Opinión · Rosas y espinas
Tristes amenazas
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Hace unos cuantos años, cuando ETA todavía existía y yo escribía información sobre ETA, una persona muy triste me pidió alojamiento durante unos días en casa. Era periodista, como yo. Y las cosas de la vida estaban azotando tan salvajemente su mundo que no podía soportar la soledad de su casa, de su gente, de su familia, de sus multitudes. Vivo en el campo. En un sitio donde, si no te mueves un poco, lo más probable es que puedas pasar varios días sin llegar a ver a nadie.
Trabajábamos en el mismo periódico, así que la rutina era sencilla. Y yo, por alguna extraña razón que hoy no recuerdo, esos días no viajaba. A las 10.30 más o menos (los periodistas nos despertamos siempre después de las noticias), cogíamos el coche para ir a la redacción. Era primavera.
En este sitio donde yo vivo, en primavera, es increíble cómo crecen de repente las amapolas. Así que cuando las vi aquella mañana, tan retozonas en los márgenes del camino, paré el coche sin decir nada y bajé a coger amapolas para la persona triste. No os creáis que soy un tipo blando. Nunca cojo flores. Pero al ser las amapolas opiáceas, me pareció medio hard-boiled arrancarlas para hacer reír a una persona triste. Pepe Carvalho nunca lo hubiera hecho, pero me habría comprendido.
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Antes de que pudiera arrancar la primera amapola, escuché cómo se abría la puerta del coche, me volví, y vi a la persona triste correr desesperada y arrojarse a varios metros sobre otro manantial caminero de amapolas.
--¡Una bomba! ¡Es una bomba! --gritaba cabeza abajo con las manos en las orejas, como si no escuchar la explosión le fuera a salvar la vida.
Y no había bomba. Y la no bomba no explotó. Ni las amapolas tampoco. ETA acababa de matar a mi compañero de El Mundo José Luis López de Lacalle, pero lo único que estalló era el miedo de la persona triste. Me pasé la mañana preparando tilas, con lo rica que está el agüita de amapola.
Os cuento esto no por rememorar batallas del abuelete, sino para contar que, en estos días, me están llegando cosas, mensajes, tuits que desaparecen cuando los quieres reproducir. En este plan:
No os escribo esto para que me compadezcáis, ni para parecer un héroe, sino para decirles a estos hijos de puta que no son los dueños del miedo.
Voy preparando la nuca, chaval. Detesto la violencia. Soy pacifista. Pero no es mi intención repetir los errores del pasado. No pienso permitir que el bulo y la amenaza y la fuerza bruta se impongan sin resistencia. Porque siempre se imponen.
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No pienso ser dialogante con los tuiteros amenazantes, ni con el PP, ni con Vox, ni con los jueces que absuelven al despreciable Ortega Smith por asegurar que las Trece Rosas eran unas violadoras, mientras condenan a cárcel a Pablo Hassel por cantar que los borbones son unos ladrones, cosa que está más que demostrada en los periódicos y en los libros de historia.
Hay que cambiar el miedo de bando. El pacifismo, silenciosamente administrado, también puede dar mucho miedo.
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