Opinión · Tiempo real
Evolución vs. superstición
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A partir del momento en que algún desaprensivo equiparó las dos categorías epistemológicas, ciencia y religión, el daño estuvo hecho. Sábato me dijo una vez que la diferencia entre la moral y la ciencia es que sólo a un loco se le ocurriría hablar de “la candorosa hipotenusa” o de “los malvados catetos”. Sería interesante conocer la opinión de Sábato sobre el abuso del lenguaje cuando un creacionista afirma que, en definitiva, el evolucionismo es “otra opinión”. La confusión es mucho más grave de lo que parece, y se produce en un nivel más profundo: el evolucionismo es verdad, exactamente como es verdad que España está en el hemisferio norte, o como es verdad que
E=mc². Mientras que del creacionismo lo más que se puede decir es un agnóstico “tal vez”.
Es más: el evolucionismo es probablemente la teoría científica con mayor número de pruebas al canto. Literalmente: millones de pruebas, ahora que la ciencia dispone de lo que no dispuso Darwin en su momento: la genética molecular.
Entonces cabe preguntarse cuál sería la opinión de los creacionistas si alguien demostrara que Dios existe. Julio Frisón escribió una novela, hace bastantes años, en la que en un cajón de una vieja cómoda de una antigua finca deshabitada, un joven miembro de la familia encuentra un papel en el que se demuestra –no se afirma: se demuestra, como Pitágoras demuestra su teorema– la existencia de Dios.
Empezando por el párroco local y subiendo todos los peldaños de la curia hasta el mismo papa, la conmoción es tremenda, porque todos estos prelados se ven convertidos en redundancias. Si Dios efectivamente existe, ¿para qué sirve la Iglesia? Una sola persona puede dirimir el caso, y es Dios mismo, hacia quien se elevan las plegarias. Una mañana, el joven que halló la demostración fatal sale a la calle y de unos andamios cae un ladrillo que lo mata.
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La alegoría no podía ser más atinente al caso. Ahí precisamente reside la diferencia crucial entre ciencia y religión: no se trata de que unos odiosos científicos ni que unos ignorantes creacionistas crean o no crean en Dios. Es que los respectivos cometidos son radicalmente distintos. En un caso, todos los esfuerzos van dirigidos a demostrar –a demostrar inapelablemente– tal o cual hipótesis, mientras que, en el otro, todos los esfuerzos van dirigidos a impedir, inapelablemente, toda demostración. Tan indemostrable resulta así la existencia de Dios como la supuesta mala suerte que acarrea el pasar debajo de una escalera. En ese sentido, Dios y la escalera de mal agüero son equivalentes: ambos fruto de la superstición.
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