ministro libanés Saad Hariri: le secuestró y le obligó a dimitir, aun estando en Riad, con el fin de acabar con la coalición de su gobierno con Hezbolá. Hariri, musulmán sunnita, lidera el Movimiento Futuro, el principal miembro de la Alianza del 14 de Marzo. Los países árabes del Golfo Pérsico también representan el 75% de los principales proyectos de infraestructuras del Líbano. A ninguno de las élites de los Estados involucrados en este desesperante escenario le interesa un Líbano fuerte y próspero.
- Apoderarse de las grandes bolsas de gas descubiertas en las orillas del Líbano. La TJI ha militarizado los campos de gas pertenecientes a Gaza, Siria y el Líbano y también las rutas marítimas de su comercio con baterías de defensa antimisiles y buques de guerra.
¿Qué dicen los libaneses e israelíes?
Tras el 7/10, presentado por la propaganda israelí como “el mayor ataque a los judíos tras el Holocausto”, y acompañado por el asesinato de decenas de periodistas en Gaza, la opinión pública israelí aceptará una invasión al Líbano y arrasar al vecino si con ello se evitan un hipotético ataques de las milicias de Nasrulah. No es así en el lado contrario. Salvo un sector dominado por hombres de mirada tribal que creen en los milagros, en que el arsenal de Hezbolá disuadirá y derrotará a Israel, los libaneses no están para una nueva ronda de destrucción de sus vidas. Un Estado fallido y en bancarrota, y una brutal pobreza que afecta al 75% de sus 5,45 millones de habitantes, de los que 1,5 son refugiados sirios y palestinos, se añaden a la pérdida de la mayoría parlamentaria de Hezbolá en 2022, debido a su participación en los gobiernos corruptos e incompetentes del país, y su presencia en la guerra de Siria, defendiendo al gobierno (¿chiita?) de Bashar al Asad a demanda de un gobierno totalitario extranjero, la TCHI, ha puesto en cuestión el lado “patriótico- nacionalista” del grupo, en favor de su dimensión “religiosa”: la guerra “chiita-sunnita-judía” sólo desvía la lucha de las clases desfavorecidas contra sus regímenes capitalistas, despóticos, misóginos y belicistas.
Los libaneses no quieren una religionización de la Causa Nacional Palestina, ni una palestinización de los problemas de su país por parte de Hezbolá. Los palestinos tienen sus propias formaciones políticas y el uso de su bandera por los regímenes totalitarios de Jamenei, Erdogan, Ben Salmán y otros, no ha sido más que una cortina de humo para encubrir sus catastróficas gestiones para afrontar los problemas domésticos y regionales: las mentes de los mercaderes de fe, que han ocupado complejos cargos políticos, no va más allá del dualismo y de “lo divino versus lo demoníaco”.
¡No a la guerra, ni por Dios, ni por la Patria! La nueva configuración del mapa de mundo, diseñado para salvar la hegemonía de EEUU, requiere de un movimiento antimilitarista global, hoy saboteado, inexistente.
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