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Opinión · Rosas y espinas

Un mantero en la Asamblea de Madrid

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Serigne Mbayé, del Sindicato de Manteros de Madrid, presenta su candidatura por Podemos. — Twitter

Nos enteramos por la Confederación Europea de Sindicatos de que España es uno de los países con menos trabajo decente de la UE. Lo dicen con esas palabras, "decent work", y uno se queda como acomplejado, cual si todos los españoles nos dedicáramos a la trata de seres humanos, a traficar armas, a matar toros, a la evasión de divisas y al exhibicionismo en los parques. Y es que la palabra decente guarda indecentes connotaciones cuando la empleamos en según qué ámbitos, sea en español o en inglés, y en esto de lo laboral nos conduce hacia semánticas tenebrosas y oscuras: ¿qué trabajos son indecentes?

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Al margen de matices idiomáticos, me parece a mí que el estudio de los sindicatos europeos debería de haber titulado con que estamos a la cabeza de los países europeos con más contratadores indecentes, o con políticos tan indecentes que son incapaces de articular un marco laboral que garantice la dignidad de los trabajadores.

Hace poco, empleados del gigante financiero Goldman Sachs denunciaron ante el redondo mundo que estaban sometidos a jornadas de 90 horas semanales. Su director ejecutivo, David Solomon, salió enseguida a calmar a estos temporeros esclavizados de la especulación financiera y les ofreció los sábados libres a modo de limosna generosa, y a mí se me cayó toda la historia de la lucha de clases a los pies. Vino a decir Solomon que el éxito de su empresa se basaba en ese sobresfuerzo de los heroicos empleados, como un esclavista algodonero de Alabama que consolara a sus negros alabando las polainas de fibra natural de su santa esposa.

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Aquí en España, llevamos un año esclavizando a nuestro personal sanitario y lo más que les hemos dado a cambio es un aplausito vespertino que duró unos meses. Casi nadie salió a la calle a exigir mejoras en sus contratos y horarios, ni la no indecente contratación de más personal de bata blanca. Aplaudirles, como hace Solomon, es ya ejercicio suficientemente agotador y generoso en estos tiempos de insolidaridad obrera. Se dice que las clases trabajadoras están desmovilizadas. Y desmovilizado se convierte, inmediatamente, en sinónimo de vago, a mi entender. Lo que somos las clases trabajadoras es una ralea de vagos, y por eso nos dejamos esclavizar. Paradojas del neoliberalismo que, en el fondo, abrazamos todos, incluidos hasta los, quizá en tiempos remotos, feroces sindicatos.

Cuando nuestra ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se hizo cargo de esta sudorosa cartera, una de las primeras intenciones que manifestó fue la de controlar la dignidad laboral de los temporeros en las campañas agrícolas. Tal declaración de intenciones molestó mucho en muchos ámbitos. Unos decían que daba mala imagen internacional a nuestra agricultura eso de dudar de la decencia de los dueños de nuestras explotaciones, y que iba a menguar la exportación. Otros, que la ministra criminalizaba al sector. Los más pizpiretos, alegaban muy sesudamente que la ministra comunista prefería defender a los negros ilegales y no a los decentes patrios explotadores. Y todo en este plan. Porque a nadie le importaba una mierda.

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De hecho, todos los años salen noticias espeluznantes sobre niñas obligadas a acostarse con el capataz para obtener trabajo, de temporeros muertos arrojados a una cuneta sin papeles (ay, en España nos deberíamos prohibir las cunetas), y de muchas otras barbaridades de tiempos de Scarlett O´Hara. Como de jornadas laborales más inhumanas incluso que las de Goldman Sachs. Y aquí nunca pasó nada. A los temporeros, ni un aplauso desde los balcones a la hora de preparar el zumo del desayuno.

Ahora, un mantero llamado Serigne Mbayé ha sido fichado para la lista de Unidas Podemos a la Asamblea de Madrid. El facherío de izquierdas y de derechas ya anda clamando que es un alarde electoralista. Claro que es electoralista, pues se trata de la confección de una candidatura electoral. Otros fichan toreros. Tauroelectoralismo patriótico, es entonces. Los parlamentos españoles no reflejan las diversidades racial y laboral de nuestra sociedad. El único diputado negro, de hecho, milita en un partido racista. Es, como poco, valleinclanesco. Un mantero en la Asamblea de Madrid nos hará más decentes, que es la palabra sobre la que navega todo este asunto.

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