Opinión · Rosas y espinas
Matemos al mensajero
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Ahora que se habla tanto del gobierno star wars del presidente Pedro Sánchez, va el nieto de Tomás y Valiente y nos suelta que prefiere la equidad educativa a la excelencia. Sucedió ayer en la entrega de los Premios Extraordinarios de ESO, Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanzas Artísticas de la Comunidad de Madrid. "La prioridad no podemos ser aquellos que obtenemos resultados considerados como excelentes, sino aquellos que tienen más dificultades", ha dicho el nieto del jurista asesinado por ETA en 1996, uno de los estudiantes escogidos como merecedores del galardón citado.
Gracioso fue que lo dijera ante el presidente madrileño, un tal Ángel Garrido, sucesor de una rubia a la que regalaban títulos universitarios por su bonita afiliación y su bella jeta.
Cierto es que cuando uno se apellida Tomás y Valiente ya nace un poco predestinado a ser el escudero del Capitán Trueno, o así, y que si estas palabras hubieran sido pronunciadas por cualquier otro estudiante premiado no habrían dejado otras huellas que las de la indiferencia y el olvido.
Es grave defecto humano calibrar el valor de las palabras dependiendo de quien las pronuncie. La ley mordaza del ex gobierno del PP es un ejemplo. Si Federico Jiménez Losantos incita en una radio a bombardear Alemania porque Merkel no gasea en Dachau a Carles Puigdemont, no pasa nada. Si un rapero canta "queremos la muerte para todos estos cerdos", cual Valtonyc, la Audiencia Nacional lo condena a tres años y medio de cárcel. Las palabras, ya digo, cobran valor dependiendo de quien las pronuncie. De hecho, uno siempre ha pensado que la poesía es un arma cargada de futuro, Gabriel Celaya, y que el Derecho es un arma cargada de pasado cuando se deja en manos de fascioliberales. Que no otra cosa fue el gobierno de Mariano Rajoy.
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El caso es que el nieto de Tomás y Valiente, nacido después del asesinato por ETA de su abuelo, ha dicho que “la calidad educativa no puede reducirse a la excelencia académica. La calidad educativa comporta otro elemento esencial, más allá de la excelencia académica: la equidad”. Y todos ponemos el foco no en lo que ha dicho, sino en quién lo ha dicho. Pobres palabras.
Francisco Tomás y Valiente, 19 años, se ha convertido de repente en influencer, pero sus palabras nunca se convertirán en influencia. Los significantes en inglés calan siempre mejor en nuestra monolingüe opinión pública que sus significados, ya que estos últimos nunca acabamos de comprenderlos del todo, y los barbarismos británicos nos suenan a culto y a bien. Somos unos paletos colonizados que nos creemos señoritos cuando nos permiten usar el lenguaje de los señoritos, milana bonita.
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Lo cual que Francisco Tomás y Valiente, 19 años, se ha convertido en un influencer, cuando solo ha dicho una cosa que debería saber cualquier chaval de su edad. Y ahí es donde yo encuentro el núcleo irradiador de esta noticia. Algunos alumnos excelentes, que aplaudieron el discurso, desean renunciar a tanta excelencia a cambio de tener a su lado, o debajo, o encima, a los hijos pobres de la equidad. Ese es el mensaje: la ciencia y el saber no consisten en tener mejores cerebritos, sino muchos cerebritos. Por eso el mensaje es peligroso. Y urge matar al mensajero. Si no se apellidara Tomás y Valiente, nadie le habría hecho caso. Matemos al mensajero y quedémonos con el mensaje, y no al revés. No permitamos que Rosencrantz y Guildenstern sean los tristes héroes de esta comedia penosa. Por otra parte, no me queda más remedio que invitar a dos o tres o cien cervezas, cuando quiera y donde quiera, a este dignificante chaval.
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