Opinión · Carta con respuesta
Música de fondo
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Como he comentado en alguna ocasión y lo mantengo, los traumas de una guerra civil perviven en los nietos. Pero no deberían pasar de ahí. Yo soy nieto de la guerra con las consecuencias que ello tuvo sobre mi propia familia. Mi abuelo paterno, diputado de Izquierda Republicana con Casares Quiroga, fue perseguido y encarcelado; otros ‘desaparecieron’. Tal vez por estas vivencias y por mi educación posterior nunca me he considerado un militante al uso. No soy republicano ni tampoco monárquico, aunque acepto el papel que nuestra monarquía desempeña actualmente. Siguiendo la suma de ambas tendencias me sitúo en estos momentos ante una opción de centro en la que ambos antagonismos unan sus esfuerzos en una causa común. Yo suelo decir que los traumas de la guerra son comunes con independencia de la tendencia de sus protagonistas. Que los excesos también lo han sido, posiblemente en similar medida. Es decir, algo nos es común a nuestro pesar, razón de más para buscar siempre tendencias conciliadoras. Solo es necesario estar atentos al presente y de eso se trata.
LUIS ENRIQUE VEIGA RODRÍGUEZ. A CORUÑA
No creo que los traumas se hereden (¡y hasta los nietos!). Parece una hipótesis un poco de Lamarck, algo así como heredar un brazo roto, las cejas depiladas o la cojera que le quedó a un abuelo cuando le atropelló un tranvía. Si a eso vamos, también yo soy nieto de la guerra, en la que participaron mis abuelos.
El centro. Ni izquierdas ni derechas. Superar los antagonismos trasnochados. Sumar y no restar. Excesos en los dos bandos. Lo que nos une. Ésa fue la música de fondo de mi infancia, junto con el clásico acorde bailable: “Hijo, tú no te signifiques”. No son himnos de guerra, sino hilo musical franquista. Es la canción de un régimen político apolítico y de una ideología que había superado la estéril confrontación ideológica para concentrarse en el desarrollo económico.
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Decía Althusser que “la ideología no tiene exterior”. Es como las gafas, vemos a través de los cristales: por eso mismo, para el que las lleva puestas, las gafas son transparentes, invisibles. Se puede (y se debe) hacer un esfuerzo para contemplar desde fuera nuestra propia ideología, ese aparato óptico a través del cual percibimos la realidad. La ideología dominante (como en el franquismo) no se reconoce como ideología: es natural, es sentido común, es la visión normal de las cosas, sin esas anteojeras a través de las cuales lo ven todo esos fanáticos de alguna ideología. Ojalá usted tuviera razón y hubiéramos heredado la beligerancia y el valor de nuestros abuelos, en lugar de la docilidad medrosa y la acomodaticia resignación conciliadora que nos tarareaba el Caudillo para acunarnos durante cuarenta años.
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