Opinión · Carta con respuesta
El santo coleóptero
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Es improbable que usted muera hoy atropellado por un autobús. Por lo tanto deje de preocuparse por el color del semáforo, cruce la calle tranquilamente y disfrute el paseo. Probablemente lo que acaba de leer le parezca una solemne estupidez. A mí también, qué quiere que le diga, no siempre amanece uno con la inspiración puesta. Probablemente esa estupidez no sea mayor que la que pueda llegar a leer estos días si va caminando. Aun así, procure hacerlo con precaución… por si las moscas. Algunos autobuses tienen mala leche.
Jordi S. Berenguer / Barcelona
Usted disculpe, pero no entiendo ni jota. Y desde luego acierta: me parece una solemne estupidez, incluso una majadería con ventanas a la calle. En otras palabras: o yo soy estúpido o su forma de discurrir es un poco estúpida, pero una de dos. ¿Qué tiene que ver Dios con los autobuses? Dios es, digamos, como mucho una “hipótesis de trabajo”. Los autobuses son una realidad bastante voluminosa: yo mismo suelo montarme en el 147. ¿No ve la diferencia? De la existencia de Dios no hay prueba alguna, es una simple conjetura o, como decimos en el barrio: eso… ¡pa’ quien se lo quiera creer! Igual podría existir Dios que el célebre escarabajo estercolero que desde Manoteras rige implacable nuestros destinos y sostiene el firmamento con una de sus patas. Que los autobuses existen, en cambio, está comprobado.
Así las cosas, cruzar con el semáforo en rojo constituye un peligro real, puesto que existen autobuses reales. En cambio, no estar bautizados o comulgar sin gluten no tiene que preocuparnos lo más mínimo, no constituye un peligro real, puesto que no tenemos ninguna prueba de que Dios exista.
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Si alguien me dice: no cruces las vías del tren sin mirar, que te puede arrollar un mercancías, pensaré que es una persona que se preocupa por mí. Si otro me dice: cuando vayas por Manoteras, tienes que ir siempre descalzo y mirando al suelo con prismáticos, no vaya a ser que, sin querer, pises al divino escarabajo que en el sagrado estiércol de aquel populoso barrio tiene su morada y alimento, y que desde allí rige nuestros destinos, porque si lo pisas, ¡catapún!, se acabó el universo entero, tío, de golpe y porrazo: ¡tal y como te lo estoy contando, tío! ¿Qué debo pensar? Sin duda, que dicha persona, aunque bien intencionada, está para que la encierren. Como no creo que usted esté como una regadera, imagino que su carta es irónica; y yo, duro de mollera.
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