Opinión · Carta con respuesta
Opio del pueblo
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No sé por qué en fechas navideñas, gente famosa y respetable ofrece su cuerpo a la frívola y trivial exhibición de su desnudez corporal para elaborar suculentos calendarios o atractivas revistas con fines ‘solidarios’. Es innecesario manifestar abiertamente la intimidad, especialmente cuando se postula como máxima errática aquella de que ostentar el cuerpo desnudo obedece a una buena causa. Francamente lo que la sociedad precisa es comprensión y desprendimiento hacia aquellas personas carentes de lo más básico, sin que por ello tengamos que alimentar el morbo y la indiscreción, pues la procacidad impúdica no justifica la generosidad. Los pobres merecen ser sostenidos con total honestidad.
VICENTE FRANCO GIL ZARAGOZA
Pues claro que es innecesario el desnudo, como bien dice usted: un verdadero artículo de lujo. Y eso no es nada nuevo: siempre ha sido por una buena causa: el arte, por ejemplo. ¿O usted cree que Velázquez pintaba la Venus del espejo como podía haber pintado un rinoceronte? La expresión “fotos artísticas”, ¿a usted qué le sugiere? A mí, personas en pelota picada, sin duda. Se preguntaba Juan Ramón Jiménez cómo mirarían las mujeres a Cristo desnudo. La excepción son los cristos como el de Grünewald; lo corriente es que sean tíos bastante atractivos y medio en bolas. Siempre se ha exhibido el desnudo en nombre de lo que en cada época se consideraba lo más sagrado: la religión, el arte o la Republique (una señora con tetas, como se sabe). Da mucho que pensar, en cambio, que la religión de nuestros días sea la solidaridad, el nuevo opio del pueblo: “al mismo tiempo la expresión del sufrimiento real y una protesta contra el sufrimiento real”, como decía Marx, no sin advertir que “la crítica de la religión es el presupuesto de toda crítica”. Quizá no fuera ociosa una crítica (eine Kritik, no una censura) de la solidaridad.
Toda carne es hierba (Isaías 40, 6-8), dice la Escritura para significar que es muy breve su gloria, quasi flos agri (semejante a la de una flor del campo). Será efímera, sí, pero ¡cuánta nostalgia hay en esas palabras! Cuando uno escribe, siempre se delata. Lo escrito hace visible lo que no queríamos saber de nosotros mismos. La hierba, una flor silvestre: el profeta escoge lo más delicado y conmovedor que encuentra.
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Dura menos la carne que la hierba: por eso mismo la necesitamos tanto. Porque mañana habrá desaparecido, igual que nosotros; sí, pero la emoción que provoca es perdurable, es todo lo que somos. “Sólo lo fugitivo permanece y dura”, sentenciaba Quevedo. Y mi abuela: lo que se hayan de comer los gusanos ¡que lo disfruten los cristianos! Aunque sea con la excusa (no sé si trivial, cínica o religiosa) de la solidaridad.
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