Opinión · Carta con respuesta
Libre competencia
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Se dice, pidiendo la igualdad en el trabajo de las mujeres, que a igual trabajo igual salario y sin embargo se está defendiendo que, con igual trabajo para todos, sean remunerados de formas distintas en las diversas comunidades debido a prioridades. ¿Ley de igualdad? ¿Dónde?
Daniel González Barcelona
En la reunión semanal con mi hermana Maite, en el bar de Pedro (al lado del Ministerio de Justicia, por cierto), hablamos de lo mismo. Con mi muy acreditado y, por supuesto, súper-condenable machismo, aproveché para comentar, a la quinta copa de Rioja: “Si en lugar de funcionarios, se tratara de tías, ¡habría que ver cómo se rasgaban las vestiduras! ¿No quedamos en que a igual trabajo igual salario?” Maite me respondió: “Sí, macho, pero no en empresas distintas. Una cajera no gana lo mismo en El Corte Inglés que en el DIA, ¿no?” El trato es que el que consiga hacer pensar al otro, aunque sólo sea durante un pestañeo, queda invitado. Ça fait rêver, admití, y pagué las cinco rondas, como de costumbre.
La cultura empresarial es el troquel que da forma a las planchas con las que acuñamos nuestra concepción de todo, desde las relaciones sentimentales (que contemplamos como una inversión, bien a plazo fijo, bien en fondos de riesgo variable) hasta el mundo del arte (que valoramos con criterios de marketing). Tras el Estado feudal y el Estado-nación burgués, ahora sólo somos capaces de imaginar el Estado S.A. Es esa concepción empresarial lo único que explica el predicamento de tipos como Pizarro y Miguel Sebastián o el lenguaje de los políticos: eficacia, productividad, inglés a mansalva, etc. Ya no somos súbditos, pero tampoco ciudadanos, sino clientes y accionistas, en manos de consejeros delegados y en un marco de competencia con otras empresas: ¡Somos el cuarto según la OCDE en no sé qué! ¡Hurra! ¡Tenemos un Oscar! ¡Hurra!, ¡Ganamos a Francia! ¡Hurra!
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Siendo así, no podíamos mantener más tiempo un régimen de monopolio: había que rendirse al precepto religioso de la libre competencia. Como reza el catecismo empresarial, así se dinamiza el mercado político, se estimula la productividad, se abaratan los precios y aumenta la satisfacción del cliente. Una vez liberalizado el mercado, como es natural, cada Autono-
mía S.A. debe potenciar su ventaja competitiva, aprovechar las ventanas de oportunidad, fidelizar a sus clientes y demás pamplinas propias de la jerigonza de los tenderos, además de hacer campañas publicitarias. Al fin y al cabo, usted busque, compare y, si encuentra algo mejor, váyase a vivir a Cataluña, por ejemplo. Detrás de todo esto, pensé en el bar, está lo de siempre: falta de imaginación. ¿Sabríamos concebir el Estado de otra forma? ¿Lo intentamos?
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