Opinión · Rosas y espinas
Epitafio excéntrico al cura Pajares
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Os voy a contar un cuento de Augusto Monterroso acerca de la obra y repatriación desde Monrovia del sacerdote Miguel Pajares, infectado de ébola y tristemente muerto ayer en Madrid. Un cuento, en realidad, que puede extenderse a todas las órdenes religiosas con ánimo de lucro, como la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios, que operan tan sacrificadamente en África, y a la que pertenecía Pajares. Para descanso de mis trolls cristofascistas, que el otro día me pusieron a pan pedir, cosa que me encanta, aclarar que sí estuve en África varias veces, en concreto en algunos de los países donde se ha enfurecido el virus del ébola estos días, y que conocí a sacerdotes y misioneros de una honradez y una belleza ilimitadas. “El Vaticano veta el uso del condón”, me dijo uno de ellos en Freetown. “Pero te juro que las monjas con las que trabajo son las más eficientes repartidoras de condones del mundo”. Detesto escribir epitafios, así que le dejo el trabajo sucio a Augusto Monterroso.
“Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.”
Augusto Monterroso, quizás errado, escribió mucho sobre estas contradicciones de la Iglesia, que la llevan a prohibir el condón para frenar la lujuria y propagar el sida, o a crear órdenes mendicantes que facturan 25 millones de euros al año y después aceptan que a sus curas los repatríe el Gobierno de Mariano Rajoy gastando un millón de euros procedentes de los impuestos de ciudadanos agnósticos o anticlericales, que en España hay mucha libertad de pensamiento y creencia. Por cierto, debo de estar mal informado, pero por mucho que busco no encuentro en mis archivos feroces críticas de misioneros denunciando que Rajoy, nada más llegar al poder, recortara 1.389 millones (el 47% del presupuesto de ZP) destinados a cooperación internacional.
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Pero a lo que íbamos. Augusto Monterroso:
“Se dice que había una vez un católico, según unos, o un protestante, según otros, que en tiempos muy lejanos y asaltado por las dudas comenzó a pensar seriamente en volverse cristiano; pero el temor de que sus vecinos imaginaran que lo hacía para pasar por gracioso, o por llamar la atención, lo hizo renunciar a su extravagante debilidad y propósito”.
Yo no es que tenga nada contra la iglesia católica, pero es que desde hace quince siglos me da la impresión de que la iglesia católica tiene algo contra mí. Y tan vasta sospecha me envejece.
Mi hermana, católica y científica, me repetía ayer, tras conocer la muerte de Pajares, una frase infectada de hermosura, humanidad y ciencia: “Me da mucha pena que se haya muerto. El tratamiento no funcionó”. No le apena la muerte de un cura. Le apena que la ciencia no haya encontrado la forma de frenar esta plaga.
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El tratamiento experimental llegado desde EEUU no funcionó en un hombre de 75 años que había sufrido numerosas patologías, como la malaria, por sus años de trabajo misionero y aleccionador de las bondades de la fe católica en África. Vale. Es admirable, si así lo deseáis, católicos de misa diaria. Pero nunca antes de enfermar escuché a ese misionero denunciar a las farmacéuticas que solo distribuyen medicamentos contra el sida a precios de Jaguar de Ana Mato. O que jamás experimentan con un medicamento, fallido o no, contra el ébola en un negro.
Siempre hay que esperar a que enferme un sacerdote blanco.
Perdón por mi brutalidad.
Os dejo con un último cuento de Monterroso, que creo que debería aplicarse a cualquier religión en cualquier parte el mundo. Cuando se vio enfermo, el cura Pajares prefirió un científico a la extrema unción. Como haría casi cualquiera. Salvo gente como yo. Que preferimos que nos despida una poeta.
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“Hubo una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario y se deprimió mucho”.
¿Cuántas veces tiene que caer el rayo de la hipocresía católica en la misma África para deprimirse mucho?
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