Opinión · Tedetesto
Nos queda la esperanza
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La parrilla necesita carne fresca, los comensales insaciables empiezan a hartarse del menú de Casa Bárcenas y de los “pintxos” de Urdangarin que sirve, troceados y a la brasa, Diego Torres en pequeñas dosis. La gente empieza a pasar hambre pero el mejor restaurante del mundo está en España donde jóvenes chefs reinventan todos los días la hamburguesa para gourmets de bajo presupuesto. Carne picada con restos de equino para todos, la carne de burro hace buena cecina pero cuesta masticarla y digerirla. El hombre es un animal omnívoro, se lo traga todo, lo que no mata engorda y para prevenir la obesidad mórbida nos quedan las purgas de Montoro, los laxantes de De Guindos y las píldoras Cospedal.
Para darle un poco de alegría y variedad al espeso guisote de la actualidad no hay nadie como Esperanza Aguirre cuando saca a relucir su verbo jacarandoso y picante. En la televisión vuelven a hacerle la ola y a celebrar su regreso, Rajoy es un soso y la lideresa es salerosa y picante. No importa lo que dice, importa como y donde lo dice, tampoco importa lo que se desdice: El caso Gürtel brotó como un sarpullido ponzoñoso cuando ella gobernaba la Comunidad, la plaga afectó a lo más florido de su entorno pero no llegó a infectarla y ahora ella, a toro pasado, propone la creación de una fiscalía anticorrupción en Madrid, iniciativa que no sería del agrado de su valido y sucesor Ignacio González, su fiel y oscuro lacayo al que ninguneó en la fiesta del 2 de mayo que marcó el retorno de la gran Esperanza blanca de la derecha neoliberal, de ese neoliberalismo sui géneris que propone el desmantelamiento del estado de bienestar, para llevárselo a su casa y repartirlo convenientemente troceado entre los amigos.
La privatización de la Sanidad Pública madrileña ha generado una imparable marea de oposición y descontento pero ella ya no estaba allí. Ella está en todas partes y en ninguna, ella se mueve pero sale en todas las fotos. Como se dijo en su momento, ella se fue sin que la echaran para volver cuando no la llamasen. Solo los más ingenuos creyeron en su deserción de la política. Esperanza Aguirre es un animal político dicen todos los tertulianos, que sin embargo no coinciden en su adscripción de género. Esperanza sería un animal mitológico, una quimera (busto de mujer y cuerpo de cabra) o una arpía (cabeza de mujer, cuerpo de ave) que el diccionario también define como persona codiciosa que con arte o maña saca cuanto puede.
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La política es arte de simulacro y maña de embaucamiento, espectáculo que ha de mantener entretenido y expectante al público que financia la función. Lo menos que se les puede pedir a los políticos es cierta capacidad de encantamiento, magia y birlibirloque, labia y facundia, en fin eso que le llaman carisma y que ni se estudia, ni se aprende, un don innato del que carecen Rajoy, Guindos, Montoro, Cospedal y toda la banda pero que posee a raudales la Esperanza aguerrida y castiza, mujer de rompe y rasga que lo mismo te hace un roto que un descosido y luego manda que te zurzan sin perder la sonrisa, condesa descalza que siempre conserva los calcetines puestos cuando todo se descompone alrededor.
Esperanza Aguirre vuelve a ser carne de plató y objeto de persecución mediática como la Pantoja que también ha regresado por sus fueros y desafueros, ayer condenada y escarnecida y hoy en loor y olor de multitudes profusamente perfumadas. Esperanza e Isabel, cara y cruz de una misma moneda, genio y figura, casta y esencia del casticismo, de esa españolidad coreable que entonaban los seguidores de la “Roja”: Soy español, español, español… Pues no sabe usted cuanto lo siento.
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