Opinión · Carta con respuesta
Criaturas
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No me atrevo a asegurar que los niños españoles, en general, estén especialmente mal educados, sin embargo, sí he notado que cada vez con mayor frecuencia se pone de manifiesto la escasa educación cívica inculcada por sus padres. Restaurantes de poco postín y ambulatorios de la Seguridad Social son dos de los lugares públicos donde más se aprecia la falta de respeto hacia los demás de que adolecen las criaturas. Hace unos días, entre las mesas de un restaurante de carretera, unos niños corrían y jugaban al escondite ocultándose tras los comensales, mientras sus familiares, despreocupados, charlaban entre sí. El jueves pasado, ante el ademán impasible de su madre y el cartel de “Silencio, por favor”, un niño hacía de toro y su hermanito de torero en la consulta médica, acompañados por los olés de la abuela, que aplaudía la faena sin complejos. Se me ocurrió pedir un poco de silencio y como respuesta recibí la mirada asesina de la madre. No obstante, preferí eso a que me dijera que ella paga sus impuestos.
ENRIQUE CHICOTE SERNA ARGANDA DEL REY (MADRID)
Puf, no sé, la verdad. Acaban de descifrarse las inscripciones jeroglíficas del yacimiento neolítico de Aix-sur-Champagnat y resulta que contienen una queja muy semejante: los niños del paleolítico sí que estaban bien educados, no como los de ahora, que no hacen más que molestar con sus hachas de sílex y romper todos los vasos campaniformes. Se conservan también varias cartas de Ciro el Grande en las que ya expresa su descontento: los reclutas cada vez son de peor calidad, no como los de antes, y así no hay quien se enfrente a los escitas con garantía de éxito.
Como decía la gran Fran Lebowitz, “sentirse ofendido es la consecuencia natural de salir de casa”. No hay por qué pisar demasiado la calle, pero cuando uno decide hacerlo, “hay que estar dispuesto a tolerar las desagradables costumbres particulares de los demás”: el humo, las sintonías para el móvil, la conversación a gritos, la colonia o los lazos solidarios. La otra opción es prohibir todo lo que nos moleste: el tabaco, la música ambiental, el uso de perfumes, la bocina de los coches y, por supuesto, los hijos de los otros.
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Los niños pueden ser molestos, aunque rara vez tanto como los adultos. ¿Qué narices les vamos a enseñar de buenos modales, si aquí todo el mundo habla a gritos, aparca donde quiere y monta en cólera a la más mínima provocación? Mire, está hablando de los hijos de los que toman la Cibeles si gana España, con el aplauso y la bendición de las autoridades: ¿qué esperaba? Si usted se considera con derecho a pedir silencio en un lugar público, debe de vivir en otro planeta. En éste, desde luego, el silencio es un privilegio. Y no por culpa de los niños.
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