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Opinión · Rosas y espinas

Carta de Alfonso XIII a Felipe Cero

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Querido Felipe:

“Yo puedo ser un rey que se llene de gloria regenerando a la patria, cuyo nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado, pero también puedo ser un rey que no gobierne, que sea gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera”. Esto lo escribió Alfonso XIII el día de su decimosexto cumpleaños, en 1902. Catorce años más tarde, en 1916, era gobernado por sus ministros y ya iba camino de ser puesto en la frontera. En su favor decir que, de joven, tonto del todo no había sido, ya que al menos fue capaz de predecirse a sí mismo. Perdona que te lo escriba en tercera persona, mi lejano biznieto.

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España vivía aquel año de 1916 medianamente bien: la escasa mitad que conforman los ricos se lo pasaba en grande y la otra ingente mitad de pobres se lo pasaba en hambre. En la confusión de la Gran Guerra, los empresarios, industriales y terratenientes de nuestro neutral país se dedicaron a vender y traficar materias primas y alimentos hacia los frentes, hacia cualquier frente, dependiendo de quien mejor pagara. De fronteras adentro, la escasez de productos básicos provocó un enorme repunte en los precios: el pan subió un 40% mientras los sueldos se estancaban. En consecuencia, obreros y campesinos pasaban hambre, y protestaban iracundos, ignorantes de que sus estómagos vacíos estaban alimentando los vientres de la Historia. Quizá el hecho de que el 60% de la población fuera analfabeta explique un poco esta desatención popular hacia las necesidades siempre urgentes de la Historia. Los que se obcecan en comer son inevitablemente digeridos por aquéllos que se limitan a vestir mejor.

Pasan los años.

En 1917 el mundo cambia mucho y España poco. Black&Decker inventa el taladro eléctrico. En Rusia, la revolución de octubre ha dado el poder a los bolcheviques. La Guerra europea ya se juega con cartas marcadas: EEUU decide intervenir y el Reich empieza a desmoronarse. Siempre paradójica, la paz inminente es una mala noticia para España. Se acaba la bonanza económica alimentada de exportaciones hacia el frente. Los pequeños propietarios sobreviven en una economía de subsistencia. Y los jornaleros, como siempre, se mueren de hambre: los precios se han disparado con el auge económico, pero el jornal sigue siendo de a tres pesetas y la más humilde choza no se arrienda por menos de 60 reales al mes.

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En plena crisis social, el movimiento obrero está escindido y enfrentado entre socialistas y anarquistas. Los primeros utilizan la huelga como arma. Los segundos, la acción directa, la guerra de guerrillas, el tiro en la nuca o donde acierten. La patronal, muy de ir a misa, tampoco olvida la espada: sus pistoleros y esquiroles organizan razzias contra los dirigentes sindicales, que caen como moscas. La iglesia y el dinero, de intereses confluyentes, tiemblan ante la idea de que una revolución semejante a la rusa triunfe en España, y no escatiman plomo a la hora de defender sus valores espirituales y materiales. La huelga revolucionaria de agosto la solucionan con 71 muertos (del bando contrario), 156 heridos (del bando contrario) y 2.000 detenidos (del bando contrario). Los dirigentes socialistas Julián Besteiro y Francisco Largo Caballero son condenados a cadena perpetua, pero se presentarán lo mismo a las elecciones de febrero del 1918 y saldrán diputados. España ya es different.

Pasan más años.

Mientras en EEUU se inventa el secador de pelo y se concede el voto a las mujeres, con lo que inevitablemente se acaba implantando una Ley Seca, los felices 20 arrancan en España el 8 de enero con un intento de sublevación militar en Zaragoza. Una docena de jóvenes militares, comandados por el vendedor de periódicos y anarcosindicalista Ángel Checa, se introducen en el Cuartel del Carmen con el fin de convencer al regimiento de que inicie una asonada libertaria. Checa murió esa misma madrugada durante el tiroteo resistente de los acuartelados. Al día siguiente se detuvo al cabo Nicolás Godoy como inspirador del intento golpista. Diez soldados fueron fusilados el día 11 tras vertiginoso consejo de guerra. Como escribió ABC en su crónica del 11 de enero de 1920, Godoy “conservó durante todo el tiempo que estuvo en capilla una gran sangre fría, y es prueba de ello que con todo aplomo y una gran serenidad escribió una carta apasionada a una bella señorita de esta capital, de la que estaba enamorado, haciendo en ella protestas de cariño firmísimo”.

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A la hora del fusilamiento, gritó:

-Hermanos, apuntad bien; no nos hagáis sufrir más.

Parece ser que le hicieron caso. A la vista de los cuerpos, el coronel del regimiento señor Vicario “con voz entera gritó:

-¡Soldado, se ha cumplido la ley! ¡Es dura, pero es ley! ¡Viva España!”.

Aquel año se registraron en el país 757 atentados y 1.300 huelgas.

La afición nacional del tiro al presidente se reivindica otra vez el 8 de marzo de 1921. En la Puerta de Alcalá, tres anarquistas abaten de 20 disparos desde un automóvil al presidente conservador Eduardo Dato, siguiendo la tradición iniciada en 1870 con la muerte de Juan Prim, en 1897 con la de Antonio Cánovas y en 1912 con la de José Canalejas.

En julio, los rifeños de Abd el-Krim nos llevan al llamado desastre de Annual, en el que mueren 8.000 españoles y los sublevados se incauntan de 20.000 fusiles, 400 ametralladoras y 129 cañones.

El 13 de septiembre de 1923, siguiendo otra costumbre muy española, el general Miguel Primo de Rivera subleva al Ejército contra el desorden establecido e impone la dictadura militar, la censura de prensa e ilegaliza los sindicatos. Alfonso XIII se convertirá entonces, como él mismo había predicho con 16 años, “en un rey que no gobierne, gobernado por sus ministros y por fin puesto en la frontera...”.

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Entregad esta misiva a ese tal don Felipe, si sois tan amables...

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