Opinión · Tiempo real
Timbre
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De pronto, en un Nueva York universitario, habíamos escuchado un timbre nuevo para el viejo Bach que, nos dijeron, provenía de un estudio de grabación de Stuttgart (¿no estaba reducida Stuttgart a un montón de escombros, en 1951?). Eran los seis conciertos de Brandeburgo, dirigidos por Münchinger (¿quién? ¿quién?), no particularmente innovadores por los tempi, ni siquiera por el tamaño de la formación (pequeña, como, pese a las numerosas modas grandilocuentes impuestas por grandes celebridades, ya se hacía antes de la guerra), sino por el timbre, una precisión aterciopelada cuya fuerza era toda contenida –nada que ver con un Savall de hoy, por ejemplo–, un vibrato subterráneo, casi imperceptible, unos bajos traídos a un discreto primer plano en pie de igualdad con el resto de las cuerdas. Y una exquisita ausencia de énfasis, un marco relativamente austero dentro del cual el menor rallentando, el mínimo crescendo o el más tímido staccato llegaban como pequeños toques de atención –¡cuidado!, sí, es Bach, el que ya conocéis, pero ¡cuidado!, lo oiréis por primera vez– y nosotros, veinteañeros de cabellos cortos, corbata y libros bajo el brazo, nos sentíamos descubridores de un nuevo lenguaje musical.
Ahora en Madrid, en el Auditorio Nacional, 50 años después, Iona Brown dirigía desde el violín la misma orquesta. Y cuando Bach hizo su entrada me llegó el mismo timbre de entonces. El mismo timbre de entonces. Y dejando de lado la emoción personal, constaté que probablemente nadie había ya en esta orquesta que superara los 50 años. Pero el timbre era el mismo. Münchinger no estaba. ¿Estaría vivo? Iona Brown, entre su violín y la orquesta, parecía tener demasiado que hacer, por lo que la precisión no era la de entonces. Y sin la precisión la Orquesta de Cámara de Stuttgart no se puede decir que fuera lo que había sido medio siglo antes.
¡Pero el timbre era el mismo! Era la misma voz, se reconocía el órgano “fisiológico”. Y la pregunta surgía de por sí: ¿qué elemento hay en la música que permita la pervivencia hasta de algo tan sutil como un timbre, por encima de los años y, sobre todo, de la gente? Ni siquiera intentaré responder. Quise dejar constancia y proponer la reflexión a mi hijo, cuando me preguntó: ¿tú crees que Bach sonaba así en su propia época, hace 200 años? Hijo mío: en todo caso la Orquesta de Cámara de Stuttgart sonaba así en 1951, te lo dice tu padre que la oyó entonces y, embargado de nostalgia, acaba de volverla a oír.
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