Opinión · Carta con respuesta
Encadenados
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A comienzo de curso, los infatigables promotores del sexo seguro obsequiaron a los recién estrenados universitarios, entre ellos mi hijo, con una caja de preservativos. Pero visiblemente insatisfechos han decidido invadir también las bibliotecas. En L’Hospitalet (Barcelona) han repartido puntos de libro con condones incorporados. Nadie sabe si la lectura fomenta la libido o por el contrario es el condón el que promueve la lectura. Sea lo que sea, las campañas sexuales frenéticas y masivas han sido impotentes a la hora de frenar las enfermedades venéreas, que no hacen sino crecer, junto con los abortos. Cuando el sexo sea tomado como conviene, todas las preocupaciones que lleva asociado desaparecerán. El sexo es para el amor incondicional y para siempre, y eso sólo se da en el matrimonio.
LISA JUSTINIANO MADRID
Pues no reparten bastantes condones, según parece y usted misma dice, porque aún hay embarazos no deseados y enfermedades de transmisión sexual. Por lo demás, son las dos cosas, me parece a mí. Ya monseñor Escrivá de Balaguer nos advirtió de que “la gula es la antesala de la lujuria”. Como de costumbre, llevaba razón el santo de Barbastro (que solicitó y obtuvo de Franco, con su humildad característica y al parecer de forma irregular, el título de marqués de Peralta, que luego cedió a su hermano). Los placeres son consecutivos; uno lleva a otro, como las cerezas. Leer un buen libro, lo tengo comprobado, da ganas de follar. Y un buen polvo lleva de cabeza a la lectura. Y luego a un museo, a un bar, a dormir la siesta… y así hasta caer rendidos, agotados y felices, como esos animales feroces, pero de mirada dulce, que ni siquiera saben que tienen que morirse.
Un psiquiatra lacaniano tal vez diría que el deseo es una cadena metonímica, nunca se satisface, sino que se sustituye sin cesar por otro deseo. En el extremo de la cadena, claro está, asoma una torva mueca, la esquinada sonrisa del único deseo al que no queremos mirar de frente, el deseo suprimido, al que entretenemos y aplacamos con placeres, pecados y travesuras: el deseo de muerte. Puede ser, quizá Eros y Tánatos sean cómplices. Sumisos a los principios de la termodinámica, nos rendimos a la entropía; pero que no sea sin lucha.
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Lo opuesto a la entropía es la información, es decir, el placer, que es nuestro único modo de aprendizaje. Por eso, por si acaso, no nos saltemos ni un solo eslabón de la cadena: tiremos del hilo hasta devanar la madeja del deseo y, después, que san Josemaría interceda por nosotros. Por cierto, ¿en qué libro ponen el condón-sorpresa? Yo lo pondría en El gran momento de Mary Tribune, de García Hortelano, un escritor alegre, partidario de la felicidad. ¿Y usted?
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