Opinión · Pato confinado
¿Es un sueco más mediterráneo que nosotros?
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¿Es un sueco más mediterráneo que nosotros? Parece ser que sí. Al menos si hablamos de la dieta. Sobre todo si hablamos de niños y adolescentes. Expertos en nutrición aseguran que los niños suecos siguen más la dieta mediterránea que nosotros. Así que solo nos queda entonar, tal vez bajo un acorde de Serrat, un... ‘Adiós a la dieta mediterránea’.
Así de contundente se muestra la ONG Save the Children en el título de último informe que presentó a principios de este mes. Adiós, dieta querida… Algo parecido dicen la OMS y otros institutos públicos y privados.
Poco a poco nos hemos desecho de una pauta de alimentación que en principio nos definía. Ahora somos mediterráneos sin legumbres, con poco pescado y menos fruta. Somos mediterráneos de bollería industrial, comida rápida y bebidas azucaradas. ¿Somos mediterráneos? Claro que sí, mediterráneamente…
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Ha debido ser por lo bajini, en silencio, nos habremos olvidado de ella, de la gran dieta de dietas. Habrá sido a cada escalada de precio del producto fresco, en cada hechizo de la industria del ultraprocesado. Cierra la anomalía el hecho de que hoy los niños escandinavos sigan mejor la dieta mediterránea que un español, italiano, griego, o chipriota.
Un sueco, según varios estudios, toma más pescado, tomates e incluso aceite de oliva que muchos niños españoles. Adiós, arriverdeci... La dieta defendida por la OMS, por médicos y nutricionistas. Una de las más saludables del mundo.
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Adéu, agur.
¿Qué habrá ocurrido? ¿Acaso importa?
No parece que haya datos concluyentes, pero claro que importa. Y mucho. No se trata solo de abandonar una dieta milenaria. Es un problema de salud pública, y Save the Children pone el dedo en la grasa:
“España tiene una de las tasas de obesidad infantil más altas de Europa, lo que amenaza la salud presente y futura de los niños, niñas y adolescentes”.
Los datos no son nuevos, ya los destaparon hace años estudios como IDEFICS y HELENA, que analizaron varios países europeos y estudiaron edades comprendidas entre los 2 y los 9 años.
Constataron que los niños y adolescentes suecos presentan menores índices de obesidad, están mejor protegidos frente a las enfermedades porque se adhieren en general a unos patrones de alimentación más saludables. La infancia es un terreno especial y moldeable: según cómo aprendas a comer en edades tempranas comerás en el futuro. Pero en muchos casos la estamos llenando de productos baratos y no saludables, de excesos de proteínas con grasas saturadas, de alimentos hipercalóricos que sacian, sí, pero que nos deslizan por la paradoja de una 'maltnutrición por exceso'.
España está en el pódium de la obesidad infantil europea, junto a países como Chipre o Grecia. Y esta es la situación: muchos de los nacidos en la cuna de una de las dietas más saludables del planeta tienen hoy sobrepeso o son obesos (alrededor de un 40% de los niños). Y aunque influyen factores genéticos, el tipo de dieta es fundamental en este caso. Y es extraño, porque estamos hablando de los países que teóricamente inventaron la mejor dieta para combatir la obesidad, el sobrepeso, los problemas cardiovasculares, o incluso para prevenir el cáncer.
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Estamos hablando de una de las dietas más equilibradas, y la cosa no parece haber mejorado después de la pandemia, con un incremento de horas frente a las pantallas, un mayor sedentarismo, con una subida vertiginosa de los precios de la cesta básica, especialmente en aquellos productos frescos y más saludables, como el pescado o la fruta.
Comer bien es cada vez más caro. Comer de un modo saludable se complica un poco más. Comer mal, en cambio, es barato. Y llegamos a este raro fenómeno de una malnutrición no por falta de alimentos sino por un exceso de los más nocivos.
Algo no está funcionando en el tiovivo. Mediterráneamente, claro…
Los datos muestran que se ha ido reduciendo el consumo de verduras y frutas entre los más jóvenes en los últimos cincuenta años. Las recomendaciones semanales de comer pescado al menos dos veces por semana no suelen cumplirse.
En el informe de Save the Children se hace especial hincapié en la renta de las familias. España es el tercer país con mayor tasa de pobreza infantil en Europa (solo por detrás de Rumanía y Bulgaria).
Diversos estudios demuestran que una menor capacidad económica conlleva una peor salud nutricional. Las diferencias de renta determinan, más allá de los niveles de sobrepeso y obesidad de los niños, niñas y adolescentes, el tipo de hábitos nutricionales, actividad física y estilo de vida”, según el informe de la ONG. Los suecos, por si se lo preguntan, tienen en general mejor renta que nosotros. Y seguramente una mejor educación nutricional.
Hoy se considera renta baja aquellos hogares que consiguen menos de 1.300 euros al mes. “Según los datos de nuestra encuesta, en los hogares con rentas más bajas hay una mayor probabilidad de que los niños, niñas y adolescentes tengan exceso de peso, es decir, sobrepeso u obesidad", reza el informe.
El testimonio de Encarni, por ejemplo, publicado en las redes de Save the Children, es demoledor. Esta madre de familia al ver el actual precio del pescado se da cuenta de que no puede comprarlo para su hija. “En vez de una vez a la semana, es cada dos semanas”, dice en la entrevista. Pero las recomendaciones indican que estos menores tendrían que tomarlo dos veces por semana.
Algo no va bien. La situación económica, la inflación sangrante, se suma a que muchas veces pecamos de falta de educación y de referentes gastronómicos. Un vacío que hemos ensanchado mientras íbamos abandonando las recetas de nuestras abuelas, ya que muchas de ellas están hoy en extinción.
Prisas, alimentos procesados cada vez más apetitosos o adaptados a los nuevos usos de vida, el precio del aceite de oliva por las nubes… Productos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal, que llaman a nuestra puerta con la alegría de un caníbal de las arterias.
Según la Fundación Dieta Mediterránea, el 45% de los españoles ya no sigue la dieta a la que le podría haber cantado Serrat. Aunque los medios cacareemos su nombre con orgullo, muchos no sabrán ni en qué consiste.
¿Qué es la dieta mediterránea?
En los años sesenta se acuñó el término, gracias a Ancel Keys, fisiólogo que lideró el famoso Estudio de los Siete Países. Tras analizar las pautas nutricionales de distintas naciones, se dieron cuenta de que los países mediterráneos teníamos un patrón en común: muchas frutas, verduras, cereales integrales, aceite de oliva, y un consumo moderado de carne, pescados y lácteos. A eso lo llamaron la dieta mediterránea.
Los estudios científicos desde entonces han corroborado que esta dieta, basada en grasas saludables, pocos procesados, mucho producto fresco, alimentos ricos en fibra y vitaminas, con proteínas de calidad, y todo equilibrado, en cantidades justas... constituía una de las mejores formas de alimentarse para el ser humano, pues protegía de múltiples enfermedades y desequilibrios.
Era algo simple porque ya lo teníamos aquí. Podíamos envidiar al danés por su estado del bienestar, pero nunca por su comida. Las cosas han cambiado desde los años sesenta. La dieta nórdica (cercana a la mediterránea en cuanto cualidades nutricionales) parece mantener su rigor entre los niños y adolescentes, mientras que aquí nuestro paladar es ya otro. Posmoderno y aparatoso, servil al glutamato y alérgico al verde.
Aunque la renta influye en comer bien, las legumbres siguen siendo baratas, pero también están desapareciendo del mapa (las ya cocidas, que se pueden comprar en cualquier supermercado, cumplen con los patrones nutricionales). Los nutricionistas recomiendan tomarlas varias veces por semana. Pocos lo hacemos. Los granos integrales, también recomendados, siguen estando al alcance de todos.
¿Y qué podríamos hacer? Pues en la medida de lo posible, podríamos tatuarnos estas sencillas máximas en la piel, o en la piedra sagrada que preside la cocina de tus hijos:
Priorizar unas comidas basadas en vegetales, con presencia de carnes blancas, como el pollo y el conejo. Es decir, mucho vegetal, suficiente hidrato, y menos carne... esta debería ser la ecuación en los platos. Todo centrado a ser posible en productos frescos, de proximidad, con notable protagonismo de verduras, frutas, hortalizas, legumbres, cereales enteros y frutos secos.
En resumen...
- Consumo diario de frutas (tomadas enteras, no en zumos) y verduras.
- Consumo habitual de cereales y granos enteros (arroz y pasta).
- Consumo de aceite de oliva (a poder ser virgen extra) y no de otras grasas como la mantequilla.
- Muy poca carne roja y embutido, y apuesta por carnes blancas o con poca grasa.
- Pescados dos veces por semana (con preferencia por los azules, como la sardina, caballa, salmón).
- Consumo, varias veces por semana, de legumbres (lentejas, alubias, garbanzos…) y frutos secos.
- Prescindir de los ultraprocesados en la medida de lo posible y de la bollería industrial.
- ¿Bebidas azucaradas? Demonios burbujeantes.
Y también descansar lo suficiente: dormir poco o mal afecta al metabolismo, produciendo, entre otros desajustes, obesidad. Una buena higiene del sueño es tan importante como una buena dieta.
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