Opinión · Rosas y espinas
Artur Mas y la rana
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Al final Artur Mas ha hincado las rodillas, lo que dice algo (bueno) de la salud democrática de este país o amalgama. La resistencia a eclipsarse del presidente en funciones no sorprendía a nadie, pues ya todos conocemos la catadura ética e intelectual de muchos de nuestros dirigentes. Lo que sí me ha sorprendido es la solidaridad y el apoyo que puso amoroso anillo de Saturno alrededor de la imagen casi icónica del impulsor del procés. Como si la gente de bien que lo apoyó hasta ayer hubiera olvidado de repente que este atildado caballero es el hereu del corrupto Jordi Pujol y de que, ya durante su mandato, las sedes de Convergencia fueron intervenidas judicialmente por muy pintorescos e imaginativos delitos. El adjetivo presunto me lo ahorro, pues es vicio estilítico grave adjetivar de más.
Nuestra democracia soporta la corrupción y a sus corruptos con una naturalidad casi oncológica, como si fuera un problema fatal e irreversible con el que hay que convivir. No se explica de otra forma que gente como Oriol Junqueras y su detergente partido independentista hayan mantenido hasta el final la lealtad hacia el capo, hacia el jefe de un tesorero detenido en octubre del 2015 por indicios de cohecho, prevaricación, financiación ilegal de partidos, tráfico de influencias, alteración de precios en concursos o subastas públicas y blanqueo de capitales.
La lealtad que hasta el final ha mantenido ERC hacia Artur Mas descalifica al partido republicano como agente de esa regeneración que a todos nos llena la boca. Pero al final la regeneración y la limpieza del subsuelo de las alfombras se aborda como la última de las penúltimas prioridades. Nos comportamos como un país de mafias, donde los corleone tienen la jeta de fotografiarse para un cartel electoral. Y nadie se escandaliza. Ha tenido que existir la CUP --ay, Antonio Baños--, para que el líder de una banda de comisionistas y responsable máximo de beneficiarse de las mordidas al 3% no sea president. Y no quiero hablar hoy de Mariano Rajoy, pues la gente está con el estómago muy delicado después de las pantagrueladas navideñas.
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La gran victoria de los corruptos sobre el obrero medianamente honrado consiste en hacernos creer que los grandes chorizos son una anécdota suiza, y que el dinero que se llevaron y no volveremos a ver flotaba por ahí y no era de nadie. Es sorprendente el pensamiento humano. La mayor parte de la gente que conozco razona con el bolsillo en la mayor parte de sus actos cotidianos, salvo cuando se trata de ir a votar. Votamos a los ladrones que nos acaban de saquear la casa entera, pero si pillamos a un camarero despistándonos medio euro lo matamos a hostias y después lo llevamos a comisaría.
La lección del affaire Mas es triste como una fábula de La Fontaine. O como cualquier fábula. Somos la rana que siente compasión suicida por el escorpión cuando el río crece. Y aquí la única rana que se ha comportado como ser humano es un partido anti-sistema, residual, offsider. La CUP ha liberado a nuestra democracia, y a la democracia catalana, de mantener el icono continuista de Artur Mas en la plaza de San Jaume. En ese universo paradojal llamado política, asombra que sean los antisistema los únicos con ánimos de dar brillo y esplendor al sistema. O sea, de limpiarlo. De personajes como Artur Mas. Es para que nos lo hagamos mirar, aquí y en Catalunya, queridas ranas.
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