Opinión · Punto y seguido
En el corredor de la lapidación
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NAZANÍN AMIRIAN
Las heridas de los 99 azotes que recibió por todo el cuerpo no se han cicatrizado aun y el terror de ser apedreada le corta, nos corta, la respiración. Aún hay vida en su cuerpo y algún destello de esperanza en su corazón de que la presión internacional y la piedad de sus verdugos le permitiera vivir para cuidar de sus hijos. Sakine Ashtiyani, iraní de 43 años, forma parte del grupo de nueve personas, mujeres y hombres, todos de la clase trabajadora, condenados a morir apedreados, acusados de delitos sexuales como adulterio, sodomía, la prostitución o amar sin permiso de las autoridades religiosas.
Más que una exhibición de la falsa moralidad de los que tirarán la primera piedra, o un castigo ejemplar a una mujer que se ha atrevido a burlarse del totalitarismo de una teocracia que reglamenta hasta el último rincón de la vida privada de sus ciudadanos, dichos actos talibanianos tienen el propósito de sembrar el terror y someter a la población, enseñarle los dientes ante la creciente crisis de legitimidad que sufre.
A pesar de que en ninguna parte del Corán aparece la lapidación, este castigo preislámico cuenta con una macabra ceremonia en la que hasta el tamaño de las piedras está estipulado para afligir el mayor dolor a las víctimas, en su 90% mujeres.
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La peculiar inquisición que gobierna hoy Irán, si bien nunca fue una “república”, hace tiempo que ha dejado de ser “islámica” – religión unida a la compasión–, para convertirse Irán en el segundo país del mundo en número de ejecuciones. No hay precedente para tanta crueldad en la milenaria cultura persa. El castigo a una mujer acusada de “atentar contra la honra de la familia” no ha sido más que la habladuría de los convecinos o el repudio del marido.
Sakine ha sido torturada y vejada durante interminables días en una celda en la que habrá garabateado con las uñas el nombre de sus seres queridos, sus últimos deseos. Algunas que la habitaron antes se suicidaron o murieron por infarto, queriendo privar a los verdugos el espectáculo, y aun así los guardianes de la moral lanzaron piedras contra sus cadáveres.
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¡Cuánto es capaz un ser humano de remontar el dolor infinito y la pavura apoyado en un breve destello de esperanza! Estamos a tiempo, aún.
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