Opinión · Punto y seguido
Izquierda arbitraria
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No es ningún descubrimiento que el premio Nobel de la Paz es una herramienta política en manos del influyente comité noruego. Este año se lo ha otorgado a un disidente chino mientras su antecesor, Barack Obama, sigue bombardeando a afganos y pakistaníes. Sin embargo, las acertadas críticas a estas entidades por el uso de la doble vara de medir el pacifismo no deberían acallar ahora las voces que, dentro y fuera de China, reclaman el respeto a los derechos humanos. Marx se opuso a la pena de muerte y a limitar las libertades por ser estas un “derecho fundamental del espíritu humano”.
Encubrir los agravios cometidos por las autoridades amigas y el chantaje de no hacer el juego al enemigo lleva a la izquierda a aplicar la misma doble vara que denuncia, agrietando los principios de una ideología esencialmente ética. Se indigna ante las torturas en las cárceles de EEUU e Israel, pero mira para otro lado si lo mismo sucede en Irán o en Palestina.
La violenta ofensiva de los neoliberales no justifica convertir el análisis científico en un mero llevarle la contraria al enemigo ni aparcar la autocrítica, acusando a las voces opuestas de estar en la nómina del adversario. Con razón advertía Spinoza que, una vez caído el déspota, la tiranía vuelve en una sociedad sin libertad.
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Deformando las ideas dialécticas en dogmas de fe, los poseedores de la última verdad ponen la guinda al despropósito de anteponer las siglas a los principios, y su culto feudal a la personalidad de figuras paternalistas reduce la audiencia a rebaños, ahogando su creatividad y empobrece geniales teorías que aspiran a cambiar el mundo. El mero apoyo de las grandes masas a un dirigente ni le da la legitimidad ni convierte sus actos en progresistas.
Tal postura degenera el ideal socialista y resta su fuerza intelectual y su autoridad moral, impidiendo que sea una alternativa al capitalismo hundido en su crisis estructural.
La regeneración de la izquierda exige la elaboración de unos principios que incluyan la defensa incondicional de las libertades y la condena a la pena de muerte y a la tortura, sin mirar de quién es la mano del verdugo.
Es hora de que una izquierda madura y sin complejos se lance a la ofensiva.
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