Opinión · Tiempo real
Encuadre
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Otra exposición para no perder: “La sombra”. Está repartida entre el Museo Thyssen-Bornemisza y la sede de Caja Madrid de Plaza de San Martín, 1. Es verdad que el criterio de selección –cuadros, fotos y secuencias cinematográficas en los que las sombras cobran especial protagonismo– es artísticamente arbitrario, como una exposición de imágenes cuadradas o de gente con ojos azules (o cojos, o zurdos). No obstante, ver originales de Edward Hopper, Paul Delvaux, Giorgio de Chirico o el poco conocido Ponce de León, es muy raro y basta para movilizarlo a uno una mañana de domingo, por fría que sea.
Hay artistas que, deliberadamente, han creado obras centradas en el juego de sombras. Pero los mejores cuadros de la muestra no son esos, sino aquellos en que las sombras se añaden a otros valores pictóricos posiblemente de mayor trascendencia. En los dos cuadros de Hopper, magistrales (adjetivo trillado), las sombras no son más importantes que las luces, sino que se unen a los colores, la composición, el dibujo, el tema, en un todo que detiene los pasos del espectador y, por un instante, su respiración y el latido de su corazón.
Desgraciadamente, cuando se llega a la proyección de secuencias de cine, los organizadores han pasado por alto algo que para todo cineasta es crucial: el encuadre. Sin el encuadre de Serguéi Eisenstein, algunas cimas del arte cinematográfico como su Iván el Terrible, por muchas sombras con las que haya jugado, se vuelven banales y hasta disléxicas. Y es que estas mal llamadas proyecciones (son pases en una pantalla televisiva de medio formato) son un ejemplo más de la charcutería a la que la imagen fotográfica se ve a menudo sometida por técnicos mal preparados. El formato del fotograma de Einsenstein es del tipo clásico de su época: 3 x 4. Pero en esta exposición la imagen está cercenada para acomodarla al formato de la pantalla, que a ojo de buen cubero es de 9 x 14 (o peor: aún más alejada del 3 x 4 original). Sin duda se ven sombras. Pero el artista las encuadró –y los objetos que las proyectan– según su gusto personal, quizás nunca superado en el cine. Y lo hizo en su pantalla de 3 x 4. Así, en la exposición “La sombra” se pueden ver tomas totalmente ajenas al arte del cineasta ruso, y hasta incorrectas desde el punto de vista formal del arte clásico.
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Estamos tan habituados a esta charcutería, propia de las pantallas televisivas que tenemos en casa, que nadie patalea. Un buen pataleo sería el mejor juicio artístico en este caso.
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