Opinión · Tiempo real
Intuiciones únicas
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Hace unos años, corrigiendo las pruebas de Guerra y paz, me topé con la frase siguiente: “La negra Milka, perra de fuertes flancos, apareció la primera al lado de la bestia; comenzó a acosarla. Más cerca, más cerca… Casi tocaba al lobo con su cabeza; pero la fiera apenas si la miró de reojo, y la perra, en vez de acelerar su carrera, como hacía siempre, levantó la cola y frenó apoyándose en las patas delanteras”.
Me pareció tan genial eso de “la fiera apenas si la miró de reojo”, era un detalle tan revelador y auténtico, tan vital, que pregunté a algunos amigos escritores cómo creían ellos que Tolstói había logrado poner esas precisas palabras en ese preciso momento de la narración. Porque es fácil decir: talento. ¿Sólo talento? Uno de esos amigos, sin embargo, añadió: “Esas palabras nunca habían sido escritas antes. Son una intuición única. Salvo unos pocos, somos todos unos copistas”.
Recordé este diálogo hace poco viendo Orfeo, la ópera de Monteverdi. También en este caso, Monteverdi había tenido la intuición única al inventar, literalmente, el género operístico. La ópera no existía antes de Monteverdi. De pronto, en el siglo XVII, la música se volvía parte de la acción escénica, como si música y acción formaran parte de la misma partitura.
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Ello me llevó a pensar en otros casos similares. La portada de las obras de Horacio, compuesta tipográficamente en el siglo XVIII por el gran Bodoni, ha sido comparada con la fachada de un templo. Nadie, antes que Bodoni, se había servido de los blancos de los márgenes y de los interlineados para construir una página tan grandiosa. Otra intuición única.
En nuestros días estructurados por internet –al parecer internet está sustituyendo cada vez más al sexo, la lectura, la conversación–, la televisión nos está bombardeando con una serie de anuncios muy graciosos en los que celebridades como John Lennon y Marilyn Monroe, con sus propias voces, nos instan a ser diferentes, a olvidarnos de las influencias y a hacer lo que es nuestro, sólo nuestro. La realidad es que ni Lennon ni Marilyn pronunciaron jamás esas palabras. Hace ya muchos años que es posible sustituir electrónicamente las voces de unos por las de otros, y es técnicamente posible hacer que –es un decir– Esperanza Aguirre hable con el timbre e inflexiones de voz de Montserrat Caballé. O de Popeye.
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Entonces, ¿qué es “lo nuestro”, cuando la electrónica permite copiar lo intangible y ponernos en la boca cosas que nunca dijimos? ¿Dónde quedan las “intuiciones únicas”?
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