Opinión · Carta con respuesta
Apoyar la cabeza
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Perdónenme que les haga una pregunta, ¿conocen a algún niño que desde que nació quiso ser ladrón o asesino o que estaba loco? No son problemas de personas concretas los que habitan nuestras innecesarias cárceles, sino problemas de esta sociedad que nos destroza. Mírate, tú eras naturaleza y mira ahora quién eres, estás rodeado de elementos prefabricados, tu mayor meta va acompañada de un número con muchos ceros, odias tu trabajo pero te resignas pensando que no hay otro remedio, compras cosas que no necesitas para impresionar a gente a la que odias...
DANIEL BLÁZQUEZ TIELAS VIGO
No, pero tampoco conozco ningún niño que, desde que nació, quisiera ser, por encima de todo, auxiliar administrativo, ferretero o encargado de un almacén de embutidos. ¿Qué vueltas tendrá que dar la vida para que los amigos de mi hija se conviertan en podólogos, notarios o encofradores? A menudo me pregunto cómo llega uno a ser un feliz podólogo sin sentirse un poco defraudado: no me parece tan fácil, aunque me consta que muchas personas lo consiguen.
Freud decía que sólo había conocido en su vida a un hombre feliz: Schliemann, el descubridor de Troya. Había encontrado un tesoro, es decir: había cumplido, en la edad adulta, un deseo de la infancia. Eso es la felicidad. Ni el dinero ni el prestigio ni un monovolumen ni un adosado han sido nunca verdaderos deseos de un niño de verdad. La (escasa) felicidad a nuestro alcance debe de estar en cosas como encender una hoguera, descubrir un escondite perfecto o ser queridos sin merecerlo y sin hacer nada a cambio: así es como cumplimos de mayores el deseo del niño que fuimos.
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Supongo que usted habla del “buen salvaje” de Rousseau: el ser humano es bueno por naturaleza, pero es la sociedad la que nos echa a perder. No me lo creo y, además, prefiero vivir en el exilio, como un ángel caído y sin camino de vuelta. Pienso que el ser humano no tiene naturaleza, es un desertor que ha abandonado la naturaleza por su propia voluntad. Ya sabe, comemos el fruto prohibido y nos expulsan del paraíso. Qué le vamos a hacer: ya no viviremos nunca como las criaturas naturales, aunque a cambio podemos hacer fuego y canciones, sonetos y espadas, podemos dibujar bisontes con pigmentos perdurables y enterrar a los muertos, inventar dioses y suicidarnos por amor, por rencor o por simple rebeldía. Sí, pero no podremos nunca volver a casa, donde nadie nos ha dejado una luz encendida. Así se lo advirtió Jesucristo al que le dijo que quería seguirle “adonde quiera que vayas”: “las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos; en cambio, el hijo del hombre no tiene donde apoyar la cabeza” (Mateo 8, 20). Luego subió a la barca y pasó a la otra orilla.
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