Opinión · Rosas y espinas
Su macroeconomía y nuestros cementerios
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En cierta sesión de control que celebró ayer el Senado, Mariano Rajoy nos vino a decir que la recuperación económica "aun no se nota en el bolsillo de la gente, pero sí en las cifras macroeconómicas". Pinché la frase en el traductor google de neolengua al castellano y me salió esto: "La recuperación económica devasta el bolsillo de los pobres y de las clases medias, pero engorda impúdicamente el bolsillo de los oligarcas". Los traductores de google son muy rimbombantes.
Pero al lío. El mensaje de este ectoplasma gallego al que llamamos presidente queda, así, aclarado: el fin de la crisis tampoco se notará en el bolsillo de la gente, pero sí en las cifras macroeconómicas. La salida de la crisis no pasa por la gente. La gente es un daño colateral de esta crisis. La salida de la crisis pasa por engordar la macroeconomía a costa de la gente. La gente aun no nota la salida de la crisis. Pero el Ibex 35 se lo pasa que te cagas, nos dice Mariano Rajoy.
La derecha sin complejos va soltando su lengua manchada de sangre poco a poco hasta llamar a las cosas por su nombre: "La salida de la crisis no se nota en el bolsillo de la gente", dice Rajoy. Pero sí se nota en los cementerios. ¿Qué mas da que 24 personas se hayan suicidado en 2013 tras ser desahuciadas por deudas de cuatro, cinco o seis cifras, cuando tal que ayer Isidoro Alvarez conseguía refinanciar 3.700 de los 5.000 millones que debe El Corte Inglés con solo mandar a un mensajero inframileurista en moto a La Moncloa a impartir órdenes? Luego dicen mis trolls que escribo enfadado. Pues, coño. No es para menos. Nos quieren confundir la sodomía, sin plácet del sodomizado, con libertad sexual. Eso no es libertad, paréceme, mi dama.
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Desde que tengo desuso de razón, me doy cuenta de que la oligarquía ha encontrado el antídoto perfecto a la revolución en estas diez últimas décadas. El antídoto a la revolución es la crisis. Las crisis. Las crisis no son más que revoluciones de los oligarcas contra el pueblo. Estas revoluciones de arriba abajo, paradójicamente, ponen el pie sobre las cabezas de los hombres. Hacen el pino ideológico. La cabeza sobre el pie, y no el pie sobre la cabeza, es la única posición de dignidad. Crisis es antónimo de revolución, según el diccionario político. La revolución desde abajo pone la cabeza sobre el pie, que es la posición normal de cualquier bicho, incluidos el árbol y el humano. Y, lo peor de todo, es que las crisis, contrariamente a lo que se pudiera suponer, sedan y funeralizan cualquier sentimiento revolucionario del pueblo. Como si aceptáramos que el pie debe de estar más alto que la cabeza, posición en la que ningún hombre o sociedad se puede sentir cómodo durante demasiado tiempo. O eso creíamos hasta ahora.
Las crisis consisten en encontrar al gobernante perfecto. Un gobernante que sea tonto útil para la oligarquía y tonto inútil para el pueblo. Pero siempre tonto. La revolución de hoy ya se puede plantear sin gobernantes tontos, sin líder tonto que pueda después padecer inclinaciones dictatoriales o serviles. Porque cualquier hombre o mujer se vuelve tonto útil para el oligarca y tonto inútil para el pueblo cuando se convierte en líder. Líder es también antónimo de pueblo. Yo no quiero líderes ni quiero ser líder.
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Como su sintagma indica, el ser humano ha nacido para ser humano, y no para ser líder. Siendo humano siempre serás listo, siendo líder siempre serás tonto, dice un proverbio sumerio que permanecerá eternamente enterrado y que me acabo de inventar.
Si nos pueden crujir universalmente desde Hacienda por internet, ¿cómo no podemos votar de la misma forma cada decisión gubernamental de calado? Podríamos votar en el cíber, cada día, en vez de votar a cuerpo y con la papeleta en la mano en cualquier lluvioso colegio electoral cada cuatro años un domingo, que es día de descanso. Vaya democracia más incómoda.
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Ayer estuve viendo la presentación del Partido X, una de esas alternativas populares, y quizá electorales, en las que no creo aunque me gustaría creer. Y decían exactamente lo mismo. Gracias a esa tontería llamada internet, ya puedes votar hoy mismo a favor del rescate de los bancos aceptando la rebaja de tu pensión. O puedes votar que no, aunque en las generales hayas votado al PP o al PSOE o a IU. Y que mañana cuente tu voto en el Congreso de los Diputados. En tu casa o en el cíber puedes decirle cada día que no a esto o que sí a aquello al gobierno que has votado en las generales. Cada día. Cada hora. Yo creo que es una cosa que nunca se ha podido hacer antes, pero que ahora convendría hacer. Por decirlo simplemente. Como hablan los campesinos: hace muy mal tiempo, hijo. Pero es hora de sembrar, así que ponte los pantalones.
Aunque yo soy algo patafísico en la materia, existen ya artilugios cibernéticos más que suficientes para garantizar el voto por internet como democracia instantánea. España ya tiene 19 millones de usuarios de esta extraña red que acabo de utilizar para hablar con mi ex novia y que me diga que no vuelva. ¿Por qué puedo hablar instantáneamente con mi ex novia y no puedo hablar con mi gobierno, que es casi tan importante?
Uno podría ir a comprar fruta, y, si no tiene internet en casa, pararse en el cíber, o en el ayuntamiento, a votar que no le apetece rescatar a la banca. O que sí le apetece rescatar a la banca. A elegir. Con solo darle a un botón. Pero ya se sabe. El avance de la ciencia y de la tecnología nunca ha beneficiado al señorito, salvo para enviarnos bombas atómicas sobre casa mientras estábamos haciendo el amor o dejando mordisquear el cruasán del desayuno a la gata. Y eso del plebiscito ciudadano constante no está por nadie planteado, por muy sencillo y barato que sea de hacer. Me gustaría que algún economista con tiempo libre se pusiera a cuantificar lo que costaría ese voto universal, y lo comparase con lo que nos ha costado rescatar a Bankia. Rescatar al señorito. Nos haríamos unas risas. De esas tan divertidas que acaban en lágrimas.
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