Opinión · Punto y seguido
EEUU y Rusia: ¿Hacia un nuevo orden mundial?
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Al final pasó. Se produjo la “sorpresa de octubre” y la favorita en las encuestas fue derrotada, y la paz mundial pudo respirar. Hillary Clinton, la reencarnación de la diosa Eris de la discordia, dolor y matanzas desapareció para dejar el escenario a otro despojo del capitalismo más desvergonzado y salvaje, llenando el escenario de una inquietante incertidumbre.
Mientras la apparatchik perdía por ignorar las necesidades del sistema (a pesar de haber recibido un aviso en 2012 al ser excluida del segundo gabinete de Obama), Donald Trump era linchado por la prensa ortodoxia por desnudar al emperador, mostrando un EEUU misógino, racista, aporófobo, capaz de manipular el resultado de los votos como se hace en cualquiera otra dictadura vulgar, o de lo absurdo que es gastar el dinero de los ciudadanos (50 millones viven bajo el umbral de la pobreza) en mantener en el poder a las élites corruptas de otros países que viven como parásitos de EEUU. También, por querer que lo mismo que ha hecho EEUU en el mundo suceda con la sociedad estadounidense: la supremacía de una nación, un grupo y una clase sobre las demás naciones, grupos y clases; utilizando miedo, odio y otros sentimientos para provocar conflictos y así ganar más poder y más influencia.
En medio de esta situación surrealista, que Trump hablara bien del archienemigo ruso, ha descolocado a más de uno. Los clintonistas le han tachado de ser el “agente de Putin”.
¿La distensión con Rusia?
Para Rusia, la misma derrota de Clinton es un triunfo, y no sólo por incitar o apoyar las protestas de 2011 en Moscú contra la elección de Vladimir Putin, de armar a los grupos y gobiernos de extrema derecha en sus fronteras, invadiendo su periferia de seguridad, sino por lo que iba a hacer: una grave intervención militar en Rusia, sin importarle provocar una guerra nuclear, como revelaban sus correros infiltrados.
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Sobre las razones de la extraña simpatía de Trump hacia Rusia, se ha apuntado a los lazos financieros de algunos miembros de su equipo con Gazprom, o con los políticos pro-rusos de Ucrania, o que el propio magnate celebrase en Moscú el concurso de Miss Universo 2013. Entonces, ¿por qué Trump no ha conseguido abrir la sucursal de su hotel en Moscú cuando sí lo han hecho Ritz, Hilton o Radisson?
Quizás la respuesta esté en las fuertes posiciones antichinas de Trump: ¿Pretende romper la alianza entre Rusia y China, acercándose a una de ellas, siguiendo la misma estrategia de Richard Nixon y de Barack Obama? Es difícil que lo consiga: los dos gigantes se han unido en la Organización de Cooperación de Shanghái, en el Grupo de BRICS, y en numerosos acuerdos estratégicos militares y energéticos. La Doctrina Putin está consiguiendo, con el respaldo de China, restaurar la posición de Rusia en el mundo, poniendo fin a la unilateralidad de Washington y su Nuevo Orden Mundial declarado en 1991, año de la caída de la URSS. Ahora Rusia está recuperando Asia Central, mientras EEUU está perdiendo a Pakistán, Libia, Irak, Turquía y Arabia Saudí.
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Kremlin sigue con cautela las declaraciones de Trump quien dijo que “podrá mirar” el reconocimiento de Crimea como territorio ruso, cooperar en la lucha antiterrorista (¡debe ignorar quiénes lo patrocinan!), poner fin a una nueva Guerra Fría, y reducir el militarismo de su país. Quizás porque vive la resaca y el cansancio de tantas guerras, o quizás se trate de otra estafa electoral suya. Si realmente pretende “levantar el país”, tendrá que recortar el gasto militar y las ayudas a los regímenes clientes como Irak, Afganistán, Israel, o Colombia.
En los últimos años, la esquizofrenia ha dominado la política exterior rusa: votó a favor de la agresión de la Alianza a Libia, las sanciones económicas sobre Irán, ha facilitado la ocupación y la permanencia de la OTAN en Afganistán, ofreciéndole el aeropuerto de Uliánovsk (la ciudad natal de Lenin, convertido, según la oposición, en una base de EEUU), para el tránsito de equipamientos a la tropas de Bush y Obama. Y eso a pesar de que en 2001 Washington saliera del Tratado de Misiles Antibalísticos, y le acosara en sus propias puertas desde Georgia y Ucrania. Es impensable que el Pentágono abandonara la doctrina Dominio Completo del Espectro (Full Spectrum Dominance) de controlar el espacio aéreo y las rutas marítimas.
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Tampoco dejará de utilizar la OTAN para su expansión, y para desmantelar la Federación Rusa, o llevar adelante el proyecto del Siglo Pacifico de América por el que está sembrando las proximidades del estratégico Mar Oriental de China de bases militares.
No hay ninguna lógica objetiva que propicie un giro en la política exterior de Washington (tampoco lo hubo con Obama después de Bush) centrado en tres "amenazas existenciales” de China, Rusia e Irán. Barack Obama prometió una cooperación entre las potencias para el bien de la humanidad, pero la realidad es que en 2016 hablamos de la Guerra Fría 2.0.
No habrá un Nuevo Orden Mundial con un gabinete reaccionario compuesto por individuos millonarios fundamentalistas cristianos. El estado profundo seguirá con la reconfiguración del mapa estratégico global, con el objetivo de mantener la supremacía militar y política de EEUU sobre el mundo y a cualquier precio.
Aun así, hay que exigir a los líderes de las superpotencias que dialoguen y reduzcan la peligrosa tensión acumulada.
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