Opinión · Carta con respuesta
Aforo limitado
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Es evidente que el mundo museológico ha dado un salto en el vacío, y ahora se dan franquicias que atraen a un público ávido de prestigiarse con su presencia en unos museos con planteamientos, más que culturales, en el sentido que dábamos hace cuatro a la Cultura, al ocio y al merchandising más evidentes. Hoy los museos han devenido un espectáculo de masas, dedicados primordialmente a los turistas que andan de aquí para allá, sin percatarse realmente del contenido. Están sin estar, y consumen ávidamente lo que les ofrece la tienda, adquiriendo desde lápices y libretas con el nombre de la institución hasta los catálogos. Así las cosas, tales museos “dan la sensación” de culturizar a unas masas que siguen viviendo alejadas de la reflexión y el pensamiento por el que fueron creados los museos en el siglo XIX. Los paganos invaden el templo de la Cultura y andamos muy felices...y engañados. Volverán, esperemos, las golondrinas después del largo y crudo invierno...
JORDI PAUSAS. PARÍS
Diga usted que sí. ¿Qué pintan las masas llenando los museos? Esa multitud no tiene paladar para lo sublime, ¡qué sabrán ellos, que no distinguen un Velázquez de un cromo! Son como críos, igual que los indios: les das cuatro baratijas brillantes, o “lápices y libretas”, y se quedan tan contentos, y te las cambian por el oro. La Cultura con mayúscula (¿o mejor Die Kultur?) sólo debe ponerse al alcance de quienes saben apreciarla, no de estos tipos que a la Venus del espejo le miran el culo, en lugar de apreciar las pinceladas de Velázquez. Ellos van por razones espurias: nosotros amamos la cultura.
Sólo quieren adquirir prestigio, pero no les va a resultar tan fácil: ¡como si se lo fuéramos a regalar sin lucha! Por mucho que vayan a museos, lean libros o escuchen música, les falta lo que hay que tener. El problema de la enseñanza obligatoria es que ha producido esta invasión de nuevos ricos de la cultura, advenedizos, tipos que leen por encima de sus posibilidades y van a museos que no saben apreciar. Que vayan al fútbol y escuchen a Michael Jackson, pero que no manoseen nuestros museos y nuestro Mozart.
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Si Ortega levantara la cabeza. Él tenía la solución: el arte deshumanizado. Un arte que separe al espectador en dos grupos: los que lo entienden y los que no lo entienden. La masa y los selectos. Un arte que ahuyente al vulgo, para que los que nos lo merecemos de verdad podamos disfrutarlo en privado, en sala VIP, sin aglomeraciones.
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