Opinión · Rosas y espinas
Mujeres, mujeres
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Como el 24-M no hubo un 14 de abril, y solo nos hemos llevado por delante a una triste infanta desde entonces, ayer lo que quiso celebrar la izquierda española en los actos de investidura fue a las mujeres. Salió la gente a las calles de Madrid y Barcelona para celebrar a las mujeres. No a condesas o señoras mandonas o señoras de, que son concepto distinto al de mujer. Sí a la mujer de la calle y en la calle. Manuela Carmena y Ada Colau, en resumen.
“Echadnos si no hacemos lo que hemos dicho que haríamos”, decía ayer la alcaldesa de Barcelona en la plaza de Sant Jaume. “Recojo un mandato muy claro para trabajar duro para que haya un reconocimiento a las mujeres y a las tareas que todavía hacen ellas masivamente”, mitineó también.
A uno, esto de tener en las dos alcaldías más importantes del país a dos mujeres de izquierda le parece un lujo. Un espectáculo de magia democrática. Una festividad circense como la visita del niño a la mujer barbuda. Y que no me malinterprete la mujer. Hasta ahora, la mujer de la izquierda posfranquista solo había asumido protagonismos en la rareza, en el extremo, en la marginalidad. Era la mujer barbuda. Como si la izquierda fuese cosa de hombres (y así nos ha ido). Como si el tímido liderazgo de la mujer fuera más decorativo que ecdótico. De hecho, estas dos mujeres, Ada Colau y Manuela Carmena, no han salido de las siglas tradicionales de la izquierda. Han sido gestadas por sendos frentes populares. Los frentes populares han demostrado más respeto a las mujeres que la izquierda tradicional, porque los frentes populares no tienen exceso de aparato. Los frentes populares no necesitan presumir de aparato, al contrario que los viejos y nuevos partidos y que Jesulín de Ubrique. Por eso pueden ser liderados por mujeres. Y he ahí la clave del cambio. Creo yo.
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Hasta Podemos ha nacido con vocación de manada de machos alfa, con los superhéroes Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. En la foto de los 13 candidatos autonómicos que presentó Podemos a estos comicios solo había dos mujeres. Yo, como soy feo, estoy acostumbrado a no verme rodeado de demasiadas mujeres en los bares. Pero de la política de izquierdas me esperaba algo más que de los bares. Y una media de dos tías entre trece humanos le parece incluso insuficiente a mi fealdad tabernaria.
La derecha le ha dado a sus mujeres más poder. Pero una cosa es darle poder a tus mujeres y otra no impedir que la mujer alcance el poder. Cuando se le da, como hace la derecha, el poder sigue siendo del hombre. No recuerdo un solo gesto por la igualdad de la condesa Esperanza Aguirre, de la señora mandona Rita Barberá, de la señora de Ana Botella, de esa Copedal que goza bajo la Correa, ni de esa chica para todo que da las ruedas de prensa posteriores al consejo de ministros con muy femenino gracejo para que el jefe, mientras, dormite en su Nada.
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Pero hablemos de la izquierda. El PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, considerándolo izquierda grosso modo, hizo la probatura barbie con María Teresa Fernández de la Vega, pero le salió más lista que el presidente y hubo que echarla enseguida. En IU, ERC, Bildu y etcétera no quiero ni citar a Dolores Ibárruri ni a Federica Montseny ni a Rosario Dinamitera, no vaya a ser que esta actual falta de mujeres en su primera línea de libertad le ponga a los líderes de izquierdas la cara más roja que nuestra roja bandera.
Estaba un poco indignado. Como siempre nos pasa a los feos, echaba de menos a las tías. Las tías hablan distinto. Hacen distinto. Sé que es una tontería. Ni hablan distinto ni hacen distinto. O sí. Hace once años, cuando 2004, estuve como periodista en la sede de Ferraz para ver a la gente celebrar el triunfo de Zapatero.
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--No nos falles –gritaba la gente.
Zapatero sonreía.
Once años después, Ada Colau acaba de decir:
--Echadnos si no hacemos lo que hemos dicho que haríamos.
Son mensajes bastante distintos, porque uno va de ida al poder y otro viene de vuelta al pueblo.
Pues eso. Que las tías hablan distinto.
Y ojalá hagan distinto. Si no, qué asco.
Ada Colau también sonreía.
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