Opinión · Carta con respuesta
Mi mamá me mima
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Un niño de dos años ha fallecido atragantado con un chicle en Valencia. Otra vez suenan alarmas y críticas contra las golosinas. Los niños se pueden atragantar con golosinas, con raspas de pescado, con huesos de carne o piezas de juguetes. Pero no se puede prohibir todo. Existe la necesidad infantil de llevarse las cosas a la boca porque se intuye desde el nacimiento que por ahí entra la vida, la alimentación y el conocimiento. Los accidentes de este tipo son muy raros. Es labor de los padres vigilar a los niños porque son inconscientes del peligro que les rodea e igual se echan un trago de lejía como introducen los dedos en un enchufe.
ANTONIO NADAL PERÍA, Zaragoza
En los 90, tuvo gran impacto el libro The Culture of Complaint (La cultura de la queja), de Robert Hughes. Usted lo recordará, denunciaba (entre otras cosas) la generalizada tendencia a eludir la propia responsabilidad, y pretender que alguien tiene la culpa de nuestros problemas y la obligación de resolverlos. Es una visión infantil, propia del niño para el que sólo son visibles sus propios sentimientos. Es una rebelión infantil contra la adversidad: no hay derecho a que me atragante con una golosina, ¿por qué las hacen tan grandes? Es injusto que las mandarinas tengan pepitas, ¿de quién ha sido la idea? Me duele mucho la pierna, ¡que alguien haga algo de inmediato!, etc.
La sociedad manifestaba una tendencia (tal vez inducida) a la queja infantil. ¿Cuál ha sido la respuesta? La sobreprotección. La misma que da el padre pusilánime (y manipulador) ante un niño malcriado: comprarle lo que pide para que se calle de una vez, garantizarle que papá va a hacer que no llueva mañana. Cualquiera puede atragantarse con un caramelo (el presidente Bush casi se mata con un pretzel). Sin embargo, cuando le echamos la culpa al caramelo (o al fabricante o al que nos lo vendió), nos estamos comportando como críos. Justo lo que prefieren las autoridades: yo te protejo de todo, pero a cambio tú sigue siendo siempre mi niño pequeño, porque me necesitas cada vez más.
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Hemos aceptado el trato: nos protegen ya hasta de nosotros mismos. He llegado a comprar un mechero Bic con hilarantes instrucciones: “Apagarlo antes de meterlo en el bolsillo”. ¿Se acuerda de la ministra de Vivienda Trujillo que regaló a los jóvenes 10.000 zapatillas “para buscar piso”, a las que encima, para mayor escarnio, bautizó como Keli Finder? A esos extremos hemos llegado. La ministra tomaba a los jóvenes por imbéciles, salta a la vista, pero ellos se dejaban. La decisión es nuestra. ¿Preferimos seguir siendo niños caprichosos y malcriados, con todos los derechos y bajo tutela permanente, o preferimos ser adultos responsables y libres?
RAFAEL REIG
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