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Opinión · Rosas y espinas

Las clases bajas

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Las broncas de tronos de Podemos y PSOE se van pareciendo cada día más. Como si la Historia se empeñara en acelerarnos la convicción de que son el mismo partido pero en plan Castor y Polux: siempre uno en el Olimpo y otro en el Hades, pero sin coincidir nunca juntos. Podemos nace porque el PSOE hace mucho tiempo que no es el PSOE y descuida el trabajo al que le obligan sus siglas. Una enfermedad común a casi todo el socialismo europeo.

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Ahora están intentando salir de la bruma gestora asturiana con una fórmula poco imaginativa, pero quizá eficiente: Susana Díaz sería la secretaria general y Eduardo Madina luciría en el Congreso de los Diputados de candidato florero, un angelito en el limbo hasta que Mariano Rajoy o una improbable moción de censura lo estamparan en el cartel electoral.

En Podemos, igualmente, los afines a Íñigo Errejón pretenden que Pablo Iglesias pierda poder orgánico aun manteniendo la secretaría general, o sea, que ejerza más de candidato que de jefe o líder. Hacerlo más florero que florete. Aburguesarlo.

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Tal y como van las cosas, uno ya no cuenta con Pedro Sánchez, a quien incluso amenaza el eco ronco de Winston Churchill si consigue avales para ser candidato a unas primarias: "La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces".

La trampa de la fórmula socialista es que Madina tendría que afianzarse como líder de la oposición cabreando todo el día a Mariano Rajoy, que es capaz de apretar el botón de las elecciones si le distraen de sus cosas y no le permiten continuar con las políticas de Luis de Guindos, Merkel, Juncker, Rosell y otros neoliberales del montón. No se puede ser enemigo y cómplice al mismo tiempo, salvo que seas Susana Díaz.

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El problema de Pablo Iglesias es Pablo Iglesias ("aquí yace Altazor, azor fulminado por la altura"), que se elevó demasiado veloz y osado hacia el cielo y se le derritieron enseguida las alas de cera y el barómetro del CIS. Cierto que obró un milagro de 5 millones de votos, pero a los mesías que hacen milagros se les crucifica siempre, aquí y en el Gólgota. Ya hay susurradores íntimos en Podemos que consideran que no se puede crecer más con él de candidato. Que se inmoló como un héroe, pero se inmoló. Vistalegre II se va a adornar con flores del huerto de Getsemaní si la cosa se lía mucho.

Los avatares actuales de nuestra izquierda tienen un aire a comedia del Oscar Wilde, con un simpático enredo amoroso que se complica y complica hasta hacer casi imposible el encuentro de los amantes. Lo que sucede es que las clases bajas españolas no están hoy para comedias, y las consideran un insulto pues no pueden siquiera pagar la entrada.

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Esto de las clases bajas lo decían mucho las marquesas y señoronas de antes a la hora del té con pastas. Como si ser clase baja fuera una naturaleza diferente, sin otra causa que el destino ineludible, la ley de dios o algún otro inmanente irrevocable. Ser clase baja era incluso pintoresco. Tanto que te pintaba y embellecía Sorolla para que se nos viera limpios en los museos.

Respetando mucho la opinión de las marquesas y las señoronas, uno sospecha que la clase baja, la perpetuación de la bajeza de clase en nuestra pirámide económica, tiene su origen en la eterna división de la izquierda, Cástor y Pólux, mellizos condenados al distanciamiento eterno, pero mellizos al fin. Y, mientras lo dilucidamos, que se jodan las clases bajas y prosigan con su té las marquesas.

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