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Opinión · Punto y seguido

Europa y la falsa resistencia de los yihadistas del Valle de Panjshir

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Tan solo tres días después del autogolpe de EEUU y la entrega de la llave de Kabul a los talibánes el 15 de agosto, el comandante Ahmad Masud anunció la formación del "Frente de Resistencia Nacional de Afganistán" (FRNA) en el valle de Panjshir para enfrentarse al grupo terrorista.

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Sin embargo, sorprenden varias cosas:

- Su tardanza en organizar la resistencia cuando los talibanes llevaban dos décadas controlando la mitad del país, mientras cogobernaban con la OTAN en la otra mitad.

- Que pidiera ayuda militar a Joe Biden (que ya en 2011 había dicho que “los talibanes no son nuestros enemigos”) para “salvar Afganistán”. ¿Cómo se puede ser líder de algo en aquella región y no conocer el secreto a voces ¡desde 2019! de que el propio EEUU iba a devolver el poder a la formación fascista pastún?

- Que no supiera que el ataque del 6 de septiembre, de una veintena de helicópteros pakistaníes y sus Fuerzas Especiales protegidos por los drones, al Valle de Panjshir, fue ejecutando de las órdenes directas del Pentágono.

Pues, en su plan de sirización de Afganistán (“Tierra de llanto”, en persa), EEUU no puede permitir ninguna resistencia a los talibanes, que como sus únicos representantes deben tener la totalidad del poder “proxy”. Por eso Antony Blinken rechazó la petición de Ahmad de recibir armas y los talibanes rechazaron su propuesta de formar un gobierno de coalición.

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L'Humanité, órgano del Partido Comunista francés, afirma que a cambio de Afganistán, EEUU les había pedido al grupo terrorista 1) respetar los intereses de EEUU dentro y fuera del país, y 2) provocar la desestabilización de Irán. El diario, además, filtra una foto de la reunión de Mike Pompeo, el general Chris Donahue (el “último soldado de EEUU en abandonar el aeropuerto de Kabul”), y Mullah Ghani Baradar, diseñando la sexta etapa de la intervención en Afganistán para el 15 de agosto.

El FRNA son los restos de la Alianza del Norte, un frente islamista anticomunista organizado por la CIA en 1978, liderada por Ahmad Shah Masud, el padre de Ahmad de 32 años, cuya misión era derribar el estado socialista afgano. El RFNA ha reunido a los señores de la guerra y sus tropas, en su mayoría pertenecientes a los grupos étnicos Hazara (de origen mogol, de habla persa y de religión chiita) y Tayico (de origen iraní, de habla persa y de religión sunnita), así como a algunos miembros del gobierno islámico desmantelado, como Amrullah Saleh, vicepresidente afgano de iure, y “presidente en funciones” según la Constitución afgana, hoy exiliado en Tayikistán. Su hermano Amrulá fue uno de caídos en los “asesinatos selectivos” por los talibanes el 6 de septiembre.

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Sueños afganos de Francia

Ahmad Masud, el joven tayico con el sombrero pakul -prenda convertida en un símbolo contra el turbante Talibán-, físicamente es calcado a su padre Ahmad Shah Masud, aunque no es “Shah” (« Rey» en persa, y en Afganistán un nombre común) ni tampoco cuenta con el apoyo que él recibió de EEUU, de las teocracias de Arabia Saudí e Irán en su batalla contra el socialismo en Afganistán en las décadas de 1980 y 1990. Pero, sí que puede recibir apoyo de Europa, sobre todo con Francia, país que en intenta recolonizar sus antiguos dominios y llenar el supuesto vacío que deja EEUU por Oriente Próximo: después de visitar Beirut, devastado por la explosión del agosto de 2020, el presidente Macron participó el 29 de agosto en la Cumbre de Bagdad de los lideres regionales, siendo el único mandatario occidental que lo hizo. Su presencia pasó desapercibida por el impacto mediático del caos del aeropuerto de Kabul, y no puedo difundir su mensaje al mundo: Francia, al contrario de los yankis, permanecerá en el Oriente Próximo. ¿De quién espera el aplauso?

En Afganistán, pretende proteger al FRNA al igual que lo ha hecho con los kurdos de Siria, cuando en 2019 Trump los entregó al odiado Erdogan . El doctor Macron sigue adelante con su política gaullista de “autonomía estratégica”, aunque es consciente de que el Ejército francés no podría durar ni un minuto en Afganistán si el Gran Amo EEUU se opone.

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En su empeño, Macron Bonaparte ha llamado a los mandatarios de Irán, Irak, Rusia, Kazajstán, Uzbekistán y Tayikistán, para hablar de Afganistán e incluso invitó al presidente tayiko al Eliseo para conocer bien la situación.

Detrás de esta pasión afgana de Emmanuel Macron está el periodista francés Bernard-Henri Lévy, sí, el mismo que antaño puso en marcha la estación de Radio Kabul Libre para los muyahidines de Ahmad Shah y no hace mucho alentó a Sarkozy a desmantelar el Estado libio. Hoy está presionando a las instituciones francesas para que envíen armas a Ahmad, por si Francia puede pescar algo en el mar de sangre afgano. Por el momento, Francia dará visibilidad a Masud, como lo hizo en París con un desconocido ayatolá Jomeini, un chiita de extrema derecha, para luego implantarle en Teherán su Estado Islámico medieval y bárbaro sobre la tumba de la izquierda iraní, salvando los intereses del capitalismo en esta parte del planeta.

"Francia es nuestro último recurso, la única esperanza que nos queda", dijo Ahmad en su viaje a París en marzo pasado para inaugurar un camino en el Elíseo en honor a su padre por sus servicios. Pudo conocer a Macron, pero también a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, quien está pidiendo a Francia que “apoye, anime, ayude” al FRNA contra el régimen de terror de los talibanes. Su asesor en asuntos internacionales, Arnaud Ngatcha, llamó a los hombres de Ahmad “los luchadores por la libertad", el mismo término que Ronald Reagan utilizaba para el ejército de lumpen antisocialistas de Ahmad Sha, apodado “El León de Panjshir” por la prensa derechista de medio mundo.

Ahmad Shah: un vendedor de humo

Nacido en el valle de Panjshir, Ahmad Shah Masud (1953-2001) pertenecía a la clase alta afgana: su padre, el coronel Dost Mohammad, dirigía la Gendarmería y Policía de Herat durante la monarquía de Zahir Shah, y su abuelo Yahya Khan, era tesorero del gobierno.

Masud que fue instruido en la Sharia en la Gran Mezquita de Herat, vivió en un ambiente de libertades políticas inusuales en la región. Desde 1964, las mujeres podían votar y todos los partidos políticos estaban libres, incluidos los de izquierda y también los islamistas. Mientras los primeros abogaban por una sanidad y enseñanza gratuitas y universales, la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer y un estado federal, los islamistas exigían la prohibición de la enseñanza a las niñas, del trabajo de la mujer y las medidas modernizadoras.

Su época universitaria en la Politécnica de Kabul coincide con la instalación de la República de Afganistán en 1973 por el socialdemócrata Daud Jan y tímidas reformas sociales que reducían el poder del clero, como las desamortizaciones y reducir el número de los tribunales islámicos en favor de civiles.

La popularidad de las ideas marxistas en un país vecino de la Unión Soviética acercó a Masud a la organización de derecha sunnita la Hermandad Musulmana en busca de argumentos con los que poder discutir con jóvenes comunistas. Para él la sociedad y el mundo se dividían principalmente entre los “musulmanes y los no musulmanes” que no los “ricos y los pobres”. Aunque culto y sofisticado, amante de la poesía persa y la música, al igual que ayatolá Jomeini, Ahmad Shah planteaba que las tierras “islamizadas” deben regirse por leyes que nacieron en el siglo VI en la Arabia de Mahoma. Como conservadores que eran se oponían a cualquier tipo de modernización: capitalista o socialista. La viuda de Ahmad Sha, Parigol Sadigheh, hija de un jefe de Muyahidín, que se casó a los 17 años con él que tenía 35, cuenta cómo no le dejaba ver a los hombres de la familia: “El único hombre que puede verte soy yo”, le decía. Tuvieron un hijo y cuatro hijas, que vivieron durante años en Irán.

Rebelión contra la modernidad

En 1975, junto con Gulbuddin Hekmatyar, uno de los más despiadados criminales de guerra afgana, Ahmad Sha, comerciante de esmeralda de Panjshir, organiza el "Levantamiento de Panjshir" contra el gobierno de Davud Khan; la rebelión fracasó por falta de apoyo popular y ambos huyeron a Pakistán.

Habrían disfrutado de un exilio confortable si no fuera porque las fuerza marxistas tomaron el poder en Kabul en la primavera de 1978. Con más motivación que nunca, se unieron al ejército de muyahidines formado por la CIA en el suelo afgano: “Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento”, dijo el asesor de seguridad de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, cuando le preguntaron sobre las atrocidades cometidas por este fenómeno. Los cerca de 20 millones de dólares en efectivo que Arabia Saudí y EEUU repartieron entre los Señores de Guerra fue otro aliciente.

Los muyahidines invadieron Afganistán e iniciaron una serie de actos terroristas y de sabotaje, como contaminar el agua de las escuelas de niñas, atentar contra los negocios regentados por las mujeres (peluquería, escuelas, etc.), destruir los depósitos de agua, postes eléctricos, fábricas y cultivos, violar, y lapidar a los insumisos, con el fin de debilitar al gobierno de izquierda afgano.

Seis meses después de la invasión de los yihadistas, el presidente Nayibulá, bajo una fuerte presión, recurrió al pacto de defensa mutua afgano-soviética y pidió ayuda al vecino. Por lo que, como reconoce Donald Trump, los “yihadistas” no agredieron a Afganistán para “liberarlo” de la URSS. En 1986 los soviéticos firmaron un alto el fuego con Masud, que lo aprovechó para armarse mejor.

Pero, el apoyo al gobierno socialista fue tal que, tres años y medio después de la salida del Ejército Rojo de Afganistán en 1989, pudo mantenerse.

En 1992, Masud y el señor de la guerra uzbeko, el general Dostum, asaltaron Kabul y derrocaron a Nayibulá, que se refugió en la sede de la ONU. Las matanzas de la turba del yihadismo que llama a Masud “Amer-saheb” (Dueño de la Orden), y el temor a un baño de sangre forzó al presidente Nayibulá a proponer a través de la ONU un plan de paz y un gobierno de coalición: todas las facciones de muyahidines lo aceptaron salvo Masud, que se convirtió en el Ministerio de Defensa del Gobierno. Sin embargo, las discrepancias entre distintas facciones de muyahidines (algunas próximas a Irán y su futura estrella militar Qasem Soleimani, otras a Francia y una tercera a la India o Pakistán) hicieron imposible formar un Estado capaz de establecer la seguridad que demandaban sus patrocinadores extranjeros para sus inversiones. Esta pelea por más poder tiene un nombre: barrio Afshar de Kabul: el 13 de febrero de 1992 y durante 24 interminables horas, uno de los integrantes de esta coalición de corte fascista masacró a cerca de 700 vecinos de la etnia hazara; violó y mutiló a las mujeres y sodomizó a los niños, antes de matarlos.

El terror, la extorción, el clientelismo y la corrupción de los muyahidines, el fin de la URSS, y la negativa de Masud a la propuesta de Pakistán de crear una confederación de ambos países, le harán perder el apoyo de Islamabad y EEUU; por lo que Washington inicia la tercera fase de su intervención: en 1996, tira directamente a los muyahidines a la papelera y los reemplaza con otro, los Talibán salafistas, dirigido por el disciplinado servicio de inteligencia pakistaní (ISI) y compuesto por los nativos de este país. Los “Estudiantes del islam” a su paso hacia Kabul aplican la política de Tierra Quemada y limpieza étnica de los grupos no pastúnes, que son la mayoría de los afganos. Como pedagogía del terror castran al presidente Nayibulá y cuelgan su cuerpo torturado, al igual que su hermano, en una plaza de Kabul.

Masud se refugia en Panjshir, mientras mantiene los contactos con la CIA y con los ayatolás de Irán. Es revelador que, Robin Rafael, vicesecretario de Estado en Asuntos de Oriente Medio de EEUU, en su encuentro con Masud en 1998, le propuso rendirse y unirse a los Talibán.

Los nuevos zombis tampoco cumplirán con las perspectivas económicos y militares de Bush- Rumsfeld para Asia Central. De repente, una serie de atentados (contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania o el destructor USS Cole) justificarán la decisión de los halcones militaristas de la Casa Blanca para lanzar “la Guerra contra el Terror” por todo el planeta: ahora que la URSS ha desaparecido inventarán un nuevo enemigo para la OTAN y así seguir con el negocio de armas y de guerra.

El acercamiento de Ahmad Shah a Rusia (que ya no era socialista) empezó a preocuparle a EEUU. Su participación en junio de 2000 en la reunión de "Cinco de Shanghái" (que un año después se convertirá en la Organización de Cooperación de Shanghái liderada por Rusia y China), fue su sentencia de muerte.

Dos días antes del 11 de septiembre, la CIA-Al Qaeda asesinan al yihadista independiente, quien ya había esquivado varios intentos de su asesinato, por diferentes gobiernos de Kabul y por la KGB. Habría sido el único hombre capaz de organizar una resistencia a las fuerzas de ocupación de la OTAN, que estaban en las puertas de Kabul. Uno de los asesinos suicidas muere en el acto y un segundo huye: curiosamente a pesar de ser atrapado es asesinado sin antes ser interrogado (lo mismo que sucedió con el doble de Bin Laden en 2011).

Tras su muerte, EEUU repartió millones de dólares entre los demás señores de guerra muyahidines para mantenerlos quietecitos: aun hoy la mayoría siguen en la nómina de la CIA.

Ahmad tenía 13 años cuando perdió a su padre. Hoy puede ser protagonista de la escena afgana porque ayer los crímenes de su padre quedaron impunes.

Las posibilidades de sobrevivir a esta aventura (que no “resistencia”) para el joven tayico, con o sin el respaldo de Europa, pueden ser nulas. Panjshir, esta vez, tampoco podrá derrotar a los Talibán-EEUU: no habrá un Rambo IV y un “Johnny se fue de yihad” en Hollywood.

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