Opinión · Punto y seguido
Contra la apología de la familia
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El ataque de la derecha religiosa a las familias homosexuales ha logrado frenar las críticas de la izquierda a la familia tradicional, fundada y desarrollada sobre los intereses económicos, el poder y la fuerza y legitimada por Dios. La orientación sexual de sus integrantes no convierte en una unión progresista a la familia, cuyos males emanan de su naturaleza y estructura, no sólo de su procedencia del sistema patriarcal y del papel que desempeñan los hombres.
Lo que se nos presenta como el modelo natural de organización social es sólo una forma más de cohabitación conyugal. Decía Friedrich Engels que la familia tipo es una construcción social, fruto de la aparición de la propiedad privada, articulada en torno al dominio legal, económico y físico del hombre sobre el cuerpo y la vida de la mujer fiel y monógama como garante de la paternidad indiscutible de la prole, los herederos directos.
Esta unidad económica, religiosa, legal, de estructura rígida y sellada con un juramento de fidelidad o monopolio sexual hasta la muerte hace aguas en las complejas sociedades modernas, con amplias redes de relaciones que brindan numerosas oportunidades para la promiscuidad.
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Salvando las distancias, el arquetipo de hogar representado por Abraham, el patriarca de las religiones semitas, en su esencia sigue siendo vigente y criticarlo continúa rozando el tabú. Aquel elegido por el Creador poseía una esposa-señora y una amante-esclava luchando entre ellas para atraer su atención (y su herencia). Ni su condición de patriarca le impidió abandonar a los suyos en pleno desierto cuando se vio agobiado. Sin comentarios su disposición para hacer profesión de fe sacrificando a un hijo.
La familia tradicional ha conservado hasta nuestros días su contenido autoritario: desigualdad entre integrantes, discriminación en los roles y violencia en todas sus gamas ejercida jerárquicamente, los más fuertes contra los más débiles, la infancia. El “maltrato doméstico” es la variante más común e impune de la agresión contra las personas.
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El dulce hogar y la “familia idílica”, presente en el imaginario colectivo, ha sido una miniatura del sistema político reinante, encargada de reproducir y legitimar “valores” basados en el beneficio, el miedo y la coacción. Hoy y aquí, las uniones custodiadas por una hipoteca no las deshacen ni el desamor, ni, a veces, los malos tratos.
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