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Opinión · Punto y seguido

El cosmético viaje de Obama

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Durante su primer mandato, los republicanos y los israelíes criticaron al presidente Barak Obama por no haber visitado Israel. Grave delito. Vamos, como si un sacerdote musulmán se negara a peregrinar a la Meca. Sin embargo, el presidente G. W. Bush (padre) nunca pisó Israel ni tampoco lo hizo Ronald Reagan y nadie les acusó de antisemitas.

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A fallback.

Su reciente visita a Israel y Cisjordania carecía de sentido. No tenía necesidad de mostrar su apoyo al Estado judío, ni llevaba ningún plan de paz para los decepcionados palestinos, que ya no esperan nada del hombre que no se dignó a visitar la tumba de Yaser Arafat, pero sí acudió al panteón de Isaac Rabin.

Tampoco viajaría tan lejos para remendar las fisuras de sus relaciones personales con Netanyahu, o para advertirle de un ataque unilateral contra Irán (eso ya se lo había dicho en la Casa Blanca), o para mostrar a todo el mundo que, a pesar de la difícil relación con Tel Aviv, su alianza con Israel es inquebrantable.

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En realidad, con esta gira turística, el presidente de EEUU quería demostrar que su doctrina de “regreso a Asia-Pacífico” para frenar a China no significaba descuidar esta región. Incluso desde aquí, intentará paralizar el desarrollo económico del gigante rival: las sanciones sobre el petróleo iraní privan a China de su tercer proveedor de crudo.

Otro gesto hueco de un mandatario que resiste a confesar que carece de iniciativas para resolver los conflictos de esta región. Los errores de su gobierno y su falta de seriedad y perspectiva están empujando a varios países hacia la guerra.

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Por un lado, exige a Israel que tenga fe en la eficacia de las sanciones económicas y de las negociaciones diplomáticas con Irán para ahorrarse una guerra. Por otro, se niega a suavizar parte de las sanciones a cambio de que Irán ceda en su programa nuclear. Pide su rendición a cambio de nada. Ni siquiera discute las garantías de seguridad que impidan que Irán sea atacado.  ¿Es que no controla a Israel?

De momento, lo único que busca Obama es retrasar el ataque preventivo e ilegal del Estado judío contra Irán. Ganará tiempo para reclutar la opinión pública mundial y así ponerse “en el lado correcto de la historia” y decir que hemos agotado todas las vías pacíficas. Si Saddam o Gadafi, que eran los aliados de EEUU, no tenían armas de destrucción masiva, fueron derrocados y sus países arrasados ¿qué no harían con un enemigo?

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Obama debe saber que Teherán no levantará la bandera blanca y se rendirá sin más. Todo lo contrario. Unos 300.000 soldados de EEUU instalados en Iraq, Afganistán, en los países árabes, Turquía, Israel y en los buques militares atracados en el Golfo Pérsico, son suficientes para desconfiar de la buena voluntad de Obama. Su administración, a diferencia de la de Bush, ya tiene elaborado un plan de acción militar contra los iraníes.

El único e importantísimo fruto visible de este viaje ha sido la reconciliación entre Israel y Turquía, tras las disculpas de Netanyahu por el incidente del barco de solidaridad con Gaza. Obama, que ha instalado misiles Patriot en territorio turco, necesita la lealtad y la unidad de ambos aliados para enfrentarse a los desafíos de la región.

En una entrevista, afirmaba que Irán "podría fabricar una bomba atómica en el lapso de aproximadamente un año”. ¿Quería poner fecha a la guerra? ¿Realmente cree que es menos grave para EEUU un conflicto armado con Irán que convivir con un Irán nuclear? Si es así, se equivoca. Otra cosa es que la política exterior de EEUU siga siendo rehén de los intereses del Estado de Israel, principal beneficiario de la invasión, ocupación y destrucción de Iraq -al que consideraba su principal rival- mientras que el propio EEUU es el gran perdedor en todos los sentidos. Por algo Zbigniew Brzezinski recomienda a Obama que, si los cazas israelíes tratan de atacar Irán, Washington no debería vacilar en destruirlos.

Sin embargo, el inquilino de la Casa Blanca, que no se fía de Netanyahu, para salvarse la cara le ha dado luz verde: “Israel es una nación soberana con derecho a defenderse”. O sea, “buena suerte en tu hazaña por tu cuenta”. La respuesta llegó de Teherán: el ayatolá Ali Jamenei, jefe del Estado, amenazó con arrasar Tel Aviv y Haifa "hasta los cimientos" si Israel asaltaba su país. Los tres se preparan para lo peor.

¿Cómo puede querer paz en la zona EEUU si arma a Israel y debilita a Irán, cuando la garantís de una paz fría y duradera es que exista un equilibro, aunque sea de  “terror? Amentar la ventaja cualitativa militar de Israel sobre sus rivales regionales rompe el frágil equilibrio de hoy.

Plan para “africanizar” Oriente Próximo

"Y luego Dios me dijo: 'George, ve a poner fin a la tiranía en Iraq'. Y así lo hice”. Son palabras de George W. Bush (hijo) citadas por el ministro palestino Nabil Shaath. El hombre había confundido la voz de Ariel Sahron con la de Jesús. “Sharon considera a Iraq la mayor amenaza para Israel (14/08/2002). La misma frase sale de la boca de Netanyahu, sólo que cambiando Iraq por Irán. Dejándo el mismo guión y el mundo vuelve a tragárselo.

El objetivo de la invasión y acoso de EEUU contra Iraq no era proteger a minorías kurdas ni chiitas de las persecuciones de Saddam. Tampoco era instaurar la democracia ni salvar a los vecinos de las armas de destrucción masiva. Ni siquiera el petróleo iraquí, que ya controlaba.  La guerra fue otra Proxy, pedida por Tel Aviv a EEUU, con el objetivo de eliminar un país árabe-islámico desarrollado e impedir la constitución de ningún otro gobierno que pudiera hacerle sombra. Un montón de escombros garantizaría la marcha exitosa de sus proyectos, que incluían la recuperación del oleoducto iraquí entre Mousul  y el puerto israelí de Haifa, destruir las infraestructuras del país, empobrecer la sociedad laica iraquí, debilitarla y anclarla en el subdesarrollo para varias generaciones. Eso facilitaría su sometimiento a largo plazo. Luego vino el “divide y gobierna”, atizando el fuego entre kurdos y árabes sunitas y chiitas.

La estrategia Dual Containment Policy (la “doble contención”), doctrina elaborada por Washington para Oriente Medio a finales de los setenta, ordenaba impedir el desarrollo económico, político, social y militar de Iraq e Irán para potenciar el poderío israelí. Han sumido a Iraq en la edad de piedra. Ahora toca a Irán. “Podremos devolver a Irán a la Edad de Piedra” con un ataque de pulso electromagnético y paralizar todos los aparatos electrónicos”, insinúan desde Israel.

Durante décadas, la política neocolonialista en África ha sido destruir los estados estratégicos y, más o menos, vertebrados, para convertirlos en “fallidos” y así justificar su ocupación y dominio. Entre los últimos están Sudán y Libia. Desde la caída de la URSS, esta estrategia de condenar a los pueblos a la pobreza y garantizarse así el control duradero sobre los recursos o rutas estratégicas de un país, se aplica a Oriente Próximo y Asia Central: Afganistán, Iraq, Pakistán, Yemen y, ahora, lo intentan con Siria e Irán.

Mientras, en la cúpula del poder iraní, curiosamente, lo que realmente preocupa, no es el ruido de sables que viene de EEUU-Israel. Ni siquiera la crisis económica –agravada por las sanciones- que azota al país. Lo que les quita el sueño son las amenazas del presidente Ahmadineyad de provocar una “primavera” si no le dejan presentar a su consejero y padre de su nuera, Rahim Mashai, como candidato a la presidencia en las elecciones del 14 de junio.

Así vive su tragedia esta parte del mundo.

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