Opinión · Tiempo real
Chistes
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Hubo un tiempo en que nos contábamos chistes. Algunos amigos, sin esperar a vernos personalmente, nos los mandaban por e-mail. Los más impacientes nos los contaban por teléfono.
–Oye, estoy en el café de mi pueblo y acabo de oír este diálogo. Son cuatro tipos que están jugando al mus y…
Y seguía el diálogo desternillante, y uno se mataba de risa, y no sólo uno, sino también el amigo que había telefoneado.
Los chistes circulaban muy rápido. Cuando tenías uno verdaderamente bueno, también tú lo contabas a tus amigos o lo mandabas por e-mail. Las cenas y las tertulias solían ser fuentes de chistes, sólo que nadie, salvo unos pocos con talento especial, los recordaba al día siguiente. No obstante, no era raro comenzar a contar un chiste aparentemente nuevo y que tu interlocutor te interrumpiera:
–Sí, ese ya lo sé.
La velocidad de difusión de un chiste podía ser lenta o rápida, pero su propagación era exponencial, lenta o rápida pero
exponencial.
¿Dónde se originaba un chiste? Las especulaciones sobre este punto dieron lugar a infinitos chistes, aunque, que se sepa, nunca se llegó a consenso alguno. Se decía que había dos escuelas de pensamiento, la de los creacionistas y la de los partidarios del big bang. La primera sostenía que el mismo chiste aparecía, por razones misteriosas, al mismo tiempo en muchos lugares, alejados unos de otros, tal vez con diferencias de matiz. Para ello, desde luego, debían darse las condiciones propicias –sociales, políticas, económicas, alcohólicas, etc.–: la propagación exponencial, de todos modos, era
ineluctable.
La segunda escuela, la del big bang, sostenía que alguien, en algún lugar, tal vez en estado de gracia, formulaba de pronto el chiste sin necesariamente ser consciente de ello, y lo echaba a rodar como sin querer. Causaba risa, con lo que la mecha estaba encendida y la propagación exponencial era ineluctable.
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Uno de los mejores chistes lentos que me llegó hace unos meses es el del museo de Moscú en el que supuestamente había un gran cuadro del realismo socialista llamado “Lenin en Varsovia”. Representaba a la mujer de Lenin encamada con un robusto, joven y sudado héroe estajanovista. El turista ingenuo preguntaba: “¿Y Lenin?”. “En Varsovia”, respondía el guía, con flema bolchevique…
Hoy nadie cuenta chistes. Se dirá que los tiempos no están para chistes. Craso error: algunos de los mejores chistes han provenido de lugares sumidos en la adversidad. El buen chiste suele llevar escondida una poderosa carga subversiva.
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No lo olvidemos.
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